Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

domingo, 28 de octubre de 2012

APOLOGÍA DIRIGIDA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO XVIII


Capítulo 18

      Es tan grande la influencia de estos abusos, que ya casi en todas partes se toman como normas, hasta el extremo de que todo el mundo lo hace sin que nadie se lamente ni lo reprenda, pero por razones diferentes. Algunos lo hacen como si no lo hiciesen, sin conciencia alguna de falta o, al menos, muy amortiguada. La mayoría lo hacen por pura sencillez, o por caridad, o por necesidad. Son tan sencillos que se comportan así  sólo porque se lo mandan, siempre dispuestos a cambiar de conducta si les indicaran otra cosa. Otros lo hacen por no vivir en discordia con  los que conviven, no buscando su complacencia personal, sino la paz con los demás. Y otros porque son incapaces de enfrentarse con los que no piensan como ellos, que son los más, y defienden hasta con alarde que estos desórdenes son verdaderas observancias de la Orden. Y siempre que intentan cambiar o restringir alguna cosa, inmediatamente se les resisten los otros con toda la oposición de su influencia.

APOLOGÍA DIRIGIDA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO XVII


Capítulo 17 
     Desordenada y totalmente insensata misericordia la que se desvive por satisfacer los deseos de la carne estéril e infructuosa que, en palabras del Señor, no sirve para nada y, según el Apóstol, tampoco puede heredar el reino de Dios. Descuida por completo el consejo del sabio sobre la atención vigilante de nuestra alma cuando nos amonesta: "Ten compasión de tu alma si quieres agradar a Dios". Excelente misericordia es compadecerte de tu alma, pues por ella merecerás la otra misericordia, gracias a la cual puedes complacer a Dios. De lo contrario, como ya dije, no será misericordia, sino crueldad. No habrá caridad sino iniquidad. No es discreción, sino su falsificación, volcarse con la estéril -que no engendra-; o, lo que es igual, esclavizarse ante las concupiscencias de la carne insensible y no hacer nada por la verdadera vida; esto es, no preocuparse lo más mínimo por fomentar las virtudes del alma, que se encontraría así viuda del Esposo celestial. Aunque eso no le impide concebir del Espíritu Santo y dar a luz sentimientos inmortales, capaces de reportarle una herencia incorruptible y celestial, pero si encuentran a alguien que los cultive con  interés y delicadeza.

viernes, 26 de octubre de 2012

APOLOGÍA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO XVI


Capítulo 16
CONTRA, TANTA SUPERFLUIDAD      
      Se asegura, y así lo creemos, que fueron santos los Padres que instituyeron vuestro género de vida. Con el fin de que en ella fueran muchos los que se salvaran, mitigaron, mirando a los más débiles, el rigor de la Regla, pero sin destruirla. A mí no me entra en la cabeza, por otra parte, que  llegaran a legislar o condescender con tanta cosa inútil o superflua como veo en muchos monasterios. No me explico cómo pudo arraigar semejante inmoderación entre los monjes a la hora de comer y de beber, en su modo de vestirse y en el aderezo de sus lechos, en sus cabalgaduras y en la construcción de los edificios. Se ha llegado al extremo de pensar que  allí donde se busca todo esto con mayor afán, complacencia y profusión, allí se vive mejor el espíritu de la Orden y es mayor a entrega a Dios.   
     Y así, a la moderación la tienen por avaricia, la sobriedad pasa por rigidez, al silencio lo consideran melancolía. Y al revés, a la relajación la llaman discreción, al despilfarro generosidad, alegría al bullicio, decoro al lujo en el vestir y  la fastuosidad en las monturas; llaman aseo al innecesario desvelo por la comodidad de los lechos. Y facilitar todo esto a los demás es caridad. Una caridad que mata a la caridad. Una discreción que  desfigura a la discreción. Misericordias semejantes rebosan crueldad. Desde luego que halagan el cuerpo, pero estrangulan el alma. ¿Qué clase de caridad es esa que ama la carne y desprecia el espíritu? ¿Puede llamarse discreción el dárselo todo al cuerpo para negárselo al alma? ¿Será misericordia recrear a la esclava y matar a la señora? Que nadie espere alcanzar misericordia por semejante misericordia, al menos aquella misericordia prometida en el Evangelio por boca de la Verdad: "Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia".
   Más bien pueden estar ciertos del castigo que les espera, como aquel impío misericordioso -por así llamarlo- a quien el santo Job interpela más por espíritu de profecía que por dureza imprecatoria: "No quedará ni recuerdo de él y será cortado como árbol inútil". E inmediatamente daba la razón convincente a tan merecido castigo: "Porque maltrató a la estéril sin hijos y no socorrió a la viuda".

APOLOGÍA DEL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO XV



Capítulo 15


      Para que esta carta sea eso, una carta, debería rematarla ya. Pues creo, padre mío, que ya he reprendido cuanto pude a los nuestros, de quienes te quejas, porque murmuran de tu Orden. Y yo también me he defendido ya, pues debía hacerlo, de las falsas sospechas sobre mi proceder.
    Mas podría parecer que por no perdonar nada a los nuestros, estoy condescendiendo demasiado con alguno de los vuestros en cosas que no se pueden aprobar. Por eso he creído necesario tratar de algunas cosas más que sé te disgustan. Cuantos deseen ser rectos deberán tener cuidado con ellas, sin olvidar que son cosas que suceden en la Orden, pero que en modo alguno son propias de ella. Todo orden excluye el desorden. Donde encontremos desorden no podremos decir que haya orden.
     Pero nadie piense que voy a luchar contra la Orden, sino en su favor; porque no censuro a la Orden, sino los vicios de sus miembros. Estoy absolutamente seguro de que por esto no voy a molestar a nadie si la ama de verdad. Todo lo contrario; me lo acogerán con agrado, puesto que al fin luchamos contra lo que también ellos abominan. Y si alguien se da por ofendido, con ello se descubre a sí mismo de que no ama mucho a su Orden, pues no soporta que se condene su corrupción o sus vicios. Y a éstos les diría aquello  de San Gregorio: Es preferible provocar el escándalo a abandonar indefensa a la verdad.  Hasta aquí contra los detractores.

sábado, 20 de octubre de 2012

APOLOGÍA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO XIV


Capítulo 14

     Tú sostienes que la Regla debe cumplirse al pie de la letra por todos los que la han profesado. Y no toleras la más mínima exención. Pero yo me atrevo a decirte que hasta ese extremo ni tú ni él la observáis. Porque, efectivamente, él la quebranta muchas veces en lo referente a las observancias corporales; pero es imposible que tú la cumplas hasta en sus mínimos detalles. Y ya sabes que quien la viola en algo se hace reo de su totalidad. ¿Admites la posibilidad de ser dispensado de algo? Entonces la observáis los dos, aunque de distinta manera. Tú, con más rigor; el, quizá, con más discreción. Y con esto no pretendo que deban descuidarse las tareas corporales. Ni que por el hecho de no practicarlas ya sea uno, sin más, espiritual. Porque resulta todo lo contrario. Los valores espirituales, aunque sean de orden superior, apenas se pueden conseguir ni alcanzarlos nunca sino a través del esfuerzo corporal. Así está escrito: No es primero lo espiritual y luego lo corporal; lo espiritual viene después. Jacob no pudo colmar su sueño de  abrazar a Raquel hasta después de haber conocido a Lía. Por eso dice el salmista: Entonad salmos y tocad los panderos. Como si dijese: Escoged lo espiritual, pero dedicaos antes a lo corporal. Será perfecto aquel que discreta y oportunamente hace las dos cosas.

APOLOGÍA DEL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO XIII


Capítulo 13

       Quizá me estéis preguntando ya: ¿Tratas ahora de ponderar tanto el esfuerzo del espíritu, que vas a condenar el trabajo manual impuesto por la Regla? En absoluto. Esto hay que hacerlo, pero sin descuidar lo otro. Y si es necesario dejar uno de los dos, habremos de quedarnos con lo espiritual y abandonar lo corporal. Por la superioridad del espíritu sobre el cuerpo, es más provechoso el ejercicio espiritual que el corporal. Y si tú, ensoberbecido por la observancia del trabajo, desprecias a los que no la cumplen, ya te estás delatando como inobservante, pues das importancia a lo secundario y eludes lo principal. Escucha al Apóstol: Ambicionad los dones más valiosos. 
  Al condenar a los hermanos por ensalzarte, en eso mismo estás perdiendo la humildad; por despreciarlos, te quedas sin amor. Y éstos sí que son los dones más valiosos. Tú castigas tu cuerpo con duros trabajos y mortificas sus miembros con los rigores de la Regla. Está muy bien. Pero ¿por qué juzgas al que no trabaja como tú? Si aunque se fatigue mucho menos por el esfuerzo corporal, útil, mas para poco tiempo, trabaja mucho más que tú en los ejercicios del espíritu. Y este trabajo es útil para todo. ¿Quién crees que cumple mejor la Regla? Pues el mejor monje. ¿Y quién es mejor: el más humilde o el más cansado? Será el que aprendió a ser sencillo y humilde como el Señor. El que, con María, escogió la mejor parte, que no se le quitará.

APOLOGÍA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO XII


Capítulo 12


   
       No obstante, se preguntan cómo pueden observar la Regla haciendo cosas que las prohíbe. Abrigarse con pellizas, tomar sin necesidad carne o grasa de carne, comer tres o cuatro veces al día, no dedicarse al trabajo manual, como está prescrito. Y otras muchas cosas que a su arbitrio cambian, añaden o mitigan. Todo eso está a la vista y no podemos negar que lo hagan. Pero escuchad la regla de Dios con la que no pueden discrepar las normas de San Benito. El reino de Dios está dentro de vosotros, es decir, no está en lo exterior, como son los alimentos corporales o los vestidos, sino en las virtudes del hombre interior. Por eso dice el Apóstol: No reina Dios por lo que uno come o bebe, sino por la honradez, la paz y la alegría que da el Espíritu Santo. E insiste: Dios no reina cuando se habla, sino cuando se actúa.
  Levantáis calumnias contra los hermanos a cuenta de sus observancias externas, y prescindís vosotros de lo que en la Regla tiene más importancia: las actitudes espirituales. Os tragáis un camello y coláis un mosquito. ¡Qué desfachatez! Os preocupáis hasta el máximo de cubrir el cuerpo según la Regla, y, en cambio, os importa muy poco que el alma ande desnuda, contra el espíritu de la Regla. Mucho afán por llevar túnica y cogulla sobre el cuerpo, cómo si el que no las llevara dejase  de ser monje, para prescindir luego interiormente de la comprensión y de la humildad, que son las verdaderas prendas  del alma.
   Inflados de orgullo por nuestras túnicas, aborrecemos las pellizas. Bastante mejor es la humildad cubierta con ellas que la soberbia bajo una simple túnica. El mismo Dios les hizo unas túnicas de piel a los primeros padres, y Juan en el desierto se vistió de pieles. Quien introdujo el uso de la túnica en la soledad se vistió también con pieles. Y por abstenernos de alimentos condimentados nos hinchamos de legumbres los estómagos y de soberbia los espíritus. Cuando sería preferible comer sobriamente manjares guisados que hartarse, hasta reventar, de flatulentas legumbres.
   Tampoco a Esaú se le recriminó el que comiera carnes, sino lentejas. Adán fue condenado no por comer carne, sino fruta. A Jonatán no le condenaron a muerte por probar carne, sino por saborear miel. Y al revés, Elías comió carne impunemente. Abrahán les obsequió a los ángeles sirviéndoles carne, y el mismo Dios mandó que  se le ofrecieran sacrificios  de animales.
   Es mejor tomar algo de vino para bienestar del estómago que ahogarse en agua por pura ansiedad. Ya Pablo aconsejaba a Timoteo que bebiera vino, y el mismo Señor lo tornaba, puesto que le acusaron de bebedor, y se lo dio a beber a los apóstoles e incluso con él instituyó el sacramento de su sangre. Ni tampoco consintió que en unas bodas tuvieran que pasarse con agua. Junto a las aguas de la contradicción castigó terriblemente la murmuración del pueblo. David temió beber el agua que tanto había anhelado. Los soldados de Gedeón, que por avidez se tumbaron para beber el agua del torrente, se hicieron indignos de participar en la batalla.
     ¿Y cómo os enorgullecéis tanto por vuestro trabajo manual, cuando Marta fue reprendida por afanarse de aquella manera, mientras María salía alabada por su quietud? ¿O no dice el Apóstol que el trabajo corporal es útil para poco tiempo y que, en cambio, la piedad es útil para siempre? Maravilloso trabajo aquel que hacía exclamar al profeta: He trabajado en mi llanto. Cuando me acuerdo de Dios me lleno de alegría y cobro aliento. Estas frases no puedes aplicarlas al trabajo corporal porque no es el cuerpo del profeta el que desfallece, sino su espíritu, pues se trata de un esfuerzo espiritual.

domingo, 14 de octubre de 2012

APOLOGÍA DIRIGIDA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO XI


Capítulo 11


     En primer lugar, ¿qué os importa a vosotros lo que hagan los demás siervos? Si se mantienen en pie o si caen, es cosa de su Señor. ¿Quién os ha nombrado jueces suyos? Además, si como dicen, presumís así de vuestra Orden, ¿qué clase de Orden es esa en la que, antes de quitar la viga de vuestro propio ojo, andáis rebuscando escrupulosamente la paja en el ojo del hermano? Los que os preciáis de guardar la Regla, ¿por qué murmuráis incumpliendo esa misma Regla? ¿Por qué contra lo que dicen el Evangelio y el Apóstol, juzgáis antes de tiempo a los otros siervos? ¿Acaso la Regla no coincide ni con el Evangelio ni con el Apóstol? Porque, en ese caso, la Regla dejaría de ser una regla, pues no sería justa. Escuchad y aprended lo que es la observancia, vosotros, los que contra toda observancia condenáis a los que pertenecen a otras observancias: Hipócrita, quítate primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la paja del ojo de tu hermano. ¿Me preguntas qué viga? Esa viga larga y gruesa es tu soberbia. Te crees algo y no eres nada; te engríes insensatamente como si fueras sensato, pero insultas frívolamente a los demás por sus insignificantes motas; y tú con tu viga a cuestas. 
   Llegas a decirle al Señor: Te doy gracias porque no soy como los demás, avaros, injustos, adúlteros. Sigue, sigue y ten valor para decirlo también: y detractores. No pienses que la detracción es la brizna más insignificante que llevas dentro de tu ojo. ¿Por qué has enumerado las otras tan pronto y te has callado ésta? Si crees que no es importante, escucha al Apóstol: Tampoco los detractores entrarán en el reino de los cielos. Oye también al mismo Dios amenazándote en el salmo: Te acusaré, te lo echaré en cara. Por el contexto anterior está muy claro que aquí se dirige contra el detractor. Al que apartando la vista de sus faltas se pone a escudriñar con toda curiosidad los vicios ajenos y no los propios, hay que hacerle volver su cabeza y obligarle a que se mire a sí mismo.

sábado, 13 de octubre de 2012

APOLOGÍA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO X


Capítulo 10


CONTRA LOS DETRACTORES


         
       Todo esto me obliga a pensar que algunos de nuestra Orden se olvidan de este mandato: No juzguéis nada antes de tiempo, esperad a que venga el Señor. El sacará a la luz lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto las intenciones del corazón. Me refiero a los que, según se dice, condenan a otras Ordenes, pretendiendo defender su propia santidad, cuando ellos no viven conforme a la santidad de Dios. Si es cierto, sepan que no son de nuestra Orden ni de ninguna otra. Porque vivirán materialmente conforme a la Regla, pero por su arrogante manera de hablar son ciudadanos de Babilonia, es decir, de la confusión. Aún más, son hijos de las tinieblas y del mismo infierno, donde no hay orden ninguno, sino horrores sempiternos.


  Me dirijo a vosotros, mis hermanos, que, aun después de escuchar la parábola del fariseo y el publicano, presumís de vuestra santidad y despreciáis a los demás. Según dicen, aseguráis que sólo vosotros sois justos y más perfectos que nadie; que sois los únicos monjes que viven según la Regla, pues fuera de vosotros todos son transgresores de la misma.

viernes, 12 de octubre de 2012

APOLOGÍA DIRIGIDA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO IX

Capítulo 9


    Además, a esa ciudad no se llega por un solo camino, porque tampoco es una sola la mansión a la que nos dirigimos, Cada uno verá por dónde se encamina, no sea que por la diversidad de sendas  se desvíe de la única santidad. Pero en cualquier aposento al que llegue recorriendo su camino, no se sentirá excluido de la casa del Padre, a no ser que se desvíe del camino que escogió. Cada estrella difiere de todas las demás por su esplendor. Lo mismo pasa en la resurrección de los muertos. Los justos resplandecerán todos como el sol en el reino del Padre. Y según la diferencia de sus méritos, unos brillarán más que otros. Méritos que no se han de medir como aquí, donde el hombre apenas los puede discernir por no ver más que lo exterior de las obras. Pero allí nada podrá impedir que se contemplen también los corazones, que han de quedar al descubierto en sus intenciones, cuando nazca el sol de justicia. Y así como ahora nadie se libra de su calor, tampoco entonces podrá esconderse nadie de su esplendor. Por otra parte, las obras externas casi siempre se juzgan peligrosamente por carecer de criterios ciertos. Muchas veces los que más cosas hacen no son los más santos. Aquí termina mi defensa.

miércoles, 10 de octubre de 2012

APOLOGÍA DIRIGIDA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO VIII


Capítulo 8



     Si me preguntasen por qué recomiendo todas las Ordenes y no las profeso todas, respondería que amo y alabo a todas, porque en todas se vive en el seno de la Iglesia justa y santamente. Pero sólo puedo abrazar una por la profesión; a todas las demás, con el amor. Con toda confianza puedo asegurar que este amor conseguirá que no me vea privado de los frutos de aquellos institutos en los que no vivo. Y más te diré. Anda con cautela, porque podría suceder que tú lucharas en vano. Pero siempre será imposible que yo ame inútilmente todo el bien que tú haces en tu Orden. Así es de confiado el amor. Uno puede trabajar en balde sin amor, y el otro amar sin esfuerzo alguno. El primero pierde todo lo que hace; el segundo, por su amor, nunca fracasa. No tiene por qué extrañarnos. Pues en este exilio en el que todavía peregrina la Iglesia tiene que haber en su seno, a la vez, como cierto pluralismo en la unidad, y cierta unidad en el pluralismo, ya que cuando lleguemos al reino de la Patria, encontraremos también como cierta disparidad en la igualdad. Por eso está escrito: la casa de mi Padre tiene muchos aposentos. Como allí hay muchas habitaciones en la misma casa, aquí hay muchas Ordenes en la misma Iglesia. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; allí hay diversidad de glorias, pero una misma casa. Aquí y allí, la unidad radica en que el amor es el mismo. Pero aquí hay diversidad de Ordenes, con una desigualdad notoria de observancia y obras, y allí subsiste una distinción clarísima de méritos, pero justa. 
   La misma Iglesia reconoce esta especie de concordia discordante o de discordia concorde cuando dice: me guía por senderos de justicia, haciendo honor a su nombre. Al decir senderos en plural y justicia en singular, tuvo presente la diversidad de obras y la unidad de quienes las realizan. Y presintiendo también la distinta unidad futura  de la gloria, canta alegre y devota: todas sus calles serán enlosadas de oro purísimo; en todos sus barrios se oirá cantar Aleluya. Porque donde leemos calles y barrios, se refiere a la diversidad de galardones y premios. Mas por el oro único metal que menciona para describir la belleza de la ciudad futura y por el único aleluya que allí se canta, debes pensar en la análoga hermosura de formas tan diversas y en la identidad de tantos espíritus por su igual adoración.

APOLOGÍA DIRIGIDA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO VII

Capítulo 7

       Formemos todos la misma túnica, para que sólo tengamos una, tejida por todos. Sí, una única entre todos. Aunque seamos muchos y muy distintos, para él sólo existe una paloma mía, hermosa mía y sin defecto. Por lo demás, ni yo solo ni tú sin mí, ni el otro sin nosotros dos, sino todos a la vez, tejemos esa túnica, si de verdad nos empeñamos en guardar la verdad con el vínculo de la paz. 
     No se puede decir que sólo nuestra Orden, ni sólo la vuestra exclusivamente, hacen esa unidad, sino la nuestra y la vuestra juntas. A menos que, Dios no lo quiera, con envidias y mutuas porfías nos mordamos unos a otros hasta destrozarnos. Si procedemos así, no podrá Pablo presentarnos juntos como una virgen intacta, para desposarnos con el único Esposo, Cristo. Por lo demás, la esposa sigue pidiéndonos en el Cantar de los Cantares: Poned un poco de orden en mi amor. Y aunque ya es una por el amor, está dividida en sus funciones. 
    De lo contrario, ¿qué podríamos deducir? ¿Que soy cisterciense? ¿Y por eso tengo que condenar a los cluniacenses? De ninguna manera, sino todo lo contrario: los amo, los alabo, les estimo en mucho. Quizá me repliques, ¿y por qué no abrazas esa Orden si tanto la alabas? Escúchame. Por aquello que dice el Apóstol: Porque todo está permitido, pero no todo conviene. No precisamente porque no sea una Orden noble y santa, sino porque yo era carnal y vendido al pecado; me sentía tan débil, que necesitaba una poción medicinal más fuerte. A las diversas enfermedades corresponden diversos remedios, y cuanto más fuertes sean ellas, éstos han de ser más eficaces. 
  Imagínate dos hombres enfermos, uno de fiebres tercianas, y otro de cuartanas. Y que el de las cuartanas le dijese al de las tercianas que tome agua, peras y otras cosas siempre frías, mientras él se abstiene de todo esto; sabe que el vino y todo lo demás debe tomárselo siempre caliente, porque así le va mejor para su enfermedad; ¿se podría censurarle porque le aconseja de esta manera? Y si el otro le dijera: ¿por qué no bebes tú agua cuando tanto me la recomiendas? Podría contestarle con toda razón: te la recomiendo noblemente, pero yo me abstengo de ella; no me conviene.

martes, 9 de octubre de 2012

APOLOGÍA DIRIGIDA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO VI

Capítulo 6


    Todo esto sucedió cuando se hizo obediente a su Padre hasta el extremo de entrar en el lagar de la cruz donde pisó las uvas él solo. Pues sólo su brazo le hizo valeroso, como él mismo lo dice: Yo logré escapar incólume. Levántale ya, Dios mío, sobre todos los seres y concédele el Nombre que sobrepasa a todo nombre, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo. Que suba a lo más alto llevando cautivos; que derrame sus dones sobre los hombres. ¿Qué dones son ésos? Dejará a su Esposa la Iglesia una prenda de su herencia definitiva: su mísera túnica. La túnica de varios colores, la túnica sin costuras, tejida de una pieza de arriba abajo, de colores muy vivos por la pluralidad  de Ordenes que en ella hay, diferentes por mil matices, pero sin costura por su indivisible unidad en el amor. 
  Si alguien se pregunta: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Que escuche la respuesta que le da la túnica de tantos colores. Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de servicios, pero el Señor es uno. Y después de enumerar los distintos carismas, como si fueran los diversos colores, para ver cómo está entretejida y demostrar que no tiene costura, porque es de una pieza, añade: Pero eso lo realiza el mismo Espíritu, que a cada uno le da lo que le parece. 
   El amor inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Que no se divida la Iglesia; que permanezca íntegra por derecho hereditario. Por eso, pensando en ella, quedó escrito: De pie a tu derecha está la reina con un vestido bordado en oro, enriquecido con diversas galas. 
     Y así, hemos recibido todos diversos dones, unos uno, otros otro. Los cluniacenses, los cistercienses, los clérigos regulares, todos los fieles del laicado, lo mismo que toda Orden, toda lengua, toda edad, todo sexo, todo estado de vida, en todo lugar y tiempo, desde el primer hombre hasta el último. Refiriéndose el profeta a esta túnica que llega hasta los talones, afirmó: Nada se libra de su calor; está a la medida exacta del que la va a llevar. Por eso dice, en otro lugar, la Escritura: Llega con vigor de extremo a extremo y todo lo alcanza con acierto.

lunes, 8 de octubre de 2012

APOLOGÍA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO V

Capítulo 5


       ¿O tenéis que pensar mal de mí por el mero hecho de ser monje en otra Orden? Pues por esa misma razón todos los que vivís según observancias distintas a las nuestras estáis lacerando también a nuestra Orden. Y, por lo mismo, tendríamos que creer que continentes y cónyuges se enfrentan mutuamente porque, al cumplir leyes distintas en el seno de la Iglesia, profesan estados de vida distintos. O habría que decir que  monjes y clérigos regulares se desacreditan entre sí sólo porque les separan sus observancias correspondientes. E incluso deberíamos suponer que Noé, Daniel y Job no podrán convivir juntos en un mismo reino, pues sabemos que llegaron a él por caminos muy distintos. En fin, que en el caso de Marta y María, o las dos o una de las dos necesariamente tuvieron que desagradar al Señor Salvador, pues ambas pretendieron complacerle sirviéndole de forma tan distinta. Con estos argumentos tendríamos que pensar que ni la Iglesia podría gozar de paz y concordia por la gran variedad de Ordenes tan distintas que la cortejan, como a aquella reina del salmo vestida de perlas y brocados. 
  Efectivamente, sería imposible vivir en ella con una paz tranquila, ni encontrar un estado de vida seguro, si cuantos se deciden por una Orden desprecian a todos los que viven en otra cualquiera o sospechan que son despreciados por las demás. Sólo cabría una solución imposible: que una misma persona entrara en todas las Ordenes o todos fueran a una misma Orden.       
   Mas no soy tan corto como para no reconocer la túnica de José; no la del que libró a Egipto, sino la del que salvó al mundo; y no del hambre corporal, sino de la muerte material y espiritual. Porque se la reconoce desde muy lejos. Está tejida de hilos muy distintos por su color, y su preciosa variedad la hace inconfundible. Además viene teñida de sangre; no  de cabrito, que simboliza el pecado, sino de cordero, que representa la inocencia. Y la sangre es suya, no ajena. Se trata del mansísimo Cordero, que enmudece no ante el esquilador, sino ante el verdugo. El no cometió pecado, pero arrancó los pecados del mundo. 
  Recordáis cómo enviaron emisarios a Jacob para decirle: Esto hemos encontrado. Mira a ver si es la túnica de tu hijo. Mira tú también, Señor, si ésta es la túnica de tu Hijo predilecto. Reconoce, Padre todopoderoso, la túnica de tantos colores que tejiste para tu Cristo, haciendo a unos apóstoles. a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, con otras muchas riquezas que acumulaste en sus preciosos atavíos para perfección consumada de los santos, hasta llegar a la edad adulta, a la medida de madurez de la plenitud de Cristo. Dígnate también, Dios mío, reconocer la púrpura que salpicó su preciosísima sangre con la que fue empapada, y admira en esta púrpura la noble señal y la impronta más victoriosa de la obediencia. ¿Por qué están rojos tus vestidos? Es que yo solo he pisado el lagar, y de otros pueblos nadie me ha ayudado.

domingo, 7 de octubre de 2012

APOLOGÍA DIRIGIDA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO IV



Capítulo 4



       ¿Quién ha podido sorprenderme jamás en una sola polémica o en una murmuración privada contra vuestra Orden? Ha sido para mí una gran alegría cuantas veces he tenido ocasión de encontrarme con cualquiera de vuestra Orden. Le he acogido con todo honor, le he tratado con gran deferencia y le he exhortado con toda sencillez. Siempre lo he dicho y la sostengo: lleváis una forma de vida santa, honesta, dechado de castidad, singular por su discreción, fundada por los Padres, inspirada en el Espíritu Santo, especialmente idónea para la salvación de las almas. ¿Y voy a condenar yo lo que así elogio? Recuerdo con agrado la acogida que se me dispensó como huésped en algunos monasterios vuestros. Que Dios recompense a sus siervos la bondad con que me abrumaron, enfermo como estoy, dispensándome más agasajos de los necesarios y una veneración sin duda mayor que la merecida por mí. Me encomendé a sus oraciones. Asistí a sus reuniones. Conversé con muchos, más de una vez, sobre las Escrituras y otros temas espirituales, comunitariamente en la sala capitular y privadamente en los locutorios.


   Pero nunca, ni en público ni en privado, he provocado a nadie para que abandonara su Orden y se pasara a la nuestra. Incluso puse gran afán, como bien lo sabéis, para que volviera a ella el hermano Nicolás, del monasterio de San Nicolás, y otros de los vuestros. Es más, disuadí con mis consejos y así impedí a dos abades de vuestra Orden que no depusieran sus cargos; voy a silenciar sus nombres, porque tú mismo los conoces y sabes la íntima amistad que me une con ellos. ¿Cómo pueden pensar y afirmar que condeno vuestra Orden, cuando a mis amigos les convenzo para que entren en ella, cuando le devuelvo los monjes que vienen a la nuestra y les pido con tanta insistencia que oren por mí, cosa que  cumplen tan devotamente?

sábado, 6 de octubre de 2012

APOLOGÍA DIRIGIDA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO III


 Capítulo 3



     Con doble  aflicción se verán afligidos los que así obran: aquí, angustiándose humanamente con la gloria temporal; en el futuro, viéndose arrastrar al suplicio eterno por su soberbia interior. Sufren con Cristo, pero no reinan con Cristo. Siguen a Cristo en su pobreza, pero no lo acompañarán a la gloria. En su camino beberán del torrente, pero no levantarán la cabeza en la Patria. Lloran ahora, pero no serán consolados mañana.



     Y se lo ganaron. Pues ¿cómo podrán coexistir la soberbia y los pañales de la humildad de Jesús? ¿Es que no tiene otra cosa con qué cubrirse la malicia humana sino con los fajos de la infancia del Salvador? Una arrogancia que siempre está fingiendo, ¿cómo podría acurrucarse en la estrechez del pesebre del Señor, para que allí sólo se oiga la maldad de su corazón y no los vagidos de la inocencia? Aquellos hombres tan soberbios del salmo, de cuyas carnes les rezuma la maldad, revestidos de su malicia y de su impiedad, ¿no están mucho más seguros que nosotros, agazapados en realidad tras una santidad ajena? ¿Quién es más impío: el que lo es públicamente o el que finge la santidad. Este último porque al añadir la mentira, duplica la impiedad. ¿Para qué seguir?



   Me temo que también sospechen de mí. Por supuesto, tú no, padre querido. Sé que me conoces bien; tan bien como un hombre puede darse a conocer en este lugar de tinieblas. Y además me consta que tú conoces cuál es mi opinión personal en todo este asunto. Te escribo esto pensando en aquellos que no me conocen como tú, ni me han escuchado nunca lo que desde hace tiempo venimos hablando los dos a solas. Y como yo no puedo andar justificándome ante cada uno, tú, de mi parte, y porque lo sabes de fuente directa por mí mismo, podrás convencerles con estas razones tan válidas que te doy-. No tengo reparo alguno en redactar y hacer públicos los temas de mis conversaciones íntimas contigo.

viernes, 5 de octubre de 2012

APOLOGÍA DIRIGIDA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO II


Capítulo 2

    Desgraciado de mí, que con esfuerzos inauditos me las ingenio para no ser, o, al menos, aparentar que no soy como los demás. Total para merecer una remuneración o hasta un castigo más duro que cualquier otro hombre. Como para pensar que fuimos incapaces de encontrar otro camino más cómodo para precipitarnos en el infierno. Y si tuviéramos que caer en él sin remedio, ¿por qué no suavizar más aún ese mismo camino por el que tantos van caminando? Me refiero al camino ancho que lleva a la muerte. Así, por lo menos, iríamos desde el placer y no desde el llanto a las penas eternas. ¡Cuánto más felices son los que no piensan en la muerte, están sanos y orondos, no pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás! Son pecadores, y aunque están condenados a perpetuo tormento por sus placeres temporales, siquiera gozaron ya en este mundo de copiosas riquezas. ¡Desgraciados los que llevan la cruz, no como llevó el Salvador la suya, sino como el cireneo aquel la ajena! ¡Pobres aquellos citaristas que tocan sus cítaras, no como los del Apocalipsis, que tocaron las suya; propias, sino, como unos hipócritas, las ajenas! ¡Desgraciados una y mil veces los que llevan la cruz de Cristo y no siguen a Cristo, porque participan efectivamente de sus sufrimientos, pero se resisten a imitar su humildad!

miércoles, 3 de octubre de 2012

APOLOGÍA DIRIGIDA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO I



APOLOGÍA DIRIGIDA AL ABAD GUILLERMO



Al venerable padre Guillermo, el hermano Bernardo, inútil siervo de los hermanos que viven en Claraval, le saluda en el Señor.



Capítulo 1


       Hasta ahora, siempre que me has pedido redactar algo, me he negado o lo he aceptado a la fuerza. Y no por menosprecio, sino por cierta timidez para meterme en ámbitos desconocidos para mí. Pero esta vez hay una razón que me impele a hacerlo y disipa todos mis temores. Y, bien que mal, me siento obligado a desahogar mi propio dolor alentado por la misma necesidad de tener que hacerlo. Porque me resulta insoportable estar oyendo las quejas que tenéis contra nosotros y callarme.


  Se nos acusa de que somos los hombres más miserables, vestidos de andrajos y ceñidos con un vulgar cordón y, sin embargo, nos permitimos juzgar al mundo desde nuestras cavernas, como alguien se deja decir. Pero entre todas las acusaciones hay una que no podemos tolerar que estamos desacreditando incluso a vuestra gloriosísima Orden; que llegamos hasta el descaro de difamar a sus santos monjes, que en ella llevan una vida encomiable; que insultamos desde las sombras de nuestra indignidad a los que son faros del mundo.

   ¿Será posible? ¡Que nosotros andemos propalando no ya la explosión de la invectiva, sino el susurro de la  detracción! Como si, más que lobos voraces camuflados con pieles de ovejas, fuéramos pulgas molestas o, peor todavía, carcomas demoledoras que no tenemos el coraje de dar la cara y solapadamente corroemos la vida de unos monjes ejemplares.


   Si todo esto fuera verdad, ¿de qué nos valdría que nos mortifiquemos en vano todo el día y se nos tenga por ovejas para el matadero? Pienso que, si con esta jactancia de fariseos despreciáramos a los demás y, lo que todavía es mayor soberbia, a quienes son mejores que nosotros, ¿de qué nos serviría una sobriedad tan austera en nuestras comidas, una pobreza tan notable en el hábito que vestimos, tantos sudores en el diario trabajo manual, tanto rigor de ayunos y vigilias constantes, una vida monástica tan especial y tan dura, si al fin todo lo hacemos para ser admirados por los hombres? Cristo mismo nos juzga: En verdad os digo, ya recibieron su recompensa. Y si tenemos puesta la confianza en Cristo sólo para este mundo, ¿no somos entre todos los hombres los más dignos de lástima? Porque sólo esperamos en Cristo para esta vida si es que únicamente buscamos como recompensa por  el  servicio de Cristo la gloria temporal.

LIBRO DE GRACIA Y DEL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO LI (ÚLTIMO CAPÍTULO DE LA OBRA)


Capítulo 51


    Mas si ni siquiera, la misma voluntad, de la que depende todo el mérito, es de Pablo, ¿Como afirma él que le aguarda una corona merecida en justicia? ¿Se puede elegir en justicia y con derecho lo que ha sido prometido gratuitamente? 
   LA CORONA QUE ESPERA PABLO SE DEBE A LA JUSTICIA DE DIOS Y NO A LA SUYA -El mismo nos dice: sé de quién me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar el encargo que me dio. Su encargo es la promesa de Dios. Y como se fió del que le hizo la promesa, reclama con confianza lo prometido. Una promesa que procede de la misericordia y se cumple con un acto de justicia. La corona, pues, que Pablo es era es una corona de justicia; pero de la justicia de Dios, no de la suya. Es justo que Dios pague lo que debe, y como lo ha prometido, por eso lo debe. La justicia en que se apoya el Apóstol es la promesa de Dios. Si quisiera valorar la suya propia despreciando la de Dios, no se sometería a ésta, de la cual fue hecho partícipe por gracia, a fin de merecer el premio. Dios le hizo partícipe de su justicia y merecedor de la corona al dignarse contar con él como colaborador en las obras a las cuales había prometido la corona. Y le hizo su colaborador al darle la facultad de querer y de consentir a su voluntad. 
     La voluntad divina se convierte así en ayuda, y esta ayuda hace merecer el premio. Por lo tanto, si el querer viene de Dios, también el premio. No hay duda que es Dios quien actúa en el querer y en el obrar de la buena voluntad. Dios es, pues el autor del mérito. El hace que la voluntad se entregue a a obra y descubre la obra buena a la misma voluntad. Y si queremos dar nombres más exactos a lo que llamamos méritos nuestros, podemos llamarlos también semillas de esperanza, incentivos de la caridad, signos de una misteriosa predestinación, presagios de la futuro felicidad y caminos del reino. Pero nunca definirlos como derechos a poseer el reino. En una palabra: no glorificó a los que encontró justos, sino a los que justificó.

martes, 2 de octubre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO L


Capítulo 50


    Como todo esto lo va realizando en nosotros el Espíritu divino, son dones de Dios. Y cómo se realizan con el asentimiento de nuestra voluntad, también son méritos nuestros. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará de vosotros. El Apóstol añade: ¿Buscáis una prueba de que Cristo habla por mí? Si en Pablo habla Cristo o el Espíritu Santo, ¿no obrará también uno u otro en él? Yo no hablo de cosas, dice, que Cristo no haya obrado por mí. Entonces, ¿Que? Si las palabras y las obras de Pablo no son de Pablo, sino de Dios que habla en Pablo u obra por medio de Pablo, ¿Dónde están sus méritos? ¿Por qué afirma tan seguro: He competido en noble lucha, he corrido basta la meta, me be mantenido fiel. Ahora ya me aguarda la merecida corona con la que el Señor, juez Justo, me premiará el último día? ¿Acaso cree que ha merecido la corona porque todo eso se hacía por sus medios? También hay muchas cosas buenas que se hacen por medio de los ángeles u hombres malos y no merecen nada por ellas. Quizá lo diga porque se hacían en virtud de su buena voluntad, pues dice: Si predico el Evangelio a pesar mío, soy un mero administrador; pero si lo hago por mi voluntad, tendré mérito.

lunes, 1 de octubre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XLIX


Capítulo 49


    Quienes piensan rectamente no atribuyen estas tres operaciones al libre albedrío, sino a la gracia de Dios en ellos. La primera obra de la gracia es la creación, la segunda la reformación y la tercera la consumación. Primeramente hemos sido creados en Cristo y dotados de libre voluntad. Después Cristo nos transforma en virtud del espíritu de libertad. Y, finalmente, la consumación  en Cristo y con Cristo, en la eternidad. Fue preciso que lo que no existía fuera creado en Aquel que existía. Y que lo que estaba deforme fuera reformado por aquel que era la forma. Los miembros alcanzarán su plenitud unidos a su cabeza. Todo ello tendrá lugar cuando lleguemos a ser el varón perfecto, cuando alcancemos la medida que corresponde a la plenitud de Cristo, cuando se manifieste nuestra vida y nos manifestemos también nosotros gloriosos con él. 
   Según todo esto, la consumación ha de suceder en nosotros y de nosotros, mas no por nosotros. La creación se ha hecho son nosotros. Solamente en la re-formación tenemos mérito, puesto que de algún modo se hace con nosotros, es decir, mediante el consentimiento  e nuestra voluntad. 
   LA INTENCION, EL AFECTO Y LA MEMORIA.-Estos méritos provienen de nuestros ayunos y vigilias, de la continencia y de las obras de misericordia, así como de todas las prácticas virtuosas. Sabemos que mediante ellas nuestro hombre interior se renueva de día en día, a medida que nuestras intenciones -siempre encorvadas hacia los cuidados terrenos- se yerguen poco a poco desde  el abismo hasta el cielo. Y nuestros afectos, siempre hambrientos de goces carnales, se robustecen en el amor del espíritu. Por, otra parte, nuestra memoria -manchada por las impurezas de las culpas pasadas- se goza diariamente adorna a de sus nuevas y buenas acciones. En estas tres realidades consiste a renovación interior: en la rectitud de la intención, la pureza de de los afectos y el recuerdo de las buenas obras, que dan a la  memoria seguridad y entusiasmo.