Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

domingo, 30 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XLVIII



Capítulo 48

    Creo haber complacido al lector, ya que nunca me he apartado de la doctrina del Apóstol. Y en todos los puntos de mi exposición he usado sin cesar sus mismas palabras. He expresado como él que no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia. Con estas expresiones no pretende afirmar que se pueda querer o correr en vano, sino que quien desea algo y corre tras ello no debe gloriarse de sí mismo, sino en aquel de quien recibe el querer y el correr. Por eso añade: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? 
   DE LAS TRES OBRAS DE DIOS: CREACIÓN, TRANSFORMACIÓN Y CONSUMACIÓN.-Te ha creado, te ha curado y te ha salvado. ¿Qué intervención humana aportas tú a todo esto? ¿No estará por encima del libre albedrío cualquiera de estas tres cosas? Prescindo de todo aquello que es necesario para recobrar la salvación o está prometido a los predestinados. Tú no podías darte el ser, porque no existías. Ni podías justificarte, porque eras pecador. Tampoco podías resucitarte, porque estabas muerto. Lo primer y lo último es evidente, mas también lo segundo. No lo comprenderá quien, ignorando la justicia de Dios y queriendo afirmar la propia, no se somete a la justicia de Dios. ¿Es que vas a reconocer el poder de tu Creador y la gloria de tu Salvador sin aceptar la justicia de su Santificador? Escucha: Sáname; Señor, y quedaré sano; sálvame y quedaré salvo, porque tú eres mi gloria. El salmista reconoce así la justicia de Dios y confía en que lo librará del pecado y de la debilidad. Por eso atribuye la gloria al Señor, y no a sí mismo. Por eso mismo exclama David: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Espera de Dios la doble gracia: la justicia y la  gloria. 
   EL QUE SE JUSTIFICA A SI MISMO IGNORA LA JUSTICIA DE Dios.  ¿Quién ignora la justicia de Dios? El que pretende justificarse a sí mismo. ¿Y quién se justifica a sí mismo? El que atribuye sus méritos a otra fuente distinta de la gracia. Quien creó al que debía salvar da también los medios para que se salve. Repito: el mismo que da los méritos es quien hizo al que los iba a recibir. ¿Cómo pagaré al Señor, dice el salmista, todos los bienes con que me ha remunerado? No dice solamente "me ha dado", sino y "me ha remunerado". Reconoce que existe y es justo por don de Dios. Y si lo negara, perdería ambas cosas, es decir, dejaría de ser justo y se condenaría como criatura. Encuentra un tercer motívo e insiste: Tomaré el cáliz de la salvación. El cáliz de la salvación es la sangre del Salvador. Por eso, si no tienes nada de ti mismo con que pagar los dones de la justicia de  Dios, ¿Cómo puedes pretender la salvación? Invocaré, dice, el nombre del Señor. Porque todos los que le invocan se salvarán.

sábado, 29 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XLVII



Capítulo 47


    Guardémonos, pues, cuando sintamos todo esto dentro de nosotros, de atribuirlo a nuestra voluntad, que es muy débil. O de pensar que Dios está obligado a hacerlo, lo cual es absurdo. Sino sólo a su gracia, de la cual está lleno. Ella excita al libre albedrío con la semilla de los deseos; lo sana cambiando los sentimientos; le da vigor guiándolo mientras actúa; y sigue atendiéndole para que no desmaye. Colabora con el libre albedrío de la siguiente forma: primeramente se anticipa a él, y después lo acompaña. Y se anticipa a él para que después pueda ser su colaborador. De este modo, lo que solamente comenzó la gracia lo hacen después los dos: avanzan a la vez, no por separado. No uno antes y otro después, sino a un mismo tiempo. No hace una parte la gracia y otra el libre albedrío. Cada uno lo hace todo en la misma y única obra. Los dos lo hacen todo. Todo se hace con el libre albedrío, y todo se hace por la gracia.

viernes, 28 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XLVI


Capítulo 46


       Entonces, ¿toda la obra y el mérito del libre albedrío está en dar su consentimiento? Exactamente. Y aun ese consentimiento, del que dimana todo mérito, no procede del hombre. Porque si no somos capaces de pensar nada por nosotros mismos, mucho menos de dar el consentimiento. 
   TODO PENSAMIENTO BUENO PROCEDE DE DIOS. EL CONSENTIMIENTO Y LA OBRA TAMBIÉN, PERO NO SE DAN SIN NOSOTROS.   Estas palabras no son mías, sino del Apóstol, que atribuía a Dios y no a su libre albedrío todos los pensamientos, deseos y obras buenas. Por consiguiente, si es Dios quien realiza en nosotros estas tres cosas, esto es, quien nos hace pensar, desear y obrar el bien, es evidente que lo primero lo hace sin nosotros, lo segundo con nosotros y lo tercero por nosotros. Se anticipa a nosotros inspirándonos un buen pensamiento. Nos une a El por el consentimiento, cambiando incluso nuestros malos deseos. Y se convierte en el artífice interior de la obra que nosotros hacemos externamente, dándonos la facultad y facilidad de dar el consentimiento. Nosotros no podemos anticiparnos a nosotros mismos. Por lo tanto, Dios, ante quien nada es bueno, a nadie puede salvar si El no se anticipa con la gracia. El comienzo de nuestra salvación, sin duda alguna, viene de Dios. Y no por nosotros  ni con nosotros. El consentimiento y la realización tampoco proceden de nosotros, pero no se dan sin nosotros. 
   SIN LA BUENA VOLUNTAD NO SON POSIBLES NI EL CONSENTIMIENTO NI LAS OBRAS.-Por tanto, ni lo primero tiene mérito, porque no hacemos nada; ni tampoco lo último, pues muchas veces nos impulsa a ello un temor inútil o un disimulo reprensible. Sólo tiene mérito lo segundo. Muchas veces basta la buena voluntad. Y si ésta falta, todo lo demás es inútil. Repito que son inútiles, pero para quien las hace, no para quien las contempla. Según esto; de la intención nace el mérito. La acción sirve de ejemplo y el deseo que procede de ambas sólo sirve para excitarlas.

jueves, 27 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XLV


Capítulo 45


    Veamos ahora, según la triple manera de obrar de Dios, de que acabamos d  hablar, qué mérito tiene la criatura, según sea su colaboración. ¿Qué puede merecer si se hace por ella y sin ella? ¿Qué consigue si se hace en contra de ella, sino la ira? ¿Y  qué resulta si se hace con ella, sino la gracia? 
   QUÉ MERECE CADA, CRIATURA.-En  el primer caso, no hay méritos; en el segundo, sólo deméritos; y en el último, grandes méritos. Las bestias que utilizamos, a veces, para hacer una cosa buena o mala, ni merecen ni desmerecen: carecen de la facultad de consentir en el bien o en el mal. Y menos aún las piedras, que son insensibles. El diablo o el hombre perverso, que tienen razón y hacen uso de ella, merecen sin duda; pero merecen castigo, porque se oponen al bien. Pablo, en cambio, predica voluntariamente, y teme que, si lo hace contra su voluntad, sea un mero distribuidor de la gracia. Pero todos los que piensan como él, y obedecen con pleno consentimiento, confían que les está preparada la corona de la justicia. Así, pues, Dios se sirve, para salvar a los suyos, de las criaturas irracionales e insensibles, como son el jumento o una herramienta. Estas, acabada la obra, desaparecen. 
     Utiliza también las criaturas racionales, pero malvadas, como una vara de castigo: corrige con ella al hijo, y luego la arroja al fuego, porque ya no sirve. Se sirve de los ángeles y hombres de buena voluntad como colaboradores y compañeros suyos. Y cuando consigue la victoria, los premia colmadamente. Pablo no duda en afirmar de si mismo y de los que actúan como él: Somos colaboradores de Dios. Dios, en su bondad, ha establecido que el hombre consiga méritos cuando quiere hacer alguna obra buena por medio de él y con su consentimiento. Por eso nos creemos colaboradores de Dios, cooperadores del Espíritu Santo y merecedores del reino: porque nos unimos a la voluntad divina mediante el consentimiento de nuestra voluntad.

martes, 25 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y DEL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XLIV


Capítulo 44


     DIOS ACTUA DE TRES MANERAS: LA PRIMERA POR LA CRIATURA Y SIN ELLA; LA SEGUNDA EN CONTRA DE ELLA, LA LA TERCERA CON ELLA. -Dios lleva a cabo la salvación  de aquellos cuyos nombres están inscritos en el libro de la vida. Algunas veces por medio de las criaturas y sin su consentimiento. Otras veces mediante ellas y en contra de su voluntad. Y otras, por su medio y con su cooperación. Son muchos los favores que vienen a los hombres a través de las criaturas insensibles y irracionales. Por eso digo que se hacen sin su consentimiento, porque carecen de inteligencia y no son conscientes. Otros muchos bienes hace Dios a través de los malos, sean hombres o ángeles. Y así digo contra su voluntad, porque no colaboran en ello. Quieren dañar al hombre, y le benefician. Y lo que en unos es un acto provechoso, en otros  es una intención perversa que les perjudica. Las criaturas por medio de las cuales y con las cuales obra Dios  son los ángeles y hombres buenos, que quieren y hacen lo que Dios quiere. Consienten voluntariamente en el bien que realizan, y Dios les hace  partícipes de lo que por su medio realizan. Por eso Pablo, refiriéndose a las muchas obras buenas que Dios hizo por medio de él, dice: Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pudo haber dicho: "por mí"; pero como le parecía poco, prefirió decir: "conmigo". Se juzgaba no sólo instrumento para realizar la obra, sino colaborador  e Dios por su consentimiento.

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XLIII

Capítulo 43 


     DIOS DIVIDE  SUS DONES EN MÉRITOS Y PREMIOS. Nuestro Dios y Rey eterno, cuando trajo la salvación al mundo, dividió los dones que hizo al hombre en méritos y premios. Las gracias presentes se convierten en méritos nuestros si las aceptamos libremente. Y si esperamos los bienes futuros apoyados en la promesa gratuita, podemos ansiarlos incluso como algo que se nos debe. Así lo afirmaba Pablo: Tenéis por fruto la santificación y por fin la vida eterna. Y también: Nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por la adopción de los hijos de Dios. 
  Las primicias del Espíritu son, para él, la santificación o las virtudes por las cuales nos santifica el Espíritu, y merecemos así la adopción. Idénticas promesas se hacen en el Evangelio a quienes renuncian al mundo: Recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. La salvación, pues, no proviene del libre albedrío, sino del Señor. 
    Dios mismo es la salvación y el camino de la salvación. Escuchémosle: Yo soy la salvación del pueblo, y yo soy el camino. El que es la salvación y la vida se ha hecho camino, a fin de que nadie se gloríe de sí mismo. Si los bienes del camino son los méritos, y la salvación y la vida son los bienes de la patria, tiene razón David cuando dice: No hay quien obre bien, excepto uno. Y es Aquel de quien se dice: Nadie es bueno sino uno solo, Dios. Todas nuestras obras y sus premios son dones de Dios. Se hace nuestro deudor en ellas y nos hace por ellas dignos de premio. Para establecer estos méritos se sirve del concurso de las criaturas, no porque las necesite, sino para que se enriquezcan con los premios.

domingo, 23 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y DEL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XLII


Capítulo 42


       Por lo tanto, esa facultad humana a la que llamamos el libre albedrío, lo es condenada justamente -porque ninguna fuerza extraña puede obligarle a pecar-, o se salva misericordiosamente -porque por sí misma es incapaz de practicar la justicia-. Advierta el lector que en este momento no tenemos en cuenta el pecado original. No busquemos fuera del libre albedrío la causa de la condenación, porque lo único que condena al hombre es su propia culpa. Ni tampoco son suyos los méritos, porque sólo salva la misericordia. Todos sus esfuerzos hacia el bien son vanos sin la ayuda de la gracia e inútiles sin su inspiración. La Escritura afirma que los deseos pensamientos del hombre tienden al mal. Que nadie crea, pues, que sus méritos le vienen de sí, sino del Padre de las luces. Y esté convencido de que los dones más sublimes y excelentes son, sin duda alguna, los que aseguran la salvación eterna.

sábado, 22 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA: CAPÍTULO XLI


Capítulo 41


    Se renueva cuando, como enseña el Apóstol, contemplando, la gloria de Dios, nos transformamos en la misma imagen de gloria en gloria, es decir, de virtud en virtud, por el Espíritu del Señor.

   EL  LIBRE  ALBEDRIO  ESPACIO  INTERMEDIO  ENTRE  LA CARNE Y EL ESPIRITU.-Entre el Espíritu divino y el  espíritu carnal se encuentra en el hombre lo que se llama libre albedrío, es decir, la voluntad humana. Está suspendida entre ambos como en el fondo de una abrupta montaña. Y se encuentra tan debilitada por el apetito carnal que, si el Espíritu no acudiera continuamente en auxilio de su debilidad con la gracia, no podría subir de virtud en virtud hasta la cumbre de la justicia o a los montes de Dios de que habla el profeta. Más aún, rodaría de vicio en vicio hasta el fondo del abismo por su propio peso, arrastrada por la carga del pecado original impreso en sus miembros y por el ambiente y afectos de la vida humana. Esta doble carga que pesa sobre la voluntad humana la recuerda la Escritura en una breve frase: El cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente pensativa. Esta doble miseria de la condición humana no es nociva para quienes no consienten en ella, sino que los estimula. En cambio, quienes le prestan su consentimiento son inexcusables y dignos de castigo. Y así, tanto la salvación como la condenación son imposibles sin un consentimiento de la voluntad. Porque la libertad de elección nunca sufre la más mínima privación.

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XL


Capítulo 40


      HAY UNA DOBLE VIOLENCIA CONTRA LA LIBRE VOLUNTAD: PASIVA Y ACTIVA.-Hay dos clases de coacción según se nos obligue a padecer o a hacer algo contra nuestra voluntad. La primera -que podemos llamar pasiva- puede tener lugar algunas veces son el consentimiento voluntario del paciente. La activa, en cambio, jamás. Por eso el mal que se hace en nosotros, o que procede de nosotros, no se nos debe imputar si es contra nuestra voluntad. Pero si lo ponemos por obra nosotros, la voluntad  ya no está exenta de culpa. Y es evidente que lo queremos, porque no se haría si no lo quisiéramos. Existe, pues, la coacción activa. Pero es inexcusable, porque es voluntaria. Así, los cristianos se veían obligados a negar a Cristo, y les dolía. Pero consentían en hacerlo. Querían, por encima de todo, evitar la muerte. Y por eso, la voluntad que imperaba en su interior era quien les movía a renegar, mucho mas que el puñal que brillaba ante sus ojos. La espada ponía de manifiesto cómo era aquélla voluntad, pero no la forzaba. Ella misma era quien se lanzaba al pecado y no el puñal. Por eso los que tenían una voluntad sana podían ser martirizados. Y nunca se doblegaban. Así sé les había predicho: Os tratarán a su antojo. Pero solamente en los miembros del cuerpo, no en el alma. Vosotros no haréis lo que ellos quieran, serán ellos quienes obren.  Vosotros seréis martirizados, despedazarán vuestras carnes; pero no  cambiarán la voluntad. Se ensañarán en vuestros cuerpos, pero dejarán ilesas vuestras almas. El cuerpo del mártir estaba a disposición del verdugo, pero la voluntad permanecía libre. Si era débil, se comprobaría en los tormentos. Pero no le obligarían a serlo si antes no lo era. Su flaqueza procede de ella misma. Su fortaleza, en cambio, no, sino del Espíritu del Señor. Recobra su vigor cuando se renueva.

viernes, 21 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXXIX


Capítulo 39


       Entonces, ¿ha caído por tierra todo cuanto hemos dicho sobre la libertad de la voluntad, al ver que puede ser forzada? Sí, pero solamente puede violentarse por otra realidad que no sea ella misma. Porque si es ella la que se fuerza, si es ella la que induce y es inducida, donde parece que pierde la libertad  allí mismo la recupera. La violencia que así se infiere procede de sí misma. 
   PEDRO NO SE VIO OBLIGADO A CONSENTIR A SU PROPIA VOLUNTAD, ES DECIR POR TEMOR DE LA MUERTE.-Cuando el único motivo por el que sufre la voluntad es ella misma, la única responsable es la voluntad. Y si ella sola fue la responsable, no intervino la coacción, sino la voluntad. Luego si fue voluntario, también fue libre. Quien se ve obligado a negar por su propia voluntad sé obliga porque quiere. Más aún, no está obligado, sino que consiente a su propia voluntad y no a un poder extraño. A esa voluntad que quiere liberarse de la muerte por todos los medios posibles. De otra suerte, ¿Cómo es posible que la palabra de una pobre mujer obligase a una lengua tan santa a proferir semejantes cosas, si no lo hubiera consentido la voluntad, que domina a la lengua? Por eso, cuando volvió en sí y reprimió el amor excesivo que se tenía a sí mismo y comenzó a amar a Cristo con todo su corazón, con toda su alma y con toda su fuerza, no hubo amenazas ni tormentos que doblegasen su voluntad, ni puso la lengua al servicio de la maldad. Al contrario, se pasó audazmente al lado de la verdad y dijo: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

jueves, 20 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXXVIII


Capítulo 38


      Fijémonos ahora en los que por temor a los tormentos o a la muerte se vieron forzados a negar su fe, al menos de palabra. Según esta afirmación no hubo culpa, porque renegaron sólo de palabra o porque la voluntad pudo verse obligada a cometer la culpa. Es decir, que el hombre quería lo que estaba cierto que no quería. Y, por lo tanto, dejó de existir el libre albedrío. Como es imposible querer y no querer una misma cosa a un mismo tiempo, preguntémonos cómo se puede imputar el mal a quienes no lo quieren cometer. 
     Este no es el caso del pecado original que, por otro motivo especial, pesa sobre el que no ha vuelto a nacer en el bautismo y no sólo sin su propio consentimiento, sino la mayor parte de las veces sin tener conocimiento de ello. 
     Recordemos el caso del apóstol Pedro. Parece que negó la verdad en contra de su voluntad. Tuvo que elegir entre la negación y la muerte. Y como tenía miedo a la muerte, negó. No quería negar, pero menos aún quería morir. Por eso negó contra su voluntad, para no morir. Se vio obligado a decir con los labios, y no con la voluntad, lo que no quería. La lengua se movió en contra de su voluntad. ¿Cambió su voluntad? ¿Qué es lo que quería? Sin duda alguna, ser lo que era, discípulo de Cristo. ¿Y  qué dijo? No conozco a ese hombre. ¿Por qué dice eso? Porque quería escapar de la muerte. ¿Y  qué pecado cometió con esto? 
       DECLARA CULPABLE LA VOLUNTAD DE PEDRO, QUE PREFIERE  MENTIR A MORIR.-Tenemos  en el  apóstol  una doble voluntad. Una que le impulsa a no querer morir, y es totalmente inocente. Otra, perfectamente Justa, por la que se complace en ser cristiano. Entonces, ¿Cómo pecó? ¿Acaso  porque prefirió mentir a morir? Esta disposición es reprensible, porque indica que le interesaba más conservar la vida del cuerpo que la del alma. La boca embustera da muerte al alma. Pecó, y lo hizo con el consentimiento de su propia voluntad, débil y miserable, es cierto, pero enteramente libre. Pecó no por desprecio u odio a Cristo, sino por un amor excesivo a sí mismo. Aquel miedo inesperado no le impulsó al amor desordenado de sí mismo, sino demostró que ya lo tenía. Ya era así v no lo conocía cuando oyó de labios de Jesús, a quien nada se le oculta: Antes que el gallo cante me negarás tres veces. 
     Esa debilidad de la voluntad no nació, sino que se manifestó ante ese repentino temor y puso al descubierto cómo se amaba a sí mismo y cómo amaba a Cristo. La descubrió Pedro, no Cristo. Pues Cristo ya conocía desde mucho antes el interior del hombre. Y como amada a Cristo, su voluntad sufrió, sin duda alguna, una gran violencia para hablar en contra de lo que sentía. Pero como se amaba a sí mismo, consintió libremente y contestó en su propia defensa. Si no hubiera amado a Cristo no le hubiera negado a pesar suyo. Mas si no se hubiera amado mucho más a sí mismo, no te hubiera negado en modo alguno. Reconozcamos que ese hombre se vio forzado no a cambiar la propia voluntad, pero sí a ocultarla. Forzado, repito, no a apartarse del amor de Dios; aunque sí a ceder un poco por amor a sí mismo.

martes, 18 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y DEL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXXVII


Capítulo 37


    Otras veces parece decirnos la Escritura todo lo contrario: A cada uno le viene la tentación cuando su propio deseo le arrastra y le seduce. El cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente pensativa. O, como dice el Apóstol: Siento en mis miembros otra ley que repugna a la ley de mi mente, y me encadena a la ley del pecado, que está en mis miembros. Todo esto puede interpretarse como una coacción de la voluntad, por la que se le priva de la libertad. Sin embargo, por muchas que sean las tentaciones interiores y exteriores, la voluntad siempre permanece libre en cuanto a la libertad de elección, y siempre es libre  ara juzgar y consentir. Por lo que se refiere a la libertad de deliberación o de complacencia, al tener que luchar contra la concupiscencia de la carne y las miserias de la vida se siente menos libre. Pero nunca es mala mientras no consienta en el mal. 
   CONFESIÓN DEL APÓSTOL, QUE SE QUEJA DE VERSE CAUTIVO DE LA LEY DEL PECADO:   Cuando Pablo se lamenta de sentirse esclavo bajo la ley del pecado, quiere decir, sin duda alguna, que su libertad de deliberación no es perfecta, porque en otro lugar se gloria de tener un consentimiento pleno y de verse plenamente libre para el bien. Así se atreve a decir: Ya no soy yo el que lo realiza. ¿Por qué dices eso, Pablo? Porque: estoy de acuerdo con la ley de Dios, que es buena. Y lo vuelve a repetir: Me deleito en la ley de Dios, según el hombre interior. Como su ojo está sano, confiesa abiertamente que todo su cuerpo es luminoso. Aunque se siente atraído hacia el pecado, o envuelto en miserias, no vacila en proclamar que es libre para el bien mediante la integridad de su consentimiento. Y exclama confiado: No hay, pues, condenación alguna para los que son de Cristo Jesús.

lunes, 17 de septiembre de 2012

LIBRO DE GRACIA Y DEL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXXVI


Capítulo 36


     El Creador ha honrado a la criatura racional con esta maravillosa participación de la divinidad, o dignidad divina; lo mismo que El es dueño de sí y es bueno por su propia voluntad y no por necesidad, también ella es dueña de sí misma en este aspecto. Si hace el mal, por propia voluntad lo hace. Y si se condena, también es por propia voluntad. O permanece en el bien y merece la salvación. Esto no quiere decir que para salvarse baste querer, sino que la salvación es imposible conn el concurso de  la voluntad. Nadie se salva contra su querer. 
   DIOS SÓLO JUZGA DIGNO DE LA SALVACIÓN AL QUE LA DESEA VOLUNTARIAMENTE.  Leemos en el Evangelio: Nadie puede venir a mí si mi Padre no le atrae. Y en otro lugar: Oblígales a entrar. Aunque el Padre misericordioso parece que atrae y fuerza a todos a la salvación, porque quiere que todos se salven, sin embargo, sólo juzga digno  e la salvación al que la recibe voluntariamente. Esto es lo que El pretende cuando infunde temor o castigo. Trata de estimular nuestra voluntad en vez de salvarnos en contra de nuestra voluntad. Cambiar la voluntad del mal al bien, no anulando, sino transformando la libertad. Cuando nos dejamos atraer, no siempre es contra nuestro deseo. El ciego y el cansado se dejan llevar gustosamente. Pablo se dejó conducir de la mano a Damasco, sin repugnancia alguna. Y también deseaba ser arrebatada espiritualmente la que suspiraba a gritos en el Cantar: ¡Arrástrame en pos de ti; corramos al olor de tus perfumes!

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXXV

Capítulo 35


    Mas para alcanzar esto necesitamos la ayuda del que nos estimula con su ejemplo. A fin de hacernos conformes a su imagen es preciso que nos vayamos transformando en su imagen, de gloria en gloria, movidos por el Espíritu del Señor. Por lo tanto, si es por el Espíritu del Señor no es por el libre albedrío. Y nadie piense que el libre albedrío tiene ese nombre porque tiene idéntico poder y facultad para hacer el bien o el mal. Puede caer en el mal y no puede salir del mismo si no es por el Espíritu del Señor. En ese caso deberíamos afirmar que Dios y sus ángeles no tienen libertad de elección, va que son buenos e incapaces de ser malos. Ni los ángeles rebeldes, que son malos e incapaces de ser buenos. Lo mismo que nosotros después de la resurrección, cuando nos unamos definitivamente con los buenos o con los malos. 
   NI DIOS NI EL DIABLO CARECEN DE LIBRE ALBEDRíO.- Es cierto que ni Dios ni el diablo están privados del libre albedrío. Si Dios no puede ser malo no se debe a una debilidad natural, sino a una voluntad firme en el bien y a una firmeza voluntaria. Y si el demonio no puede dirigirse hacia el bien, no se debe a una opresión violenta y ajena, sino a su propia voluntad obstinada y a su voluntaria obstinación. Por consiguiente, el libre albedrío tiene ese nombre porque deja siempre libre a la voluntad, sea para el bien o para el mal. Nadie, sino el que quiere, puede parecer bueno o malo, según sus obras. Por esta razón es lícito afirmar que se dirige igualmente hacia el bien que hacia el mal. En ambos casos tiene, si no idéntica facilidad de elección, sí la misma libertad de la voluntad.

domingo, 16 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXXIV


Capítulo 34


    El libre albedrío debe, pues, esforzarse en tener el mando sobre el cuerpo, así como la sabiduría preside el universo alcanzándolo con vigor de extremo a extremo. Es decir, gobernando con tal firmeza los sentidos y articulaciones, que no permita al pecado dominar su cuerpo mortal, ni que sus miembros sean instrumentos de la maldad, sino servidores de la justicia. De este modo, el hombre ya no es esclavo del pecado, porque no cometerá pecado. Libre de él comienza a recuperar la libertad de deliberación y a disfrutar de su propia dignidad. Porque se reviste de la imagen divina que lleva en sí mismo, con la semejanza que le conviene, y vuelve a recobrar su hermosura original. Procure hacer todo esto con mucha suavidad y fortaleza, es decir, no a dispusto ni por compromiso; esto sería el comienzo y no la plenitud de la sabiduría. Hágalo con una voluntad pronta y gozosa, que hace agradable el sacrifico. Porque Dios ama al que da con alegría. E imitara perfectamente a a Sabiduría si resiste con firmeza los vicios y reposa dulcemente en su conciencia.

sábado, 15 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXXIII



Capítulo 33



    Vino, pues, la forma a la cual se debía conformar el libre albedrío; porque  para recuperar la forma primera sólo podía reformarla quien la había formado. Esta forma es la Sabiduría. Y la conformación consiste en que la imagen realiza en el cuerpo lo que la forma hace en el universo. Esta alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna suavemente el universo. Alcanza de extremo a extremo, esto es, desde lo alto del cielo hasta lo profundo de la tierra, desde el ángel más glorioso hasta el gusano más insignificante. Y lo alcanza con vigor. No por movimientos sucesivos, cambios de lugar, o por medio de otras criaturas, sino por una fuerza sustancial y siempre presente con la cual mueve, ordena y gobierna poderosamente el universo. Y todo esto lo hace sin ninguna coacción interior. 
     Tampoco encuentra dificultad alguna en gobernar suavemente el universo, pues lo hace con su apacible voluntad. Alcanza también de extremo a extremo, esto es, desde que nace la criatura hasta que alcanza la meta que le está destinada por su Creador; ya sea por el impulso de la naturaleza, por causas segundas, o por el don de la gracia. Lo alcanza con rigor, porque nada de todo esto sucede sin su voluntad y sin la disposición de su providencia omnipotente.

viernes, 14 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRO ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXXII

Capítulo 32


      Ni siquiera en este mundo podríamos encontrar la semejanza, sino una imagen fea y deforme, a no ser que la mujer del Evangelio no hubiera encendido la lámpara. Me refiero a la Sabiduría encarnada, que limitó la casa de toda clase de vicios para buscar la moneda que había perdido, es decir, su imagen. Esta ya no tenía su belleza natural, pues estaba cubierta del fango del pecado y medio enterrada en el polvo. Cuando la encontró, la limpió y la sacó de la región de la desemejanza. La volvió a su prístina belleza, le dio la gloria de los santos y la hizo semejante en todo a ella misma, para que se cumpliera lo que dice la Escritura: Sabemos que cuando se manifieste seremos como EL, porque le veremos tal cual es. Nadie mejor que el Hijo de Dios para realizar esta obra. EL es el reflejo de la gloria del Padre y la impronta de su ser; sostiene el universo con su palabra posee en abundancia las dos cosas necesarias para restaurar lo que está deforme y robustecer lo débil. Con el resplandor de su rostro disipa as tinieblas del pecado y devuelve la sabiduría. Y con la fuerza de su palabra da poder para resistir la tiranía del demonio.

jueves, 13 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXXI


Capítulo 31


      LA VOLUNTAD PERVERSA SUBSISTE TAMBIÉN EN LOS TORMENTOS Y RECHAZA SER CASTIGADA COMO MERECE: Pero alguno me dirá: ¿Es posible que desaparezca toda sensatez cuando las penas que se sufren inducen al arrepentimiento de los pecados cometidos?  Podrá alguien no sentir este pesar en me  o de tales tormento? ¿No es sensatez este dolerse del mal? Sería válida esta objeción si solamente se castigara allí la acción mala. Pero también se castiga la mala voluntad. Está fuera de duda que ningún condenado se deleita en repetir la acción pecaminosa; mas si la voluntad persiste en su maldad aun en medio de los tormentos, de nada le vale renunciar al acto malo. Y no da muestras de cordura, ya que, sólo abrasada por el tormento, no siente el atractivo de la lujuria. Además: En este alma maliciosa no entrará la sensatez. ¿Y  quién nos dice que la voluntad sigue siendo mala en medio de los tormentos? Prescindiendo de otros argumentos, está el hecho de que no quiere ser castigada. La justicia exige que se castigue a quienes obran el mal. Ellos no aceptan lo que es justo. Y el que rechaza lo que es justo, manifiesta que su voluntad no es justa. Es injusta porque no se conforma con la justicia. Y así es una voluntad  mala. Hay dos cosas que demuestran que la voluntad no es justa, el deseo de pecar y el de no ser castigado después de haber pecado. Quien se ha complacido en pecar cuando ha podido  o quiere quedar impune cuando ya no puede pecar, carece de sensatez y de buena voluntad.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXX


Capítulo 30


      LA LIBERTAD DE DELIBERACÓN Y DE COMPLACENCIA LA ATRIBUYE A LA SEMEJANZA, Y LA LIBERTAD DE ELECCIÓN A LA IMAGEN.-Estas dos libertañes, de deliberación y complacencia, por las cuales Dios comunica a las criaturas racionales la verdadera sabiduría y la fuerza, varían según las causas, lugares y tiempos. En la  tierra se goza poco de ellas. En el cielo, plenamente En el paraíso, en un grado medio. Y absolutamente nada en él infierno. I.a libertad de elección permanece siempre invariable desde el primer estado de su creación, y es idéntica en el cielo, en la tierra y en el infierno. Por eso atribuimos las dos primeras a la semejanza. Consta por el testimonio de las Escrituras que en el infierno no existen las libertades que expresan la semejanza con Dios. Allí es imposible apreciar la verdad propia de la libertad de deliberación como lo indica aquel texto: Todo lo que está a tu alcance hazlo con empeño, pues no se trabaja ni se planea, ni hay conocer ni saber en el abismo adonde te encaminas. Sobre la posibilidad de hacer el bien, que procede de la libertad  de complacencia dice el Evangelio: Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera a las tinieblas. Este encadenamiento de pies y manos no es otra cosa que la privación absotuta de toda clase de poder.

martes, 11 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXIX


Capítulo 29

    El hombre fue creado en el paraíso con esta doble semejanza de la sabiduría y del poder de Dios. No en el grado sumo, sino en otro muy próximo. ¿Hay algo más cercano a la imposibilidad de pecar o turbarse -de que sin duda alguna disfrutan los santos ángel y él mismo Dios- que la posibilidad de evitar el pecado y toda clase de turbación en que fue creado el hombre? De ese estado cayó por el pecado, y nosotros con él: Mas por la gracia recibimos nuevamente no ese mismo grado, sino otro inferior. Ahora no podemos evitar totalmente el pecado y las miserias, pero con la ayuda de la gracia podemos no deJarnos vencer ni por el pecado ni por la debilidad. Dice la Escritura: quien ha nacido de Dios no comete  pecado. Pero esto sólo se refiere a los predestinados a la vida. Y no quiere decir que no pequen nunca, sino que no se les imputa el pecado; porque lo expían con una saludable penitencia o lo cubren con la caridad. La caridad sepulta un sinfin de pecados. Y: Dichoso el que está absuelto de sus culpas y a quien le han sepultado sus pecados. Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.
      DISTINGUE BELLAMENTE LOS DIVERSOS GRADOS DE LAS CRIATURAS RACIONALES. Los ángeles tienen el grado más alto de esta semejanza divina, nosotros el más bajo. Adán tuvo un grado intermedio, y los demonios no tienen ninguno. A los espíritus celestes se les concedió permanecer libres de pecado y de toda clase de miseria. A Adán se le concedió estar libre de ambas cosas, mas no la perseverancia en este estado. Nosotros no podemos estar libres del pecado y de la miseria, pero sí podemos luchar y no sucumbir ante ellos. El diablo y sus secuaces, como no quieren resistir nunca al pecado, tampoco pueden escapar a su pena.

lunes, 10 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXVIII





Capítulo 28



     EN ESTAS LIBERTADES CONSISTE LA IMAGEN Y SEMEJANZA DEL CREADO.  Creo que la imagen y semejanza del Creador con las que fuimos creados se encierran en estas tres clases de libertad: la imagen en la libertad de elección, y en las otras dos, cada uno de  los aspectos de la semejanza. Si el libre albedrío es incapaz  de sufrir el menor defecto o disminución es porque ha recibido  más particularmente el sello de la imagen indeleble y sustancial de la divinidad.

   EL LIBRE ALBEDRIO ES SEMEJANTE A LA ETERNIDAD: Aunque ha tenido principio, no conoce el ocaso. No crece con la justicia y la gloria ni disminuye con el pecado o la debilidad. ¿Hay algo más semejante a la eternidad sin ser la eternidad? Las otras dos libertades, como pueden disminuir y hasta perderse del todo, constituyen más bien una especie de semejanza accidental con la sabiduría y con el poder divinos añadidos a la imagen. Es así:  las perdemos con la culpa y las recuperamos con la gracia. Y de hecho cada día, unos más y otros menos, avanzamos o retrocedemos en ellas. También pueden perderse sin esperanza de recuperarlas. Y pueden poseerse con tal seguridad que es imposible se pierdan o disminuyan.

domingo, 9 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXVII


Capítulo 27



    Mientras tanto, aprendemos en esta vida de la libertad de deliberación a no abusar de la libertad de complacencia. De este modo restauramos en nosotros la imagen de Dios y nos preparamos por la gracia a recobrar aquella primera dignidad que perdimos por el pecado. Dichoso quien merezca oír de sí mismo: ¿Quién es ése? Vamos a felicitarlo. Hizo maravillas en su vida. Pudo desviarse y no se desvió; pudo hacer el mal y no lo hizo.

sábado, 8 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXVI



Capítulo 26


    El hombre, pues, necesita a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios. Como sabiduría, le comunica un nuevo conocimiento de la verdad, devolviéndole la libre deliberación. Y como fuerza, le restituye la capacidad plena de ponerla en práctica por la libertad de complacencia. Con lo primero se hace perfectamente bueno y exento de pecado; y con lo segundo, completamente feliz y libre de toda contrariedad. Esta perfección la esperamos en la otra vida cuando al libre albedrío se le restituya en plenitud la libertad perdida. No como la poseen los justos en la tierra, ni como disfrutaron de ella los primeros padres en el paraíso, sino como gozan de ella los ángeles en el cielo. 
     Ahora, mientras vivimos en este cuerpo mortal y en este mundo perverso, hemos de contentarnos con dominar la concupiscencia con la libertad de deliberación y no desmayar en la lucha por la justicia, mediante la libertad  de complacencia. Mientras vivimos envueltos en el pecado y en la malicia de la vida, mucho conseguiremos si no consentimos en el pecado, ya que no podemos librarnos eternamente de él. Y es también una señal  de gran fortaleza superar valientemente las adversidades por amor a la verdad, aunque no seamos totalmente insensibles a ellas.

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDÍO: CAPÍTULO XXV


Capítulo 25



   
 Aunque no sufre menoscabo alguno, es incapaz de pasar por sí misma del mal al bien. Mientras que fue capaz de caer del bien en el mal. Y nada tiene de extraño que no pueda levantarse después de su caída, pues cuando se mantenía erguida era incapaz de subir a otro grado mejor. Además, cuando poseía de algún modo aquellas dos libertades, tampoco podía elevarse del grado inferior al superior, esto es, de la posibilidad de no pecar o de no turbarse a la imposibilidad de pecar y turbarse. Y si, ayudado de aquellas dos libertades, no pudo pasar de lo bueno a lo mejor, mucho menos podrá apartarse del mal para volver al bien cuando está privado totalmente de ellas.

jueves, 6 de septiembre de 2012

LIBRO DE GRACIA Y LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXIV


Capítulo 24


     ¿En qué quedamos? ¿Perdió la libertad de elección al no poder evitar el pecado? En absoluto. Lo que perdió fue la libertad de deliberación, que le otorgaba la posibilidad de no pecar. Y también fue sometido a la turbación porque perdió la libertad  de complacencia, que le daba la posibilidad de no turbarse. 
     En ese caso, sin lugar  dudas, no sólo le falta la bondad a la voluntad, sino que la voluntad misma ya no existe, y, por lo tanto, ha desaparecido el libre  albedrío. 
     Pero cuando solamente se siente incapaz de hacer el bien, es señal de que le falta la libertad de deliberación, no la de elección. De igual manera, si es capaz de querer y no puede hacer el bien que quiere, es porque le falta la libertad de complacencia; pero mantiene intacta la libertad de elección. Por tanto el libre albedrío va siempre unido a la voluntad. Y sólo deja de existir cuando ha desaparecido la voluntad. Esta existe igualmente en los buenos  y en los malos. El libre albedrío permanece tan íntegro en unos como en otros. Y así como la voluntad no deja de ser ella misma, aunque se hunda en la miseria, sino que la llamamos y es una voluntad pobre, o en el caso contrario, una voluntad dichosa. Tampoco al libre albedrío lo puede anular o disminuir alguna clase de adversidad o coacción.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXIII


Capítulo 23


     Por eso la caída  el pecador no se debe atribuir a la facultad de poder hacerlo, sino al vicio de la voluntad. Pero quien ha caído por su propia voluntad no es libre para levantarse gracias a esa voluntad. La voluntad tenía la posibilidad de no caer, mas no la de levantarse si caía. No es tan fácil salir de un precipicio como caer en él. El hombre cayó por su propia voluntad en el abismo del pecado. Pero no le basta la voluntad para poder salir de él, porque, aunque quiera, no puede evitar ya el pecado.

martes, 4 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXII


Capítulo 22


    Recibió, pues, tres clases de libertad; pero como hizo mal uso de la libertad que llamamos de elección, se privó de las otras dos. El abuso consistió en que la utilizó para su propia gloria y la puso al servicio de su propia humillación, como nos dice la Escritura: El hombre nacido en honor no comprendió su dignidad; se puso al nivel  e las bestias y se hizo semejante a ellas. Entre todos los animales solamente el hombre tenía la posibilidad de pecar, por el privilegio de su libre albedrío. Pero no se le concedió para que pecase, sino para tener la gloria de no pecar pudiendo pecar. Qué mayor gloria para él que poderle aplicar lo que dice la Escritura: ¿Quién es? Vamos a felicitarlo. ¿Y  por qué merece esta alabanza? Hizo maravillas en su vida. ¿Cuáles? Pudo desviarse y no se desvió; pudo hacer el mal y no lo hizo. Este honor lo conservó mientras se abstuvo del pecado. Y lo perdió al pecado. Pecó porque era libre. Y era libre por su libertad de elección, la cual le otorga la posibilidad de pecar. La culpa de esto no está en el que se la dio, sino en el que abusó de ella. 
  La facultad que recibió  ara tener la gloria de no pecar, él la utilizó para pecar. Es verdad que pecó porque recibió la posibilidad de hacerlo. Pero no lo hizo porque pudo, sino porque quiso. Lo mismo sucedió con el diablo y los ángeles rebeldes. No se rebelaron porque pudieron, sino porque quisieron.

domingo, 2 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBITRIO: CAPÍTULO XXI


Capítulo 21


       ¿GOZO ADAN EN EL PARAISO DE ESTA TRIPLE LIBERTAD?-Ha llegado el momento de tratar la cuestión que antes diferimos: si el hombre y la mujer poseyeron en el paraíso las tres libertades: de elección, de deliberación y de complacencia. O hablando en otros términos: sobre el pecado, sobre la debilidad y sobre la coacción. Si tuvieron solamente dos de ellas, o una. Sobre la primera no hay lugar a duda, basta recordar lo anteriormente dicho. Existe por igual en los justos y pecadores. Pero debemos también preguntarnos si Adán tuvo las otras dos, o solamente una de ellas. Si no tuvo ninguna de las dos, ¿Que perdió? La libertad de elección la poseyó siempre íntegra, antes y después de pecar: Y si no perdió ninguna, ¿Que desgracia le sobrevino al ser expulsado de paraíso? Si tuvo una de las dos, ¿Cómo la perdió? Porque es cierto que desde que pecó no estuvo ya libre  el pecado ni de la debilidad en toda su vida. Por otra parte, si poseyó realmente alguna de estas tres libertades, jamás pudo perderlas. Porque, en ese caso, su sabiduría o su poder no habrían sido perfectos, como antes explicamos. Pudo querer lo que no era lícito y consentir en lo que no quería. ¿Diremos acaso que no las poseyó plenamente, sino en cierto grado, y por eso pudo perderlas? 
   CADA UNA DE ESTAS DOS LIBERTADES TIENE DOS GRADOS -Ambas libertades tienen dos grados. Uno superior y otro inferior. El grado superior de la libertad de deliberación consiste en no poder pecar. Y el inferior, en poder evitar el pecado. Igualmente el grado superior de la libertad de complacencia consiste en la imposibilidad de turbarse. Y el inferior, en poder evitar la turbación. El hombre recibió en su creación el grado inferior de estas dos libertades, junto con la perfecto libertad de elección. Al pecar se privó de ambas. Pasó de la posibilidad de evitar el pecado al de la necesidad de pecar, al perder totalmente la libertad de deliberación. Y de la posibilidad de evitar la turbación  pasó al de una turbación inevitable, al perder totalmente la libertad de complacencia. Sólo le quedó, para su propia desgracia, la libertad  de elección, por la cual perdió las otras dos. Esta, en cambio, no pudo perderla. Convertido en esclavo del pecado por su propia voluntad se privó justamente de la libertad de deliberación. Y el que era reo de muerte por su pecado, ¿cómo podía conservar la libertad de complacencia?

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XX


Capítulo 20 
    Estas dos cosas son las que antes mencionamos: saborear lo verdadero y tener plena capacidad de practicarlo. Lo primero va íntimamente ligado con la justicia, y lo segundo con la gloria. Debemos fijarnos en lo verdadero y en lo de plena capacidad. Lo primero para excluir la sabiduría de la carne, que es muerte, y el saber del mundo, que es necedad a los ojos de Dios -aunque los hombres se tengan por sabios-. Pero sabios sólo para el mal. Y lo segundo, para diferenciarlo del poder que tienen aquellos  e quienes se dice: A los poderosos les aguarda un riguroso tormento. Es imposible saborear la verdad y tener capacidad  plena de practicarla si al libre albedrío no le acompañan las dos cosas arriba mencionadas, es decir, libertad de deliberación y libertad de complacencia.
  Yo sólo considero verdaderamente sabio y poderoso al que, además de desear una cosa por su libre albedrío, llega a realizarla mediante las otras dos libertades. De tal modo que sea incapaz de desear el mal, y capaz siempre de realizar lo que quiere. Lo primero -conocer la verdad- le viene de la libertad de deliberación; y lo segundo -ser capaz de practicar la de la libertad de complacencia. Pero ¿Quién hay entre los mortales tan perfecto que pueda gloriarse de ello? ¿Dónde y cuándo podremos conseguirlo? ¿Acaso en esta vida? Esa persona sería mayor que Pablo, que confiesa humildemente: Hacer el bien no está en mis mano. ¿Y  Adán en el paraíso? Si hubiese sido capaz de ello jamás habría sido desterrado del Edén.

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ELBEDRÍO: CAPÍTULO XIX



Capítulo 19



    Por lo tanto, para que el querer de que gozamos por el libre albedrío sea perfecto, necesitamos una doble gracia. Por una parte, saborear la verdad, lo cual supone la conversión de la voluntad hacia el bien; y, por otra, la posibilidad de realizarlo, es decir, la confirmación en el bien.
   LA PERFECCIóN DE LA BUENA VOLUNTAD INCLUYE UN TRIPLE BIEN.-Es perfecta la conversión al bien cuando solamente nos complace lo que es conveniente o lícito. Y la confirmación en el bien es perfecta si no carece de nada de lo que desea. La voluntad alcanza la perfección cuando es plenamente buena y llena de bondad. Posee una doble cualidad original: una, por ser criatura -porque el Dios bueno todo lo hace bien- y, además, porque vio Dios todo lo que había hecho,y era muy bueno. La otra, por el libre albedrío, según el cual fue creada a imagen del Creador. Si a ello añadimos la conversión al Creador, entonces puede considerarse plenamente buena.
     Buena como toda criatura en general, superior a ellas por su naturaleza, y óptima cuando se ordena a sí misma. Esta ordenación consiste en la total conversión de la voluntad a Dios y en su sometimiento deliberado y ferviente, Esta justicia tan excelsa merece y lleva siempre consigo la plenitud de la gloria. Ambas están unidas, tan unidas que es imposible una justicia perfecta sin la gloria, y ésta sin aquélla. Y con razón es gloriosa esta justicia, porque no existe gloria verdadera sin ella. Por eso está escrito: Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque se saciarán.

sábado, 1 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XVIII


Capítulo 18     

     EN QUÉ SE DISTINGUEN LA VOLUNTAD LIBRE, LA MALA Y LA BUENA.       Como criaturas  dotadas  de  voluntad libre somos, en cierto modo, dueños de nosotros mismos. Y por la voluntad buena nos hacemos propiedad de Dios. Dios creó a la voluntad en el bien, buena, libre, como la primicia de sus criaturas. Porque más nos valdría no haber existido que ser totalmente independientes. Pues los que aspiran a ser independientes, semejantes a Dios, conocedores del bien y del mal, en vez de hacerse dueños de sí mismos se convirtieron en esclavos del diablo. Por tanto, la voluntad libre nos hace dueños de nosotros, la mala nos somete al diablo y la buena a Dios. A esto se refiere aquella frase: El Señor conoce a los suyos. Porque de los que no sean suyos dice en otro lugar: Os aseguro que no os conozco. Cuando somos propiedad  el diablo -por la mala voluntad- no pertenecemos a Dios. Y cuando nos entregamos a Dios con buena voluntad, dejamos de pertenecer al diablo. Nadie puede estar al servicio de dos amos. Pero seamos de Dios o del diablo, no por eso dejamos de ser de nosotros mismos, porque en ambos casos permanece el libre albedrío y la raíz del mérito. Pues en atención a nuestros méritos, o nos condenamos como depravados -por habernos comportado libremente conforme a nuestra propia voluntad- o somos coronados por el bien.  
     Quien nos hace esclavos del demonio no es el libre albedrío, sino nuestra propia voluntad. Y quien nos somete a Dios es su gracia, no nuestra voluntad. El Dios de la bondad creó nuestra voluntad recta y buena, pero no será perfecta hasta que no se someta plenamente a su Creador. 
     Lejos de mí afirmar que de sí misma le viene a la voluntad la perfección, y de Dios la creación. Supone mucho más el ser perfecta que el ser hecha. Sería una blasfemia decir que lo menor procede de Dios y lo mayor de nosotros. El Apóstol sabía muy bien qué procede de la naturaleza y qué debía esperar de la gracia. Y exclama: El querer lo tengo a mano, pero el realizarlo no. Es decir, el querer era innato en él, por la liberad de elección; pero para tener un deseo perfecto sentía la necesidad de la gracia. Desear el mal es un defecto de la voluntad, querer el bien es un progreso, y ser capaz de hacer todo el bien posible es su perfección consumada.