Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

martes, 10 de septiembre de 2013

CARTA A ANDRES DE MONTBARD



La carta que me enviaste hace poco la recibí en el lecho de la enfermedad. La acogí con las manos abiertas, la leí con gozo y la volví a leer con alegría; pero me habría regocijado mucho más viéndote a ti. En ella he leído el deseo que tienes de verme, y también tu miedo ante el peligro en que se halla la tierra honrada con la presencia del Señor, y la ciudad consagrada con su sangre. ¡Ay de nuestros príncipe! No han actuado bien en la tierra del Señor, y al volver rápidamente a su patria no cesan de practicar el mal ni les duele el desastre de José. Son muy fuertes para hacer el mal e incapaces de realizar el bien. Confiamos, sin embargo, que el Señor no rechazará a su pueblo ni abandonará su heredad. La diestra del Señor hará proezas y desplegará su poder para hacer saber a todos que es mejor confiar en el Señor que fiarse de los jefes.
Haces muy bien en compararte a la hormiga. ¿Qué otra cosas somos los hombres y los habitantes del orbe sino unas hormigas que nos agotamos en fruslerías y vanidades? ¿Qué fruto saca el hombre de todas las fatigas que le agotan bajo el sol? Elevémonos, por tanto, sobre el sol y vivamos en el cielos, anticipándonos ya con la mente adonde iremos también con el cuerpo. Allí, querido Andrés, allí están los frutos de tu trabajo, allí tu recompensa. Luchas bajo el sol, pero lo haces por aquel que reina encima del sol. Luchemos aquí y esperemos allí el premio. La soldada de nuestra milicia no es de la tierra, no es de aquí abajo: es inmensa, supera todas las perlas del mundo. Bajo el sol reina la escasez, y más arriba del sol la abundancia. Nos darán una medida generosa, colmada, remecida y rebosante.
Deseas verme y dices que depende de mi decisión el que se cumpla tu deseo. Añades que sólo esperas mi mandato. ¿Qué quieres que te diga? Deseo que vengas y temo tu venida. Ante la perplejidad de querer y no querer, las dos cosas tiran de mí y no sé que elegir. Por una parte quiero satisfacer tu deseo y también el mío; y por otro lado puede más el gran prestigio que ahí tienes y el hecho de ser considerado tan necesario en esa tierra, que tu ausencia, según se dice, traería grandes peligros. Así pues, como no puedo mandarte nada, opto por verte antes de morir. Tú puedes ver y juzgar mejor cómo venir sin causar escándalo a ese pueblo. Y tal vez tu venida no será completamente inútil. Es posible que, con la ayuda de Dios, habría algunas personas que te acompañarían a socorrer a la Iglesia de Dios cuando regesaras de nuevo allá, porque eres muy conocido y estimado aquí. Dios puede hacer que digas lo mismo que el santo patriarca Jacob: Con mi bastón pasé este Jordán y ahora llevo dos caravanas.
En una palabras: si vas a venir, no tardes, no sea que al llegar ya no me encuentres. Me estoy consumiendo y creo que no permaneceré mucho tiempo en este mundo. ¿Quién me regalará, al menor por un momento, el consuelo de tu amable y dulce presencia, en la voluntad de Dios, antes de partir? He escrito a la reina, como me pedías, y me alegra el buen testimonio que me das de ella. Saluda de mi parte, en el Señor, al Maestre y a todos vuestros hermanos del Templo y a los del Hospital. Me encomiendo a las oraciones de los cautivos y de los hombres piadosos, y cuando te sea posible salúdalos de mi parte en el Señor. Represéntame ante ellos. Saludo también con gran afecto y respeto a nuestro Gerardo, que vivió hace tiempo con nosotros y ahora, según me dicen, ha sido elegido obispo.

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