Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

jueves, 31 de enero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XII



En consecuencia, no recibas sin más a quienes lo solicitan afanosamente; admite a los indecisos y a los que rechazan estos cargos; a ésos debes obligarles a entrar. A mi parecer, en esos últimos podrás descansar tranquilo. Nunca serán altaneros, sino respetuosos y comedidos; a nadie temerán sino a Dios y todo lo esperarán de Dios. No tendrán en cuenta las riquezas de los que a ellos acudan, sino sus necesidades. Se mostrarán valientes en la defensa de los oprimidos y juzgarán a los pobres con justicia. Serán íntegros y  de probada santidad; dispuestos siempre a obedecer, resignados en sus sufrimientos, sumisos a la disciplina, estrictos en la censura, católicos por su fe, fieles en la administración, artífices de la paz, colaboradores de la unidad, rectos en sus juicios, prudentes en sus consejos, moderados en sus ordenes, hábiles en sus disposiciones, activos en su trabajo, discretos en su conversación, perseverantes en la adversidad, piadosos en la prosperidad, sobrios con sus pasiones, generosos en su misericordia, ocupados en sus ocios, mensurados en su hospitalidad, frugales en los convites, desinteresados para su economía familiar, respetuosos de la ajena, buenos administradores de la suya, siempre y en todas sus cosas circunspectos. 
No se negarán a rehusar que se les nombre embajadores de Cristo siempre que fuera preciso, ni lo ansiarán cuando no se les designe para ello. Tampoco rechazarán lo que antes rehusaron con toda sencillez. Los nuncios no irán tras el oro y seguirán las huellas de Cristo. No codiciarán el lucro en su misión, ni exigirán que se les dé nada, porque sólo buscarán la eficacia de su ministerio. Se presentarán ante los reyes como Juan, ante los egipcios como Moisés, ante los fornicarios como Fineés, ante los idólatras como Elías, ante los avaros como Eliseo, ante los simoníacos como Pedro, ante los blasfemos como Pablo, ante los traficantes como Cristo. No despreciarán al pueblo, porque lo instruirán. No pueden halagar a los ricos, sino atemorizarlos; ni gravar más a los oprimidos, sino ayudarlos. No se intimidarán con las amenazas de los príncipes, porque las despreciarán. A donde vayan llegarán sin estrépito y marcharán en paz. No saquearán las iglesias y atenderán a su restauración. No esquilmarán las bolsas, sino que confortarán los corazones y corregirán los vicios: Cultivarán su propia fama sin envidiar la ajena. Pondrán todo su empeño en orar y habituarse a la oración, fiándose en todo mucho más de su espíritu de oración que de sus cualidades personales y de su esfuerzo. 
Sea pacífica su entrada y sencilla su salida. Sus palabras serán edificantes, su vida honrada, su presencia grata, su recuerdo mil veces bendito. Amables, pero no de boquilla, sino con la verdad de sus obras. Se harán respetar por su género de vida y no por su soberbia. Con los sencillos serán sencillos y con los inocentes serán inocentes. Reprenderán duramente a los empedernidos, se opondrán a los malvados y a los soberbios les pasarán su merecido. No se consumirán por hacerse ricos ellos y sus familias a costa de lo que se reserva para las viudas y con el patrimonio del Crucificado; de balde dan lo que de balde recibieron, haciendo justicia desinteresadamente y defendiendo a todos los oprimidos, para tomar venganza de los pueblos y aplicar el castigo a las naciones. Deben participar claramente del espíritu que tú posees como los setenta dirigentes de Moisés, y, en tu presencia o en tu ausencia, sólo se esforzarán por complacerte complaciendo a Dios. Volverán a ti fatigados, pero no agotados; satisfechos, no de las cosas raras y preciosas que traen consigo, sino de haber dejado la paz en los reinos, la ley a los incultos, la tranquilidad en los monasterios, el orden en las iglesias, la disciplina entre los clérigos y un pueblo grato a Dios, entregado a hacer el bien.

miércoles, 30 de enero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XI



Excluido ya todo este tipo pestilente de personas, pon todo tu empeño en buscar a gentes de las que luego no debas arrepentirte por haberlas admitido. Te honraría muy poco estar siempre retractándote de lo que ya has hecho; no es conveniente que tus decisiones se desacrediten con tanta frecuencia. Cuando debas tomar una resolución, piénsalo contigo mismo y con los que te aprecian de verdad. Medítalo detenidamente antes; que después siempre llega tarde la retractación. Es un consejo del sabio: hazlo todo con consejo, y, después de verlo, no te arrepentirás. 
Y convéncete: es muy difícil probar bien dentro de la curia a los que van a ser admitidos. Por eso, si es factible, resulta mejor elegir a personas ya probadas y no a prueba. Nosotros recibimos en los monasterios a todos con la esperanza de que sean mejores más tarde. Pero la tradición de la curia fue recibir a los que ya son perfectos y no pretender hacerlos después. La experiencia dice que fueron más los buenos que dejaron de serlo y menos los malos que se corrigieron. Por eso es preferible buscar personas ya perfectas, cuyos fallos no se teman, porque ya no hay necesidad de fiarse de su progreso.

martes, 29 de enero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO X



Cuando adviertas que se te ablanda el corazón con los halagos de esa gente, como suele suceder, recuerda aquello del Evangelio: todo el mundo sirve primero el vino bueno y cuando la gente está bebida  el peor. Captarás con la misma lucidez la verdadera humildad del temeroso y la del que solamente espera algo de ti. Es típico del astuto y encubridor fingir humildad cuando desea conseguir una cosa. Dice de ellos la Escritura: Hay quien se humilla falsamente y sus entrañas revientan de engaño. Tú mismo puedes comprobar la verdad de esta sentencia, pues claramente la percibes a diario en tu curia. ¡A cuántos que admitiste por puro favor, tienes que soportar ahora su dureza, insolencia, rebeldía y contumacia! La maldad que encubren al principio sale después a relucir. Cuando veas a un jovenzuelo charlatán y amigo de discursear, pero vacío de saber, tenlo sin más por enemigo de la justicia. A propósito de estos falsos hermanos, te recomienda el Maestro: A ninguno le impongas las manos a la ligera.

lunes, 28 de enero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO IX


Capítulo 9



LOS ASISTENTES Y COLABORADORES QUE DEBE ELEGIR PARA SI


Vamos a tratar ahora de tus asistentes y colaboradores. Son tus más adictos, tus más íntimos. Si son virtuosos, serán extraordinarios para ti; de lo contrario, pésimos. Cuando te duele un costado, no puedes decir que te encuentras bien. Es decir, no creas que eres bueno si te apoyas en los malos. Porque tu bondad, ella sola, a nadie beneficia, conforme lo expuse en el libro anterior. Tu justicia personal no puede solucionar nada a las iglesias cuando prevalece la sentencia de otros que no piensan como tú. Por otra parte, rodeado de esa gente, ni siquiera puedes estar seguro de tu bondad, como si tuvieras cerca de ti una serpiente. Si nos amenaza un mal interno, de nada nos sirve refugiarse. Al revés, el ambiente familiar es una ayuda continua si es benigno. En todo caso, te alivien o te abrumen, todo dependerá exclusivamente de ti, porque tú los elegiste o los admitiste. Claro es que no me refiero a todos. Algunos te eligieron a ti, y no al revés. Pero sólo gozan de la competencia  que tú les hayas concedido o permitido. Así  que estamos en  las mismas. Tú eres el único responsable de todo cuanto debas sufrir por culpa de quienes sin ti nada pueden decir. Prescindiendo ya de éstos, como puedes ver, no obres a la ligera cuando tengas que seleccionar o reunir a los demás colaboradores para desempeñar sus oficios. 
A ejemplo de Moisés, debes llamarlos de donde sea y rodearte de ancianos, no de jóvenes; pero que sean ancianos no tanto por su edad como por su vida y costumbres. Debes conocerlos bien para constituirlos ancianos del pueblo. ¿Y por qué no elegirlos de todo el orbe, si han de juzgar al orbe entero? Importa mucho que en su designación no te veas obligado a elegir a nadie porque te lo soliciten o te lo recomienden; debes decidir por propia deliberación y no por influencias. Hay cosas que no pueden denegarse, porque nos las arrancan a fuerza de insistencias o por la extrema necesidad del que la pide. Pero sólo si se trata de asuntos exclusivamente personales. Cuando no puedo hacer lo que a mí me gustaría, ¿le quedará alguna posibilidad al que lo solicita? Sólo si se limita a desear, no ya la concesión de lo que él pide, sino que yo pueda lícitamente querer lo que solicita. Unos piden ese favor para sí mismos y otros para los demás. No te fíes simplemente de los que te son recomendados; y el que directamente pide para sí, ya está juzgado. Poco importa que lo solicite por sí mismo o se sirva de una recomendación. De un clérigo que frecuente mucho la curia sin pertenecer a ella, ya puedes imaginarte, sin más, que es de la misma calaña que los ambiciosos. Aunque no te pida nada, piensa que algo busca de ti ese adulador que a todos da la razón. Y ten cuidado con el escorpión que se presenta de cara, porque punza con la cola.

domingo, 27 de enero de 2013

CONSIDERACIONES: LIBRO IV. CAPÍTULO VIII


Capítulo 8



Replicarás: Yo no valgo más que mis padres. ¿Hizo caso este pueblo exasperante a alguno de ellos? Si hasta los escarnecieron. Por eso mismo debes esforzarte más, por si te escuchan y los reconcilias; si se te resisten, debes insistir de mil maneras. Tal vez sea un exagerado. Pero no lo digo yo: Insiste a tiempo y a destiempo. Si te empeñas, sigue tomándolo como una exageración. Pero al profeta se le requiere: Grita a voz en cuello, sin cesar. ¿A quiénes sino a los malvados y pecadores? Denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob superados. Fíjate en este matiz: les trata a la vez como criminales y como pueblo de Dios. Así debes pensar tú de los tuyos. Aunque sean malvados e inicuos, considéralo bien, no sea que un día te digan: Cada vez que dejasteis de hacerlo con uno de esos más humildes, dejasteis de hacerlo conmigo. Reconozco que hasta ahora ese pueblo se ha mostrado terco y de corazón indómito. Pero no puedes tener la certeza de que además es indomable.
Queda la posibilidad de que suceda lo que nunca ha ocurrido. Tú desconfiarás; pero nada hay imposible para Dios. Si son de dura cerviz, sé tú tan terco como ellos. Nada hay tan resistente que no ceda ante otra cosa más dura. Por eso dice el Señor al mismo profeta: Hago tu rostro tan duro como el de ellos. Solamente podrás excusarte si has tratado a tu pueblo de tal manera que puedas decirle de verdad: ¿Qué más cabría hacer por mi pueblo que no lo haya hecho? Si te entregaste hasta ese extremo y no conseguiste nada, al fin debes proponerte y realizar lo que dice la Escritura: sal de Ur de los caldeos, añadiendo: porque también a los otros pueblos tengo que anunciarle el reino de Dios. Espero  que no te pese tanto un destierro en el que cambias el mundo entero por la Urbe.

sábado, 26 de enero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO VII


Capítulo 7



Dirás que te mando apacentar escorpiones y no ovejas. Razón de más para que lo intentes, pero con tu persuasión; no con las armas. ¿para qué vas a tomar de nuevo la  espada, si ya una vez te mandaron envainarla? Con todo, si alguien negase que es tuya, creo que no ha comprendido bien la palabra del Señor: Mete la espada en su vaina. Porque repito que es tuya puede ser desenvainada quizá con tu consentimiento, aunque no por ti mismo. Si no fuese tuya en ningún sentido, cuando los apóstoles le dijeron al Señor: Aquí hay dos espadas, no hubiera respondido: Ya basta, sino: sobran. Por tanto, la Iglesia puede poseer las dos espadas, la espiritual y la material. Esta para que la defiendan y la otra para usarla ella misma; una la esgrime únicamente el sacerdote, y la segunda el militar con el consentimiento del pontífice y por orden del emperador. De esto ya traté en otro lugar. Tú empuña ahora la que has recibido para herir; hiere para salvarlos, si no a todos o a muchos, al menos a los que puedas.

viernes, 25 de enero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO VI



QUE PREDIQUE A LOS DEMÁS CON SU VIDA



Y tú, ¿en qué piensas? ¿aún no te has enterado de que te envuelven las redes de la muerte? Te suplico que te contengas un poco y me soportes. Más aún: discúlpame que te hable ahora respetuosamente, pero sin ligereza alguna. Me consume el deseo de tu bien. Ojalá que esta impetuosidad mía te sirva de algo. Sé dónde vives; conviven contigo hombres incrédulos y rebeldes. Son lobos y no ovejas; pero eres su pastor. No lo niegues, no sea que sentándote en su sede, te rechace como heredero. Vives junto al sepulcro de Pedro. El jamás se presentó vestido de sedas, cargado de joyas, cubierto de oro sobre blanco corcel, escoltado por soldados y acompañado de aparatoso séquito. Pero desnudo de todo, tuvo suficiente fe para creer que podría cumplir el mandato salvador: Si me amas, apacienta mis ovejas. 
Es como para pensar que tú no eres el sucesor de Pedro, sino del emperador Constantino. Te aconsejo que a lo más toleres esas costumbres, porque así lo han impuesto los tiempos pero que no las apetezcas como algo que te corresponde. Prefiero exhortarte a que cumplas las obligaciones que has contraído. Aunque te vistas de púrpura, aunque lleves oro encima, no tienes por qué rehuir el trabajo y la solicitud pastoral, heredero como eres del Pastor: no debes avergonzarte de anunciar el Evangelio. Al contrario, si evangelizas celosamente, participarás de la misma gloria de los apóstoles. Evangelizar es como apacentar. Cumple tu misión de evangelista y así llevarás a cabo tu oficio  de pastor.

jueves, 24 de enero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO V



Volvamos a nuestro esquema. ¿Qué es eso de comprar con despojos de las Iglesias a las gentes  que te vitorean a tu paso por las calles de los ricos, arrojándoles el sustento a los pobres? Brilla en el lodo la plata y se abalanzan todos a por ella; pero no la atrapa el más necesitado, sino el más fuerte ágil. No iniciaste tú esta mala costumbre o, más bien, esta desgracia. Pero ojalá acabases con ella. Prosigamos. Entre esta algarabía se destaca tu figura cuando avanzas vestido de tisú de oro rodeado del más vivo colorido. ¿Ganan algo con ello tus ovejas? Si tuviese valor, te diría que estos pastos les agradan más a los demonios que a ellas. ¿Hacia eso Pedro, se entretenía así Pablo? 
Como puedes comprobar, todo el celo de los eclesiásticos se agota únicamente en defender su dignidad personal. Todo se va en honores; casi nadie se empeña en la propia santidad. Si alguna vez, por requerirlo las circunstancias, intentas ser más sencillo y accesible, escucharás en seguida: Cuidado. No está bien, no es propio de nuestros tiempos, no corresponde a tu grandeza; lleva cuenta del cargo que representas. Lo último que mencionen será la voluntad de Dios. Viven totalmente despreocupados de su salvación, como si creyésemos que las grandezas pueden salvarnos o pensáramos que es justo todo lo que satisface a la vanagloria. Lo humilde es juzgado en tu corte como una abyección; por eso encontrarás antes al sencillo que a quien desee parecerlo. El temor de Dios se considera como una simpleza, por no decir como una necedad. Llaman hipócrita al comedido y al hombre de conciencia. Al que ama la paz y se reserva un tiempo para su espíritu lo tienen por inútil.

miércoles, 23 de enero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO IV


Capítulo 4



Yo me pregunto quién vive hoy así. Se impuso algo totalmente distinto; el estímulo ha girado en dirección opuesta y ojalá hubiera sido para superarles. No es que haya desaparecido el afán, la ansiedad, la emulación y la inquietud; no han disminuido, pero han cambiado de objeto. Soy testigo de que no regateas más que antes los gastos. Mas la diferencia se ve claramente en su empleo tan diverso. ¡Gran abuso! Son muy pocos los que atienden a tu voz de legislador, pero casi todos se fijan sólo en tus manos. Y con razón: porque ellas administran los bienes pontificios. ¿Puedes citarme entre todos los habitantes de esa gran Urbe uno solo que no te haya acogido como papa por algún favor recibido o por la esperanza de conseguirlo? Cuanto más alardean de ser siervos tuyos, mayor es su comezón por el ansia de poder. Prometen fidelidad y se valen de su influencia para atropellar más libremente a quienes se fían de ellos. Dan por hecho que nunca deberían ser excluidos del consejo que necesitas y pretenderán entrometerse en cualquier secreto. Si tienen que esperar a la puerta de palacio porque se retrasa unos minutos el portero, no quisiera estar yo en su lugar. Por estos detalles verás que conozco algo las mañas de esa gente. Son especialmente sagaces para urdir el mal e incapaces de practicar el bien. Se han hecho odiosos al cielo y a la tierra, porque contra ambos atentaron. Impíos para con Dios, temerarios con lo más sagrado, enemigos entre sí, rivales de sus prójimos, inhumanos con los extraños, no son amados por nadie porque a nadie aman, y aunque desean ser temidos por todos, a todos deben temer. 
Son los que no toleran obedecer ni saben mandar, desleales a los superiores e insoportables para los súbditos. Descarados para pedir y altaneros para denegar. Importunos con tal de conseguirlo todo, inquietos hasta que lo reciben, desagradecidos cuando lo alcanzan. Sus lenguas aprendieron a soltar grandiosidades, pero sus obras son ridículas. Lo prometen todo y no cumplen nada. Son empalagosos para adular y cáusticos para difamar, candorosísimos en su disimulo y taimados en su traición. He pormenorizado tanto, con la intención de ponerte sobre aviso acerca de lo que tienes junto a ti.


lunes, 21 de enero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAP. III


Veo que me he metido en un lugar oscuro y en una materia espinosa. No sé ni cómo empezar a manifestarte mis sentimientos. Presiento claramente lo que va a suceder. Todos protestarán de que planteo algo insólito, pero no pueden negar que es justo. Yo diría que ni siquiera es insólito. Porque si estuvo en vigor y con el tiempo pudo caer en desuso, el hecho de volver a cumplirlo no debe concebirse como una novedad. Podría negarse que ha sido una costumbre establecida lo que solo se ha realizado una vez. Pero no, si se ha practicado con frecuencia. En seguida te diré a qué estoy refiriéndome, aunque no servirá de nada. ¿Por qué? Porque desagradará a los sátrapas, que hacen más la corte al poder que a la verdad. 
Antes que tú había pastores en la Iglesia que se entregaron de lleno a las ovejas, gloriándose del nombre y del oficio de pastor. Nunca creyeron indigno de sus personas nada que juzgasen oportuno para el bien de los suyos. No buscaron sus propios intereses y se desvivieron por su rebaño. Le entregaron su trabajo, sus bienes y se entregaron a sí mismos. Así lo confiesa uno de ellos: Y me desgastaré yo mismo por nosotros. Este fue su lema: No hemos venido para ser servidos, sino para servir. Siempre que podían, anunciaban el Evangelio, ofreciéndoselo de balde. Sólo buscaban este sueldo, esta única gloria, esta única satisfacción: prepararle al Señor un pueblo bien dispuesto. Y lo procuraban con todas sus fuerzas, con grandes sufrimientos de cuerpo y alma, muertos de cansancio y de penas, con hambre y con sed, con frío y sin ropa.

domingo, 20 de enero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAP.II


Capítulo 2



COSTUMBRES DEL CLERO Y DEL PUEBLO ROMANO



Lo primero de todo, el clero romano debería ser el más digno, pues el estado clerical se extendió desde su seno principalmente a toda la Iglesia. Por otra parte, todo lo que en tu Iglesia sea impropio, repercute indignamente en tu misma persona. Es muy decisivo para la gloria de tu santidad que quienes vivan junto a ti sean rectos y ejemplares, como corresponde a los que deben ser espejo y modelo de santidad y rectitud. Tienen que superar a los demás por su competencia en los oficios eclesiásticos, por su idoneidad al administrar los sacramentos, por su celo en instruir a los fieles, por su vigilancia para mantenerse siempre castos. 
¿Y qué decir del pueblo? Es el pueblo romano. No puedo decirte con menos palabras y mayor claridad lo que pienso de él. ¿Hay algo tan proverbial como la arrogancia y la obstinación de los romanos? Es gente no familiarizada con la paz, predispuesta a la sedición, indomable y dura; incapaz de someterse hasta  que ya no puede más. Esta es su enfermedad: tú tienes que cuidarla y no te vale eludirlo. Acaso te rías de mí, porque estás convencido de que es incurable. No desconfíes: lo que se te pide es que la atiendas, no  que la cures. Ya oíste aquellas palabras: Cuida de él. No dice la parábola: Cúralo, sánalo. Con razón dijo un autor: No siempre está en mano del médico la curación del enfermo. Pero quizá te venga mejor una cita de los tuyos, por ejemplo, de Pablo: Trabajé más que nadie. No dice: conseguí más que nadie o he dado más fruto que nadie, evitando con su profundo sentido religioso términos más bien insolentes. 
Ya sabía este hombre instruido por Dios que cada uno recibirá la recompensa según su trabajo, no según sus éxitos. Por eso creyó que solamente podría gloriarse de sus esfuerzos, no de sus cosechas. Y expresamente lo dice: les gano en fatigas. Haz, pues, lo que depende de ti; que Dios se encargará de hacer lo suyo sin que te preocupes ni te angusties por ello. Planta, riega, cultiva con amor y  as cumplido con lo tuyo. El crecimiento lo da Dios como él quiere, no tú. Cuando no quiera darlo, tú no perderás mérito alguno, conforme dice la Escritura: Dios da a los santos la recompensa de sus trabajos. Es un esfuerzo siempre seguro, porque no se verá frustrado. Y lo digo sin prejuzgar el poder y la bondad de Dios. Ya sé que está embotada la mente de este pueblo; pero de las piedras éstas es capaz Dios de sacarle hijos a Abrahán. ¿Quién sabe si se arrepentirán y los hará volver en sí, perdonándolos con su salvación? Mas no puedo pretender dictarle a Dios lo que debe hacer. Ojalá fuese capaz de descubrirte tus deberes y cómo Llevarlos a la práctica.

viernes, 18 de enero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAP. I


LIBER  IV



CONSIDERACIÓN DE LO QUE TIENE JUNTO A SI


Capítulo 1


Si supiese, amadísimo Eugenio, cómo has acogido los libros precedentes, continuaría los que me quedan con más confianza o con más circunspección, o simplemente pondría ya  punto final. Pero como no tengo ni la más remota idea por la distancia que nos separa, no te extrañe que vacile en proseguir y me adentre con temor, te lo confieso, en el corazón mismo del tratado. 
Hemos visto ya en los libros anteriores los primeros temas para tu consideración. Ahora nos ocuparemos de todo lo que tienes junto a ti. También está bajo tu poder; pero dado que son realidades más próximas, te comprometen mucho más. No toleran la desatención, ni el disimulo o el olvido, por ser tan inmediatas. Urgen más irremisiblemente, se imponen más violentamente y se puede temer que lleguen a oprimirnos. No dudo que por ello sientes desde tu propia experiencia una gran necesidad de entregarte a su consideración atenta e intensa.
De lo contrario, si tu consideración prudente y detenida no ejerce su influencia, seguirán dominándote las ocupaciones sin posibilidad de moderar su tiranía ni de acabar con tu inquietud. No gozarás de tiempo disponible ni tendrás un corazón libre. Trabajarás más y rendirás menos. Me refiero a esa dedicación diaria a la Urbe, a la curia y a tu propia Iglesia diocesana. Esto es lo que tienes junto a ti: tu clero y tu pueblo, del que eres especialmente obispo, con el que por lo mismo tienes mayores obligaciones. Los que diariamente colaboran contigo, los senadores del pueblo, los jueces del orbe, los que forman tu casa y se sientan a tu mesa, los capellanes, camareros y demás criados para tus diversos servicios. Ellos son los que te visitan con mayor familiaridad, los que te importunan con más frecuencia y te solicitan con mayor dedicación. No temen despertar a la amada antes de lo que ella quisiera.

miércoles, 16 de enero de 2013

TRATADO DE LAS CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO XX





Estas fueron tus leyes. Tú mismo las promulgaste, Qué efecto han tenido? Continúa promoviéndose en la Iglesia a los adolescentes y a los que aún no han recibido órdenes sagradas. En cuanto al primer punto, sí se ha prohibido el lujo en el vestir, pero no ha desaparecido. Quedó promulgado su castigo, mas nunca se ha aplicado. Han transcurrido ya cuatro años desde su promulgación y aún no hemos tenido que llorar por un solo clérigo privado de su beneficio ni por un solo obispo suspendido de su oficio. Pero sí hemos tenido que derramar lágrimas amargas por las consecuencias que se han seguido. ¿Por qué? Por la más absoluta impunidad, hija de la incuria, madre de la insolencia, raíz de la desvergüenza, fomento de toda transgresión. Dichoso tú, si consigues desterrar esta incuria, causa fundamental de todos esos males Es de esperar que te esfuerces para lograrlo. 
Ahora levanta tus ojos y mira si no sigue deshonrando al orden clerical su modo de vestir; si la confección de sus prendas no deja al desnudo hasta la ingle. Y se excusan diciendo: ¿Acaso Dios no se fija más en las costumbres que en los vestidos? Pero es evidente que esa manera de vestir delata la deformidad de sus almas y de sus vidas. Es una insensatez que los clérigos pretendan ser una cosa y aparentar otra. Con ello desmerece su honestidad y su sinceridad. Parecen militares por su porte y clérigos por su avaricia; pero por sus obras no son ni una cosa ni otra. Ni luchan como soldados ni evangelizan como clérigos. 
¿A qué orden pertenecen entonces? Como quieren ser de los dos, desertan de ambos y a los dos confunden y traicionan. Cada cual resucitará en su orden. ¿en cuál resucitarán ellos? ¿o perecerán más bien sin pertenecer a ninguno los que vivieron fuera de todo orden? Si creemos que Dios no ha dejado nada en el desorden; desde lo más elevado hasta lo más insignificante, temo que les lleve al lugar en el  que no hay orden alguno, sino el horror sempiterno. Esposa desgraciada la que se fía de tales padrinos de  boda. No tienen escrúpulo alguno en robarle ambiciosamente lo que debían regalarle para embellecerla. No son amigos del esposo, sino sus rivales. 
Ya hemos hablado bastante sobre lo que cae bajo tu poder. No porque haya agotado la materia, que es excesiva, sino porque con esto es suficiente para lo que yo me había propuesto, Vamos a entrar ya en la consideración de lo que tienes a tu alrededor. Y el Libro IV nos dará esa oportunidad.

martes, 15 de enero de 2013

TRATADO DE LA CONSIDERACIÓN AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO XIX



QUE CONSIDERE SI SE OBSERVAN EN LA IGLESIA UNIVERSAL SUS PROPIAS CONSTITUCIONES APOSTOLICAS


Réstanos ahora que tu consideración detenga su mirada en el estado general de la Iglesia universal. Para ver si los pueblos viven sumisos con la humildad necesaria a los clérigos, éstos a los sacerdotes y los sacerdotes a Dios; si en los monasterios y demás lugares religiosos reina el orden y se guarda celosamente la observancia; si se mantienen en todo su vigor las censuras eclesiásticas en materia de fe y costumbres; si florece la viña del Señor por la honestidad y la santidad de sus sacerdotes; si esas flores dan sus frutos por la obediencia del pueblo fiel; si se cumplen tus leyes y constituciones apostólicas con la solicitud que se merecen, no sea que aparezca en el campo del Señor la incuria o el hurto como consecuencias de tu descuido. 
Por de pronto, sin hablar de muchísimas disposiciones que hace tiempo yacen en el olvido, puedo demostrarte que tampoco se cumplen algunas otras  que tú promulgaste. Fuiste tú en persona quien decretaste en concilio de Reims los cánones que ahora mencionaré. ¿Y quién los ha cumplido? Estás equivocado si crees que se tienen en cuenta. Y si crees que no se cumplen, pecas. Porque decretaste lo que no se iba a poner en práctica o porque haces la vista gorda. 
Mandamos -decías- que tanto los obispos como los clérigos eviten escandalizar con tu porte exterior, por el lujo en el vestir telas de colores llamativos y peregrinas hechuras o por sus peinados, cuando deberían ser modelo y ejemplo de todos los que les vean. Disponemos asimismo que condenen la inmoralidad con su propia conducta y demuestren con su vida entera el amor a la inocencia, tal como lo exige la dignidad del orden clerical. Si, amonestados por sus propios obispos, no les obedeciesen en el plazo de cuarenta días, sean privados de sus beneficios eclesiásticos por la autoridad directa de sus propios obispos. Si éstos fuesen remisos en imponer dichas penas, se abstendrán de su oficio de obispo hasta que castiguen a los clérigos de su jurisdicción con las sanciones impuestas por Nos; porque a nadie se le puede imputar con mayor razón la culpa de los súbditos como a sus superiores descuidados o negligentes. 
También mandamos que nadie sea nombrado arcediano o deán si no ha recibido el sacramento del diaconado o presbiterado. Y los arcedianos, deanes o prebostes que hubieran sido promovidos sin recibir esos sacramentos, si se negasen a ser ordenados, serán privados de su dignidad. Prohibimos además que se concedan dichas dignidades a cualquier adolescente y a quienes sólo han recibido órdenes de grado inferior. Asígnense únicamente a los ordenados que sobresalen por su moderación y santidad de vida.

lunes, 14 de enero de 2013

TRATADO DE LAS CONSIDERACIONES DEL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO XVIII



Esta misma frase la tuvo en cuenta el que escribía: Vi bajar del cielo, de junto a Dios, a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, ataviada como una novia. Yo creo que lo dijo pensando en la semejanza entre las dos ciudades. Así como los serafines y querubines y los demás órdenes celestiales, hasta los arcángeles y los ángeles, están subordinados a un solo Señor que es Dios, también en la tierra primados y patriarcas, arzobispos y obispos, abades y presbíteros y todos los demás están bajo un único sumo pontífice. No debemos subestimar un orden dispuesto por Dios mismo y que tiene su origen en el cielo. Si un obispo dijera: No quiero estar bajo el arzobispo, o un abad: No quiero obedecer al obispo, tenga por seguro que sus sentimientos no vienen del cielo. A menos que tengas noticias de algún ángel insumiso a los arcángeles o de cualquier otro espíritu celestial, que sólo se somete a Dios. 
Entonces -me dirás-, ¿me prohíbes conceder dispensas? No. Te prohíbo que lo hagas destruyendo el orden. No puedo ignorar que tienes poder para establecer dispensas, pero que sirvan para edificar, no para destruir. Lo que al fin y al cabo se pide a los encargados es que sean de fiar. Cuando lo exige una necesidad, está justificada la dispensa. Si lo requiere la utilidad es hasta encomiable. Me refiero a la utilidad común; no a la propia. Si no concurren estas circunstancias, no se puede hablar de dispensas legítimas, sino de una cruel destrucción. Todos sabemos que algunos monasterios enclavados en diversas diócesis, por voluntad de sus fundadores, pertenecen desde sus orígenes de manera especial a la Santa Sede. Pero una cosa es lo que se funda por devoción y otra muy distinta lo que maquinan los ambiciosos por no soportar la sumisión. Y con esto concluimos el tema.

domingo, 13 de enero de 2013

TRATADO DE LAS CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO XVII


Capítulo 17

Finalmente, ¿piensas que te es lícito amputar a las Iglesias sus miembros, cambiar el orden establecido y variar caprichosamente los límites señalados por tus antecesores? Si la Justicia consiste en dar a cada uno lo suyo, quitárselo siempre será una injusticia. Te equivocas si crees que por ser tu potestad apostólica la suprema autoridad, es también la única establecida por Dios. Disentirías de aquel que dijo: No existe autoridad sin que lo disponga Dios. Por eso añadió: El insumiso a la autoridad se opone a la disposición de Dios. El se refiere principalmente a tu autoridad, pero no exclusivamente. Por ello prosigue diciendo: Sométase todo individuo a las autoridades superiores. No dice superior. Y refiriéndose a una sola persona, sino superiores, porque se trata de muchos. 
Así que no sólo tu poder viene del Señor, sino también el de las autoridades intermedias e inferiores. Y como no se debe separar lo que Dios unió, tampoco se debe equiparar lo que mutuamente subordinó entre sí. Engendrarías un monstruo si, arrancando un dedo de una mano, lo cuelgas de la cabeza; lo harías superior a su mano e igual a su brazo. Lo mismo sucedería si en el Cuerpo de Cristo distribuyeses sus miembros modificando la disposición que él estableció. A no ser que tú prescindas de que fue Cristo quien puso en la Iglesia a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como maestros y pastores, con el fin de equipar a los consagrados para los diversos ministerios y construir el Cuerpo de Cristo. 
Este Cuerpo es el que San Pablo te describe, con su lenguaje verdaderamente apostólico, en perfecta armonía con su cabeza, Cristo. De él viene que el Cuerpo entero, compacto y trabado por todas las junturas que lo alimentan, con la actividad peculiar de cada una de las partes, vaya creciendo como cuerpo, construyéndose él mismo por el amor. Líbrate bien de menospreciar esta ordenación, so pretexto de que sólo se organizó para este mundo, que su modelo ejemplar está en el cielo. Ni siquiera el Hijo puede  hacer nada de por sí; primero tiene que vérselo hacer a Padre. A él van dirigidas especialmente estas palabras  que escuchó Moisés: Ten cuidado de hacerlo todo conforme al  modelo que se te ha mostrado en el monte.

viernes, 11 de enero de 2013

TRATADO DE LAS CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO XVI



No alegues ahora los bienes que se derivan de la exención, porque con eso no se consigue nada. Unicamente que los obispos se vuelvan más insolentes y los monjes más relaJados. Y si me apuras, más necesitados. Si no, examina atentamente los bienes que poseen y su estilo de vida. Seguro que en unos encontrarás la miseria más vergonzante y el aseglaramiento en otros. Este par de hijos nacieron de la misma madre: el abuso de la libertad. ¿Cómo no va a pecar más licenciosamente un pueblo suelto y mal gobernado, si no tiene quién le reprenda? ¿Cómo no van a ser saqueados y robados impunemente los monasterios si se ven sin un defensor? ¿a quién pueden acudir? ¿a los obispos dolidos aún del desprecio que les infirieron con la exención? Es justo que contemplen con desprecio los desórdenes en que han caído y los males que padecen. 
¿Qué ganamos con tanta sangre? Tememos aquella amenaza de Dios contra el profeta: El malvado morirá en su culpa y a ti te pediré cuenta de  su sangre. Si por causa de la exención se hincha de orgullo el que la recibe y se consume en ira el que pierde sus derechos, no puede considerarse inocente el que la concede. Mas no para aquí la cosa, porque el fuego ha quedado encubierto por las cenizas. Y me explico.  
Si el que murmura muere en su espíritu, ¿podrá vivir el que le instiga? Y el que proporciona la espada para que mueran los dos, ¿no será reo de la muerte de ambos? Eso es lo que hace poco escuchábamos: Has asesinado y encima robas. Por si fuera poco, los que escuchan la murmuración se escandalizan se indignan, insultan, blasfeman. En una palabra: quedan heridos de muerte. No es un buen árbol el que da frutos de arrogancia, relajación, fraude, dilapidación, fingimiento, escándalo, odio lo que es más doloroso aún, las profundas rivalidades y continuas discordias entre las Iglesias. Ya ves qué gran verdad encierra aquella sentencia: Todo me está permitido, pero yo no me dejo dominar por nada. ¿Y cuando ni siquiera está permitido? Perdóname, pero no puedo hacerme a la idea de que te esté permitido consentir en algo que engendra tantos males.

TRATADO DE LAS CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO XV



El hombre de espíritu, el  que puede enjuiciarlo todo, mientras a él nadie puede enjuiciale, antes de poner en obra cualquier cosa tiene presentes estas tres consideraciones: ¿es lícito, es conveniente, es útil? Pues aunque en pura filosofía cristiana no es conveniente una cosa sino cuando es lícita, y no es útil sino cuando es conveniente y lícita, no siempre será consecuente hacer todo lo que es lícito, útil y conveniente. Vamos a ver si podemos aplicar estas tres condiciones al caso concreto del que tratamos. 
¿Cómo es posible que conviertas en norma a tu propia voluntad? Y puesto que no tienes a quién recurrir, ¿vas a tomar como único consejero a tu propio poder? ¿serás mayor que tu Señor cuando dijo: No he venido a hacer mi voluntad? Es propio de un espíritu, no ya vil, sino soberbio, comportarse contra el dictado de la razón como un irracional, siguiendo el propio capricho, impulsado por el instinto y no por el discernimiento. ¿Hay algo más brutal? Es indigno de todo ser dotado de razón vivir como una bestia. ¿Quién podrá concebir en ti, puesto sobre todos para regir el mundo entero, semejante degradación de tu naturaleza y un insulto tan afrentoso a tu dignidad? Si llegases hasta ese envilecimiento -lo que Dios no permita- podrías apropiarte como dirigida a ti aquella increpación general: El hombre no entendió el honor al que fue elevado, se rebajó al nivel de los jumentos que nada saben y se hizo semejante a ellos. 
Tú lo posees todo. Pero sería vergonzoso que todavía vivieras insatisfecho y te rebajaras a regañar hasta lo más insignificante, como si no te peteneciese. Me gustaría que recordases ahora la parábola de Natán sobre aquel hombre que, poseyendo cien ovejas, codició la única que tenía un pobre. También sería oportuno traer a colación la conducta, o, mejor, el crimen, del rey Ajab, que lo tenía todo y se encaprichó de una viña ajena. Que Dios te libre de escuchar lo que él oyó: Has asesinado y encima robas.

miércoles, 9 de enero de 2013

TRATADO SOBRE LA CONSIDERACIÓN DEL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO XIV



LOS OBISPOS REBELDES A LA SUMISIÓN DESEAN EMANCIPARSE


Escucha otra cosa, si realmente puede  considerarse distinta de la anterior. Tal vez alguien prefiera pensar que no difieren entre sí. Que lo decida tu consideración. A mi entender, no anda muy equivocado el que sitúa la rebeldía entre las diversas especies de avaricia. No seré yo quien niegue que es una clase de codicia. Al menos tiene todas las apariencias de serlo. Y no olvides que tu perfección exige no sólo evitar el mal, sino todo lo que pueda parecerlo. Lo primero, por tu conciencia. Lo segundo, por tu buena fama. Aunque a otros se les permita, recuerda que tú no puedes realizar nada que resulte sospechoso. Pregúntaselo a tus antepasados y te lo dirán: Manteneos lejos de toda clase de mal. Imite el siervo a su señor, como él dice: El  que quiera servirme, que me siga. Por otra parte, afirma el salmo: El Señor reina, vestido de majestad; el Señor, vestido y ceñido de poder. Sé tú también firme en la fe, cíñete de gloria y mostrarás que eres fiel imitador de Dios. Tu fortaleza ha de ser la confianza en la fidelidad de tu conciencia; tu gloria, el brillo de tu fama. 
Te repito que te revistas de fuerza  ara complacer a tu Señor. El goza con tu hermosura y tu belleza como en su propia imagen. Vístete con las vestiduras de tu gloria, semejantes a los trajes forrados que llevaban los criados de aquella mujer hacendosa. Elimina de tu conciencia la debilidad vacilante de una fe mediocre. Que no aparezca en tu fama la más leve moda de imperfección. Ponte los vestidos forrados, y así, la alegría que nuestra el marido con su esposa, tú alma, la encontrará tu Dios contigo. Quizá te extrañe todo lo que voy diciéndote, pues no sabes lo que busco con ello. Y no quiero tenene en vilo. 
Me refiero al descontento y a las disensiones de las Iglesias. Braman al verse truncadas y desmembradas. No hay ninguna o son poquísimas las que no sientan o no teman esta herida. ¿Quieres saber cuál? Mira. Los abades eluden la jurisdicción de los obispos; éstos, la de los arzobispos, y los arzobispos, la de los patriarcas o primados. ¿Qué te parece el espectáculo? Me chocaría mucho que fueras capaz de encontrar excusas a esta situación. Tampoco entendería que sea necesario hallarlas. Si fuera así, me demostrarías que estás encumbrado en el poder, pero no en la justicia. Lo harías porque puedes hacerlo. Pero la cuestión es saber si debes hacerlo. Has sido elevado a ese lugar que ocupas no para remover, sino para mantener a cada uno en su puesto y rango de honor que le corresponde, como dice el Apóstol: Honra a quien le corresponde el honor.

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO XIII



Creo que no se puede tornar a la ligera el primer tema que se nos presentó. Ejerces una primacía única. ¿para qué? Te insisto en que esto es lo que más debes considerar. ¿eres el primado para prosperar tú a costa de tus súbditos? De ninguna manera, sino ellos a costa tuya. Te nombraron príncipe  para su servicio, no para el tuyo. De lo contrario, ¿cómo podrías considerarte superior a aquellos de quienes mendigas tu propio bienestar? Escucha al Señor: los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. 
Estas palabras se refieren al poder mundano y temporal. ¿Rezan con nosotros? Serías un insincero si lo negases. Pues más que hacerles el bien, pretenderías dominar sobre aquel a quien se lo haces. Y es de corazones ruines y mezquinos buscar en los súbditos no su promoción, sino los intereses propios. Nada más bochornoso, especialmente para quien es el mayor de todos. Lo dijo bellamente el Doctor de los gentiles cuando afirmaba que son los padres quienes tienen que ganar para los hijos y no los hijos para los padres. No menos honrosa es aquella otra frase suya: no busco vuestros dones, sino vuestros intereses. 
Pero pasemos adelante, no sea que, si me detengo más en esto, termines pensando que te considero un avaricioso. Ya dejé claro en el libro II que estás totalmente exento de este vicio. Sé cuántas cosas has rechazado, pasando tú necesidad. Pero no olvides que estoy escribiéndote a ti, mas no para ti. Pues lo que te digo a ti, no va dirigido sólo a tu propio bien. He censurado aquí la avaricia, vicio del que tu fama se ve muy libre. Pero tú verás si también están libres tus obras. Por no referirme a las ofrendas para los pobres, que ni las tocas, hemos podido comprobar cómo descendían las arcas de Alemania, pero no de volumen, sino de valor. Porque consideraste su plata como si fuese heno. Obligaste, y con gran resistencia, a que regresaran a su patria con sus acémilas aquellos hombres sin que siquiera llegasen a desatar las sacas. Algo inaudito. 
¿Cuándo se había rehusado en Roma el oro? No puedo creer que esto sucediese con el asentimiento de los romanos. Llegaron dos personajes, los dos ricos y reos de una acusación. Uno de ellos era de Maguncia y el otro de Colonia. Al primero se le absolvió absolutamente gratis. Al segundo, indigno del perdón, según creo, le dijeron: Puedes marcharte con toda la riqueza que trajiste. Admirable reacción, muy propia de tu libertad apostólica. Claramente paralela de otra que conocemos: Púdrete tú con tus cuartos. Sólo hay una ligera diferencia entre ambas: en ésta, el celo es más violento, y en la otra, más moderado.  
También se hizo famoso el caso de aquel otro señor que, procedente de islas remotas, atravesó mares y tierras para volver a comprar un obispado con su dinero y el ajeno. Por el mismo procedimiento, había conseguido otro anteriormente. Mucho llevó consigo, pero tuvo que regresar con ello. Bueno; algo le quitaron. Porque el desgraciado cayó en otras manos, más abiertas para recibir que para dar. Obraste rectamente conservando limpias las tuyas, por no consentir en imponerlas sobre un ambicioso y por no abrirlas al oro de la iniquidad. 
En cambio, no cerraste tus manos a un obispo pobre, dándole de lo tuyo para que él, a su vez, pudiera darlo y no quedara como un tacaño. El recibió a escondidas lo que después regalaría con gran publicidad. Con tu bolsa le sacabas de un apuro, permitiéndole que pudiese corresponder con las costumbres establecidas en la curia romana. Y a la vez tu generosidad evitaba la avaricia de los que buscan gratificaciones. No puedes negarlo, porque conozco el caso y su protagonista. ¿Te molesta que lo dé a conocer? Pues cuanto más te mortifique su divulgación, lo hago más gustosamente. Así yo cumplo con mi deber y tú con el tuyo: Yo no debo silenciar la gloria de Cristo y tú no puedes buscar tu propio prestigio. Y si todavía sigues  lamentándote, podría recordarte lo del  Evangelio: Cuanto más se lo prohibía, más lo pregonaban ellos, diciendo: ¡qué bien lo hace todo!

martes, 8 de enero de 2013

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO XII



Se deduce de estos casos y otros muchísimos parecidos que no se abusa de las apelaciones porque son menospreciadas. Al revés. Son despreciadas porque se abusa de ellas. Tú verás, por tanto, qué sentido puede tener que tu celo casi siempre castigue su desprecio y tolere su abuso. ¿Deseas de verdad que tu castigo sea eficaz? 
Ahoga ese germen funesto en el seno mismo de una madre tan corrompida. Lo conseguirás si sancionas el abuso de las apelaciones con la severidad  que se merece. Arráncalo, y así no tendrá excusa quien las menosprecie. Es más: esa inexcusabilidad desaprobará la audacia de no comparecer. Si desaparecen los abusos, se elimina el menosprecio, o será muy raro. Obras rectamente cuando rechazas el recurso, o mejor, el subterfugio de las apelaciones y remites muchas causas a los peritos o a quienes están más capacitados para sentenciar. Siempre que la averiguación de los hechos se clarifique más exactamente, la decisión será más segura y más libre. Prestas así un gran servicio, ahorrando con ello mucho trabajo y muchos gastos. Pero lo que te exige suma atención es indagar a quiénes debes concederles tu credibilidad. 

CUANTO DAÑA LA AVARICIA 
Sobre todo esto podía decirte muchas cosas más. Pero fiel a mi planteamiento, y satisfecho por haberte proporcionado materia para tu consideración, voy a pasar a otro punto.

lunes, 7 de enero de 2013

TRATADO DE LAS CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO XI


Capítulo 11

Voy a poner algunos ejemplos. Cierta persona se había desposado oficialmente con su prometida. Llega el gran día de sus bodas. Todo estaba preparado y asistían muchos invitados. Bruscamente irrumpió en gritos de apelación uno de los presentes, que deseaba la mujer del novio, alegando su propio derecho a casarse con ella por haberse prometido anteriormente a él. Pasmado el novio y asombrados todos los asistentes, el sacerdote vacila en seguir adelante, y con toda la fiesta preparada, cada cual se vuelve a su propia casa a comer. Quedó así la novia privada del derecho a la mesa y al lecho de su marido, mientras no se resolviese el asunto en Roma. Esto sucedía en París, noble ciudad y corte real de Francia. 
En la misma ciudad, otro desposado ya con su novia, fijó la fecha de boda. Inventan una calumnia, afirman que no pueden casarse y llevan la causa a los tribunales eclesiásticos. Sin esperar a que se dictase sentencia, sin causa ni razón, apelan a Roma con la única intención de dar largas y demorar las nupcias. Pero el interesado no se resignó a que sus gastos fueran baldíos ni a vivir más tiempo sin la compañía de su mujer tan amada y, despreciando o fingiendo ignorar la apelación, consumó todos sus propósitos. 
¿Y lo que sucedió con un joven de Auxerre? Muerto su santo obispo, los clérigos se dispusieron, según costumbre, a la elección del sucesor. Pero intervino un joven, que apeló oponiéndose a que la realizaran mientras él no fuese a Roma y regresara. Ni siquiera cursó la apelación. Y al ver que todos se mofaban de él por su absurda apelación, se confabuló con otros, y tres días después de haber hecho los clérigos la elección, procedió a su propia designación.

domingo, 6 de enero de 2013

TRATADO DE LAS CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO X


Capítulo 10



Con todo, no creas que pierdes el tiempo considerando ya cómo podrías restablecer la legitimidad  de las apelaciones. Si quieres saber mi parecer, o mejor, si se tuviera en cuenta mi pensamiento, te diría que no deben ni menospreciarse ni recomendarse. Es más, me resultaría difícil decirte cuál de las dos cosas considero más nociva. No obstante, es claro que abusar de algo induce necesariamente a despreciarlo. Por esta razón habría que desaconsejar decididamente las apelaciones, más bien nocivas que beneficiosas. ¿o no resulta más perjudicial lo que, siendo de suyo malo, es peor todavía en sus mismas consecuencias? ¿No es su abuso el que degrada y destruye la naturaleza misma de las cosas? De ordinario, basta su abuso para rebajar e incluso anular el valor de las realidades más ricas. 
¿Existe algo superior a los sacramentos? Y no sirven para nada cuando se confieren indignamente o se reciben mal. En cuyo caso son motivo de condenación, porque no se les presta la debida veneración. Reconozco que las apelaciones son un bien universal, tan benéfico para los hombres como el sol: algo así como ese sol de justicia que descubre y reprueba lo que está oculto, porque son las obras de las tinieblas. Deben mantenerse e incluso fomentarse, pero cuando efectivamente son necesarias. No cuando son artimañas de la astucia. En este caso siempre son abusivas: no ayudan al que lo necesita y favorecen al malvado. Por ello han caído en total descrédito. Hasta el extremo de que muchos, en vez de comparecer ante los tribunales, renuncian a sus propios derechos por no embarcarse en un viaje penoso y perdido. Otros, aunque no se resignan a perder sus derechos,  refieren eludir una apelación inútil, despreciando la dignidad  de personas excelsas a quienes se apela más inútilmente aún.

sábado, 5 de enero de 2013

TRATADO DE LAS CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TRES. CAPÍTULO IX


Capítulo 9



Te confieso que yo me inclino a darles la razón. Entre tantas apelaciones que hoy se interponen, ¿podrías citarme un solo caso en  que se restituya un céntimo por los gastos de viaje a quien se le  ha llevado injustamente a un juicio de apelación? Sería un milagro que en tus tribunales se haga justicia con todos los apelantes cuando se resuelven en su favor y con todos sus contrarios cuando se les declara reos. Amad la justicia los que regís la tierra. 
De poco sirve cumplir con la justicia sin amarla. Los que la cumplen se limitan a cumplirla; los que la aman se desviven por ella. El que ama la justicia la busca sin descanso y corre tras ella. Por eso persigue tú toda injusticia. No tengas nada en común con quienes van a las apelaciones como a una cacería. Es bochornoso. Pero podríamos evocar el reclamo pagano, convenido ya en refrán: Hemos soltado dos gruesos ciervos. Hablando llanamente, se trata de una bufonada vacía de todo sentido de Justicia. 
EL ABUSO DE LAS APELACIONES 
Si tú realmente amas la justicia, no puedes apasionarte por las apelaciones. En todo caso, te limitarás a tolerarlas. Por otra parte, ¿de qué les sirve a las Iglesias de Dios tu entrega personal a la justicia, cuando de  hecho prevalece la sentencia de otros que no piensan como tú? Pero de esto ya trataremos cuando abordemos el tema de las circunstancias que te rodean.

viernes, 4 de enero de 2013

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO VIII


Capítulo 8

Los mezquinos apelan contra los honrados para ponerles trabas a su rectitud, y éstos, por temor a la severidad de tus sentencias, se acobardan y desisten. También se apela contra los obispos para intimidarles en las causas de disolución o de impedimentos matrimoniales o por su ilicitud. Se apela contra ellos para coaccionarlos, y así pasan por alto rapiñas, robos, sacrilegios y delitos análogos. Se apela contra ellos para que a los infames e indignos se les concedan oficios y prebendas eclesiásticas o no se les remueva. ¿No se te ocurre ningún remedio a tanta calamidad? Por lo menos, que no sirvan para causar la muerte de unas instituciones que se crearon para evitarla. 
El Señor se encendió de ira por el celo de su casa, convertida en cueva de ladrones. Tú, su ministro, ¿serás capaz de tolerar que el asilo de los desgraciados acabe siendo un arma poderosa para que domine  a iniquidad? ¿No ves cómo todos hacen el papel de oprimidos y se dan prisa en apelar, no para defenderse  sino para atropellar a otros? ¿Qué injusticias se ocultan en todo esto? Tú debes meditarlo en tu consideración. Yo no tengo por qué explicártelo. ¿Y por qué -me preguntarás quizá- no acuden a mí los que son víctimas de una apelación injusta, para probar su inocencia y dejar desarmada a la maldad?  Yo te respondería con sus propios comentarios: No queremos luchar inútilmente. Es la misma curia quien favorece más a los que así apelan, e incluso fomentan este estilo de apelaciones. Para perder en Roma es preferible perder sin movernos de casa.

San Bernardo de Claraval

jueves, 3 de enero de 2013

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO VII


Capítulo 7

En mi opinión no puede quedar impune el que apela contra derecho. Esta norma de justicia te la imponen los principios inmutables de la equidad divina y, si no estoy en un error, la misma legalidad de las apelaciones. De manera que una apelación de recurso ilícito no es válida  para el que apela, ni su sentencia puede ser adversa para aquel contra quien se apeló. Y es lógico. ¿Con qué derecho se le puede perjudicar a nadie sin razón alguna? Por el contrario, la justicia más elemental exige que salga condenado el que pretendió hacer daño a otro.
Apelar injustamente es injusto; recurrir injusta e impunemente equivale a fomentar las apelaciones injustas. Y es injusta toda apelación motivada por una sentencia judicial equivocada o injusta. Es lícito apelar, no para inferir daño a otro, sino para defenderse del que desean hacernos. Se presume que la apelación  interpuesta antes de dictar sentencia es  totalmente injusta; a no ser que se prevea con evidencia y antelación el desafuero que nos amenaza. Por tanto, el que apela sin haber sido condenado, manifiesta claramente que intenta vejar al otro o demorar el pleito con dilaciones.
Pero la apelación no es un subterfugio, sino una defensa. Sabemos de muchos que apelaron por conseguir un tiempo para permitirse lo que jamás es lícito. También nos consta que otros muchos consiguieron, mediante la apelación, vivir hasta el final de sus días en gravísimos desórdenes como el adulterio o el incesto. ¿será posible que sirva para amparar las mayores deshonestidades, precisamente lo que debía espantar a quienes las cometen?
¿Hasta cuándo puedes fingir  que no oyes o que ignoras el enojo de la tierra entera? ¿Cuándo vas a despertar? Abre los ojos con tu consideración y contempla tanta confusión por el abuso de las apelaciones. Se interponen contra todo derecho y contra toda justicia, fuera de toda moral y todo control. No se tienen en cuenta las circunstancias más simples de lugar y de tiempo, los diversos matices de causas y situaciones personales. A lo más se conjeturan superficialmente, y muchas veces contra justicia. Antes, los que deseaban perpetrar el mal, siquiera temían a las apelaciones. Ahora se valen de ellas para hacerse temer por la gente honrada. El antídoto se ha convertido en veneno. Y este cambio no se debe precisamente a la mano del Altísimo.

San Bernardo de Claraval

miércoles, 2 de enero de 2013

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO VI


Capítulo 6



LAS APELACIONES


Y ya que incidentalmente salieron a colación las apelaciones, no estará de más tratar expresamente esta materia. Es muy importante prestarles una religiosa atención, para evitar que por su abuso termine siendo inservible lo que se instituyó por necesidades apremiantes. A mi parecer, pueden derivarse gravísimos males si no se procede con suma prudencia en este aspecto: Desde todos los rincones de la tierra se apela a ti. Es una prueba más de la singularidad de tu primado.
Gracias a tu sensatez, espero que no caigas en vanagloria por este primado tuyo; más bien gozarás de los bienes que reporta. Ya se les dijo a los apóstoles: No os alegréis porque se os someten los espíritus. Efectivamente, apelan a ti, y Dios quiera que consigan lo que buscan, porque realmente lo necesitan. Ojalá que cuando clame el oprimido se enrede el malvado en las intrigas que ha tramado. Sería maravilloso que con sólo pronunciar tu nombre se vean libres los pobres y tuvieran que huir los opresores. Por el contrario, es inconcebible, por perverso y absolutamente injusto,  que saliera satisfecho el que obra el mal y luchara vanamente el que sufre sus consecuencias. 
Cruel corazón el tuyo si no se conmueve ante un hombre que, además de ser victima de una injusticia, debe sufrir la contrariedad y el cansancio de un viaje y encima pagar los costes del juicio. Serías un cobarde además, si no actuaras contra los causantes de tantos males. Alerta, hombre de Dios, para que cuando llegue el caso sepas reaccionar con misericordia hacia el oprimido y con indignación contra el opresor. Así se verá reconfortado el pobre por la reparación de los daños causados, por la satisfacción de sus injurias y por el esclarecimiento final de los hechos. Y sobre el otro recaerá de tal modo la justicia, que pueda arrepentirse del mal perpetrado alevosamente y no se burle más de la desdicha del inocente.

martes, 1 de enero de 2013

TRATADO A LA CONSIDERACIÓN DEL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO V


Capítulo 5 

Pero existe otra estúpida ignorancia que ha llegado a convertir en una necedad la misma sabiduría de la fe. Y este virus pudo inficionar por poco a la totalidad de la Iglesia. ¿Cómo? Sencillamente, porque cada uno de nosotros sólo nos interesamos por lo nuestro. Y así nos envidiamos, nos provocamos y encendemos los odios, nos exasperamos llevando cuentas del mal, nos defendemos discutiendo, maquinamos el engaño, nos zaherimos hasta la detracción, nos deshacemos en maldiciones y, porque nos oprimen los más fuertes, tiranizamos a los más débiles.
Será muy oportuno y laudable que intensifiques la meditación de tu corazón en esta locura tan insensata que está infestando al mismo Cuerpo de Cristo, la totalidad de los creyentes; así te lo descubre tu propia consideración. ¡Ah la ambición, cruz y tormento de los propios ambiciosos! ¿será posible que a todos atormentes y todos te sigan? Nada acongoja tan angustiosamente ni inquieta tan agudamente al hombre como la ambición. Y es lo que con mayor ansiedad apetece el corazón humano. 
¿Vas a decirme que los Estados Pontificios no rezuman más ambición que devoción? ¿Qué resuena en tus palacios todo el día sino el griterío de la ambición? ¿No transpiran afán de lucro las leyes canónicas y su disciplina? ¿No pretende la voracidad italiana arrebatar sus despojos con insaciable avidez? Y a ti mismo, más de una vez, ¿no te ha obligado a interrumpir e incluso a abandonar tus ocios contemplativos? ¿Cuántas veces esta inquieta e inquietante calamidad te ha hecho abortar tus santas ocupaciones! Una cosa es que los oprimidos apelen a ti y otra muy distinta que los ambiciosos intenten aprovecharse de ti para dominar a la Iglesia. No puedes dejar abandonados a los que te necesitan, pero tampoco complacer en lo más mínimo a los ambiciosos. ¡Qué injustamente se favorece a éstos y se desatiende a los otros! Con unos estás en deuda para aliviarlos y con los otros tienes la obligación de reprimirlos.
San Bernardo de Claraval
Nota: desdeña a la ambición, en todas sus formas, que está en el corazón del ser humano y entorpece la auténtica visión contemplativa. Muchas de las cosas que los políticos nos presentan como "devoción" (como el secesionismo y su martirologio) no son otra cosa que formas encubiertas de ambición. Igual ocurre en los "grandes benefactores" que intentan sacarnos de la crisis económica, en los que presentan modelos utópicos alternativos, en sectores  de la misma iglesia. En el ser humano está oprimir a los débiles cuando nos "aprietan" los fuertes (personas o circunstancias). El cristiano debe dirigirse a los necesitados y protegerse de los ambiciosos de corazón.
Miguel Ángel Pavón Biedma