Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

viernes, 25 de mayo de 2012

CAPÍTULO XXI: SOBRE LOS GRADOS DE HUMILDAD Y DE ORGULLO

Capítulo  21


     Primero el Hijo, la Palabra y la sabiduría de Dios Padre, cuando ve esa potencia de nuestra alma llamada razón abatida por la carne, prisionera del pecado, cegada por la ignorancia y entregada a las cosas exteriores, la toma con clemencia, la levanta con fortaleza, la instruye con prudencia y la hace entrar dentro de sí misma. Y revistiéndola con sus mismos poderes de forma maravillosa, la constituye juez de sí misma. La razón es a la vez acusadora, testigo y tribunal; desempeña frente a sí misma la función de la verdad.


     De esta primera unión entre la Palabra y la razón nace la humildad. Luego el Espíritu Santo se digna visitar ia otra potencia llamada voluntad, todavía influenciada  por el veneno de la carne, pero  ya ilustrada por la razón. El Espíritu la purifica con suavidad, la sella con su fuego volviéndola misericordiosa. Lo mismo que una piel, empapada por un líquido, se estira, la voluntad, bañada por la unción celestial, se despliega por el amor hasta sus mismos enemigos. De esta segunda unión del Espíritu Santo con la voluntad humana nace la caridad. Fijémonos todavía en estas dos potencias, la razón y la voluntad. La razón se siente instruida por la palabra de la verdad ; la voluntad, por el Espíritu de la verdad. La razón es rociada por el hisopo de la humildad; la voluntad, abrasada con el fuego de la caridad. Ambas Juntas son el alma perfecta, sin mancha, a causa de la humildad; y sin arruga, por causa de la caridad. Cuando la voluntad ya no resista a la razón ni la razón encubra a la verdad, el Padre se unirá a ellas como a una gloriosa esposa. Entonces la razón ya no podrá pensar de sí misma, ni la voluntad juzgar al prójimo, pues ese alma dichosa sólo encuentra consuelo repitiendo: El rey me ha introducido en su cámara .


     Ya ha sido digna de superar la escuela de la humildad. Aquí, enseñada por el Hijo, aprendió a entrar en sí misma, según aquella advertencia que le habían insinuado: Si no te conoces, vete y apacienta tus cabritos. Ha sido digna, repito, de pasar de la escuela de la humildad a las despensas de la caridad, que son los corazones de los prójimos. El Espíritu Santo la ha guiado e introducido a través del sello del amor. Se alimenta con pasas y se robustece con manzanas, las buenas costumbres y las santas virtudes. Por fin, se le abre la cámara del rey, por cuyo amor desfallece.

     Allí, en medio de un gran silencio que reina en el cielo por espacio de media hora, descansa dulcemente entre los deseados abrazos, y se duerme; pero su corazón vigila. Allí ve realidades invisibles, oye cosas inefables que el hombre no puede ni balbucir  que excede a toda la ciencia que la noche susurra a la noche. Sin embargo, el día a día le pasa su mensaje; y por eso es lícito comunicarse la sabiduría entre los sabios y compartir lo espiritual con los espirituales.

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