Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

viernes, 24 de mayo de 2013

SOBRE LOS OBISPOS: CAPÍTULO XVII


De la virtud de la humildad necesaria a todos, pero particularmente a los prelados

Ya de las tres cosas que propusimos arriba, sólo es la humildad (sino me engaño) la que nos resta por tratar ahora. De tal modo es necesaria a las dos virtudes dichas, que sin la humildad ni aún parece que son virtudes. A la verdad, la humildad es la que merece, que la castidad, o caridad nos sean dadas: porque a los humildes da Dios su gracia. La humildad, pues, recibe las otras virtudes y después de recibirla las guarda, porque no reposa el Espíritu Santo sino sobre el humilde y quieto; después de guardarla las consuma, porque la virtud se perfecciona en la enfermedad, esto es, en la humildad. Ella combate a la enemiga de toda gracia y principio de todo pecado, que es la soberbia, y aleja tanto de si misma, como de las demás virtudes, su altiva tiranía. Porque, cuando con ocasión de otros cualesquiera bienes suele la soberbia recibir aumento de sus fuerzas sobre esta como un baluarte, y torre de las virtudes, resiste valerosamente a su malicia, y sale al encuentro de su presunción. Sólo ella, finalmente, es, de las que María llena de todas las virtudes. Juzgo se debía gloriar: pues habiendo oído del Ángel: Dios te salve, lena de gracia, como si de aquella plenitud sólo reconociera en sí la humildad, solo con esta, como se refiere, correspondió y explicó su agradecimiento a tanta gracia, diciendo: Miró Dios la humildad de su sierva.
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