Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

miércoles, 27 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO XIV



¿Qué es Dios? El que desborda los tiempos, pero  no los anula ni los identifica con El. ¿Qué es Dios? Aquello de quien todo procede, por el que son todas las cosas,  en el que existen todos los seres. De quien todo procede, pero por creación, no por generación: Por el que son todas las cosas; mas no creas que uno es su inventor y otro su creador. En el que existen todos los seres, no como en su lugar, sino bajo su poder conservador. De quien todo procede, como de un único  principio creador de todo. Por el que son todas las cosas, porque no hay fuera de él otro segundo principio creador. En el  que existen todos los seres, porque no hay un tercer principio que sea el lugar en el que existen. De quien todo procede, no como si Dios fuese su materia de la que procede, sino su causa eficiente, no material. En vano buscarán los filósofos la materia de la creación; Dios no necesitó materia alguna para crear.  No buscó talleres ni artesanos. Todo lo hizo él, por sí mismo y en sí mismo. ¿De qué lo hizo? De la nada. Porque si lo  hubiese hecho de otro ser ya existente, no hubiera hecho ese otro ser, y así no sería el creador universal. 
Es absurdo pensar que de su propia sustancia incorrupta e incorruptible creara tantos seres, buenos sí, pero corruptibles. Si me preguntas dónde está él si en él está todo, te diré que eso es para mí lo más misterioso. ¿Qué espacio podría contenerle? Si me preguntas dónde no está, tampoco te lo puedo decir. ¿Qué lugar hay donde Dios no esté? Dios es incomprensible, pero  ya sabemos mucho de él, si has aprendido esto: que no puede ser contenido en lugar alguno, ni hay un lugar del que esté ausente. Así como todos los seres están en él, también él está  en todos los seres. Por último, como dice el evangelista: Estaba en el mundo. Por lo demás, está allí donde estaba antes de  que el mundo existiera. No tienes por qué seguir preguntando dónde estaba: fuera de él no existía nada, luego estaba en sí  mismo.

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO XIII


LO QUE DEBEMOS CONTEMPLAR EN LA ESENCIA DIVINA Y SOBRE LA HEREJIA DE QUIENES CREEN QUE "DIOS ES DIOS POR LA DIVINIDAD, PERO LA DIVINIDAD MISMA NO ES DIOS" Y SOBRE DIOS UNO.


Pasa ya ahora más allá de estos espíritus, que  acaso tú, como la Esposa, puedas decir: pero apenas los pasé, encontré al amor de mi alma. ¿Quién es ese amor? No se me  ocurre mejor contestación que ésta: el que es. Exactamente la misma que el Señor dio como respuesta, cuando se manifestó a Moisés, al dirigirse al pueblo por indicación suya. El que es me envía a vosotros. Respuesta perfecta, pues ninguna otra  corresponde con mayor precisión a la eternidad que es Dios. Porque si dices que Dios es bueno, que es grande, feliz, sabio, o cualquier otra cosa, en ese atributo está implicada su esencia: el que es. Efectivamente, para él, ser simplemente, es ser todo lo que acabas de decir. Y si añadieses cien cosas más, nunca te saldrías del ser. Porque al afirmarlas, nada le añades con su enumeración; y si las omites, en nada disminuye. 
Si has advertido ya que este ser es tan único y tan sumo, ¿no crees que, comparándolo con él, cualquier otro ser es más bien el no ser que el ser? Entonces, ¿qué es Dios? Sin él nada existe. Y es tan imposible que exista algo sin él, que ni  siquiera él mismo, sin contar consigo mismo, podría existir. El es para sí mismo y para todo lo demás; y en cierto modo puede afirmarse que Dios es un solitario, por ser la raíz de sí mismo y de todos los seres. 
¿Qué es Dios? El principio: ésa es la respuesta que dio de sí mismo. Muchas otras realidades son llamadas principios, pero con relación a sus derivados. Si buscamos lo que realmente es anterior, llegarás al principio verdadero. Y si buscas al ser que realmente es el principio puro, necesariamente encontrarás al principio que no tiene principio. El ser por el que todo comenzó, el único que no tuvo que comenzar; porque si hubiera  tenido que comenzar, necesariamente comenzó en otro ser  distinto de sí mismo. Nada pudo comenzar por sí mismo, de  no suponer gratuitamente que, cuando no existía aún, podría  darse a sí mismo el comenzar a ser, o que existió como ser  antes de existir. Como ambas cosas repugnan a la razón, es  evidente que nada ha podido ser el principio de sí mismo. Y todo cuanto ha tenido un principio no ha podido ser lo primero. Luego el verdadero principió no ha tenido jamás principio,  sino que todo comenzó por él.

lunes, 25 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPITULO XII



Si me dices que un ángel puede vivir en nuestro interior, no lo negaré, porque recuerdo que está escrito: y el  ángel que en mí hablaba. Pero aquí debemos hacer algunas  distinciones. El ángel está en nosotros sugiriéndonos el bien, no haciéndolo. Está exhortándonos al bien, no creándolo. Por el  contrario, Dios está dentro de nosotros, de tal modo  que afecta al alma, le infunde el bien o, mejor, él mismo se difunde en ella y la hace partícipe de sí mismo. Por eso alguien pudo decir sin miedo que se hace un solo espíritu con el nuestro, no una sola persona o sustancia. Más exactamente: el que está unido al Señor es un espíritu con él. Por tanto, el ángel está con el alma; Dios está en el alma. El ángel está como un invitado del alma, pero Dios como vida. El alma ve por los ojos, oye por los oídos, huele por el olfato, gusta por el paladar y toca con todo su cuerpo. Así, Dios ejecuta diversas operaciones por los espíritus. En unos se manifiesta como amor, en otros como  conocimiento y en los demás realiza otras cosas; la manifestación del Espíritu se la da a cada uno para el bien común.  
¿Quién es ese Señor que tantas veces lo tenemos en los  labios y tan lejos de nuestra realidad? ¿Cómo es posible que hablemos de él incesantemente, oculto en su majestad, se escape siempre a nuestros ojos e incluso a nuestros afectos? Escucha lo que él mismo dice a los hombres: como el cielo  está por encima de la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes más que vuestros planes. Se dice que  amamos, y también Dios; y así muchas otras cosas. Pero Dios ama como amor que es; conoce en cuanto que es la verdad; juzga como justicia que es; domina como majestad suma, gobierna  como principio universal, protege como salvación, obra como poder, revela como luz, asiste coma piedad que es. Todo esto lo hacen también los ángeles y nosotros; pero de manera muy  imperfecta, es decir, no por el bien que somos, sino por la bondad de la que participamos.

domingo, 24 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO XI



Todas estas perfecciones se las dio a estos espíritus su creador, el mismo y único espíritu que reparte a cada uno en particular lo que a él le parece. Todo eso hizo en ellos y les concedió que ellos también lo hicieran, pero de distinta manera. Así, los serafines arden, pero en el fuego de Dios, o mejor dicho, en un fuego que es el mismo Dios. Su principal atributo es amar, pero no tanto como Dios ni del mismo modo. Brillan los querubines y descuellan por su saber, pero no porque sean la Verdad ni la posean en tan alto grado, sino porque participan de ella. Están sentados los tronos, pero por gracia del que sobre ellos se sienta. Juzgan también con él con suma  tranquilidad, pero no con la misma paz del que todo lo pacifica, paz que supera todo razonar. Dominan las dominaciones, pero son dominadas por el Señor, a quien también le sirven. No es posible compararlo con el supremo, sempiterno y único dominio  de Dios. Presiden y gobiernan los principados, pero a su vez son gobernados, de modo que no sabrían gobernar si dejasen  de ser gobernados. 
En las potestades sobresale su fortaleza, pero aquel a quien se la deben es mucho más fuerte y de otra manera, porque  Dios no es fuerte, es la Fortaleza. Las virtudes, de acuerdo con su función, pueden despertar a los hombres de su entorpecimiento espiritual, exhibiendo portentos en la naturaleza; pero  quien los realiza es el poder que mora en ellos, en comparación del cual no poseen ninguno. Tan grande es la diferencia,  que el profeta dice de él en singular: Sólo él hizo grandes  maravillas. Y en otro lugar añade: El es el único que obra  grandes maravillas. Los ángeles y los arcángeles están junto a nosotros, pero Dios, que no sólo está cerca, sino dentro de  nosotros, se nos muestra mucho más fraternal.

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO X



Hay que descubrir en los espíritus llamados  serafines, cómo Dios es capaz de amar cuando no hay razón alguna para amar; pero también cómo es incapaz de odiar nada de cuanto él ha creado. Cómo alienta a sus criaturas para salvarlas, cómo las impulsa, cómo las abraza, cómo las vuelve dignísimas de su amor y las purifica acrisoladamente, consumiendo con su fuego los pecados de su juventud en sus elegidos y la paja de sus  ignorancias. Hay que descubrir en los querubines, llamados plenitud de ciencia, que Dios es señor de todo conocimiento y no puede ignorar más que la ignorancia; que es todo luz y no hay en él tiniebla alguna; que es todo ojos y que no puede ser engañado nunca, porque nunca los cierra; que no busca la luz fuera de sí mismo para ser iluminado, porque él es luz y es  visión. 
Hay que descubrir en los tronos cómo se sienta sobre  ellos un juez libre de toda sospecha para los inocentes, que no quiere engañar ni ser engaña o, porque es amor y luz. Jamás  interrumpe su audiencia; es única su tranquilidad. Yo deseo ser juzgado por ese rostro en el que siempre brilla el amor y del que están ausentes el error y la turbación. Hay que descubrir en las dominaciones la majestuosa grandeza del Señor,  cuyo imperio coincide con su voluntad y tiene como fronteras la universalidad y la eternidad. Hay que descubrir en los  principados el principio del que todo procede; a la manera como una puerta gira sobre sus goznes, así es gobernado por Dios el universo. 
Hay que descubrir en las potestades con qué poder protege Dios a los mismos seres que domina, venciendo y arrojando  lejos a todo poder adverso. Hay  que descubrir en las virtudes que él es fuerza presente por igual en todas partes, por la cual existen todos los seres; cómo es vivificante, eficaz, invisible e inmóvil. Y sin embargo lo encamina todo hacia su meta y lo  domina con fortaleza; cuando su fuerza irrumpe en la naturaleza y produce efectos menos frecuentes para los mortales, los  llamamos milagros o portentos. Por último, hay  que descubrir en los ángeles y arcángeles la verdad y la verificación de  aquellas palabras: A él le interesa nuestro bien, pues no cesa de alegrarnos con las visitas de seres tan grandes y admirables, instruyéndonos con sus revelaciones, previniéndonos con sus  sugerencias y consolándonos con su asistencia.

sábado, 23 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO IX



¡Ah, Eugenio! ¡Qué bien se está aquí! ¡Y qué será  cuando nos hayamos adentrado de lleno en la realidad hacia la cual sólo hemos dado los primeros pasos! Sí. Vamos avanzando algo en el espíritu, pero no con todo el espíritu, sino con  una parte y muy insignificante. Porque nuestros afectos yacen abatidos por el peso del cuerpo y nuestros deseos apegados al fango; por ahora únicamente puede elevarse un poco nuestra  consideración, aún árida y tenue. Mas a pesar de esta  insignificancia que se nos da, podemos ya exclamar con alegría en el Señor, yo amo la belleza de tu casa, el lugar donde reside tu gloria. Sería maravilloso que el alma pudiera recogerse toda entera en si misma, reunir junto a sí todos los afectos  desparramados que la traen cautiva, con sus temores infundados y sus amores pecaminosos, afligiéndose sin motivo y alegrándose vanamente, para lanzarse libre de una vez y volar con todo el ímpetu de su espíritu, bañándose en el caudal de la gracia. 
Cuando empiece a vagar entre las luminosas mansiones del cielo, escrutando detenidamente el seno de Abrahán, y encontrar bajo su altar, sea el que fuere, las almas de los mártires, esas que aguardan pacientemente a ser revestidas de su segunda estola. Entonces no podrá contenerse sin exclamar con el  ardor del profeta: Una cosa pido al Señor, eso buscaré,  habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida,  contemplar la belleza del Señor examinando su templo. ¿Cómo no ver allí el corazón mismo de Dios? ¿Cómo no experimentar allí que la voluntad divina es amable, buena y perfecta? Buena en sí misma, amable por sus obras y perfecta para los que, por ser perfectos, nada buscan sino complacerle. Están patentes allí su entrañable misericordia, sus designios de paz, sus tesoros de salvación, sus misterios de amor, sus secretos de benignidad que, impenetrables para los mortales, se mantienen velados aun para los mismos elegidos. Lo cual no deja de ser  providencial, pues así le temerán siempre mientras no sean  capaces de amarle dignamente.

jueves, 21 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO VIII


¿Qué sentido tiene esta distinción gradual? A no ser  que tu consideración haya encontrado otra explicación mejor, podemos pensar que los ángeles, por datos de fe, son los  espíritus asignados a cada uno de los hombres y enviados para ejercer su ministerio con los herederos de la gloria, conforme a la doctrina de Pablo. De ellos dijo el Salvador: Sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial. Podemos pensar que les preceden los arcángeles, quienes,  iniciados en los misterios divinos, son enviados con misiones de extraordinaria importancia. Entre ellos se destaca el arcángel Gabriel, que, como leemos en el Evangelio, fue enviado a María para anunciarle la causa más sublime. 
Podemos pensar que sobre ellos están las virtudes. Son los que ordenan ejecutar los signos y prodigios que para aviso de los mortales aparecen en los elementos o por los elementos de la naturaleza. Quizá por esto, cuando lees en el Evangelio: aparecerán portentos en el sol, la luna y las estrellas, te dan a continuación el motivo: porque las virtudes de los cielos se pondrán en movimiento. Se trata de los espíritus que realizan esas maravillas. Podemos pensar en las potestades,  que son todavía superiores, pues por su fuerza queda subyugado el poder de las tinieblas, reprimiendo su malicia; así no pueden hacer todo el daño que quieren, sino sólo cuando redunde en mayor  bien. 
Podernos pensar también que por encima están los principados, bajo cuya dirección y sabiduría se establece, se rige, se  imita, se transfiere, se altera y se cambia todo poder superior de la tierra. Podemos pensar que las dominaciones sobresalen entre todos los órdenes mencionados, hasta el punto de que  los demás espíritus son como subordinados, pues de ellos  depende el gobierno de los principados, la protección de las potestades, los portentos de las virtudes, las revelaciones de los arcángeles, la providencia y custodia de los ángeles. 
Podemos pensar  que los tronos han volado por encima de las dominaciones. Se laman tronos, precisamente porque están sentados, para que sobre ellos se siente el mismo Dios. Pues si no estuviesen sentados, no podría sentarse sobre ellos el  Altísimo. ¿Me preguntas cómo concibo yo esta posición de  sentados? Equivale a gozar de una tranquilidad suma, de una serenidad placidísima, de una paz que supera toda experiencia. Así está el Señor Dios de los ejércitos juzgando todas las  criaturas con infinita tranquilidad, placidísimo, serenísimo, apacibilísimo. Y constituyó a los tronos muy parecidos a él. 
Podemos pensar que los querubines son unos espíritus que deben de la misma boca del Altísimo y distribuyen corrientes de ciencia a todos sus conciudadanos. Mira si no aquel río del que habla el profeta, cuyo correr alegra la ciudad de Dios. Podemos pensar, por fin, que los serafines son unos espíritus abrasados por el fuego divino,  que incendian toda la creación, para que, a su vez, cada uno de os espíritus sean lámparas  encendidas y resplandecientes, luminosos por su sabiduría y ardientes por su amor.

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO VII



  LO QUE DEBEMOS CONTEMPLAR GOZOSAMENTE EN LOS ESPIRITUS SUPERIORES 

Hechas  estas aclaraciones  previas,  debemos  orientar ya nuestra consideración hacia la Jerusalén de arriba, nuestra madre. Para ello adentrémonos con cautela y atención por los tres caminos descritos, exploremos lo inexplorable en la medida de nuestras posibilidades ó, más bien, según el don que a cada uno se nos conceda. Ante todo sabemos que sus  habitantes son unos espíritus poderosos, bienaventurados,  gloriosos, distintos entre sí por sus personas, distribuidos según su dignidad, estables desde el principio en su orden  correspondiente, perfectos en su género respectivo, etéreos por su cuerpo, inmortales para siempre, impasibles no por naturaleza, sino por gracia; espíritus puros, benignos por el amor, piadosos por su religión, íntegros en la castidad, individualizados en su unanimidad, confirmados en la paz, creados por Dios, ocupados en su alabanza y adoración. 
Así lo hemos leído en las Escrituras y lo creemos por la fe. Pero hay autores que vacilan en su opinión sobre el lugar que ocupan sus cuerpos e incluso sobre si tienen cuerpos. Yo no entro en discusión con quien afirme que esta cuestión es materia simplemente opinable. Con todo, nos dice la razón, y no la fe ni la mera opinión, que están dotados de inteligencia. No podrían carecer de ella y tener experiencia de Dios. Poseen también sus nombres propios, conocidos por nosotros en la  Escritura, por los cuales podemos conjeturar y vislumbrar de alguna manera cosas que a los mortales no nos corresponde  percibir con claridad, como son sus oficios, méritos, grados y órdenes. Aquí hemos de significar que sólo entra en el ámbito  de la fe lo que hemos oído a la Palabra, porque la fe viene de la escucha. Por eso lo que acabamos  de afirmar no pasa de ser simple opinión. ¿Y para qué conocemos sus nombres celestiales si luego no podemos opinar, salvando la fe, sobre las  realidades que esos nombres significan? Angeles, arcángeles, virtudes, potestades, principados, dominaciones, tronos,  querubines y serafines. ¿Qué significan estos nombres? ¿No hay diferencia alguna entre los que se llaman ángeles y los que tienen el sobrenombre de arcángeles?

martes, 19 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO VI



Debemos evitar toda confusión para no atribuirle a la  mera opinión la certeza de la fe o discutir como opinable lo que la fe afirma como cierto e inmutable. Es preciso tener ideas claras al respecto. Toda opinión que afirme algo  categóricamente es temeraria; la fe que pretenda conciliarse con la vacilación es débil; la inteligencia, cuando intenta irrumpir en una verdad sellada por la fe, viola y acecha la majestad de Dios. Muchos evaluaron su opinión como una verdad de la  inteligencia y se equivocaron. Es posible atribuir lo opinable a la inteligencia; pero inteligencia y opinión no pueden  identificarse. ¿Por qué así? Porque una puede equivocarse y la otra no. La verdadera inteligencia no sólo posee la verdad cierta, sino también el convencimiento de que  la posee. 
Cada uno de estos tres medios podemos definirlos así: la fe es como una pregustación voluntaria y cierta de una verdad  aún no manifiesta; la inteligencia es el conocimiento cieno y evidente de cualquier realidad invisible; la opinión es dar por verdadera una cosa, ignorando que es falsa. Por tanto, la fe no puede admitir la menor incertidumbre, ya que pasaría a ser  opinión. ¿en qué se diferencia la fe de la inteligencia? Las dos están al nivel de la certeza absoluta; pero la fe está cubierta con un velo que no encubre a la inteligencia. Además, una vez que entendiste algo con la inteligencia, ya no debes investigar más. Si tuvieras que hacerlo, significa que no lo comprendes. En cambio, nada hay que más deseemos saber como lo que ya  sabemos por la fe. Precisamente llegaremos al colmo de nuestra felicidad total cuando contemplemos nítidamente y sin velos lo que ya tenemos cierto por la fe.

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO V.



NUESTRA CONSIDERACIÓN EXPLORA DE TRES MANERAS A DIOS Y A LOS ANGELES


Tal vez me acuses de que ya he expuesto suficientemente por dónde hemos de subir, y ahora me exigirás  que explique también a dónde vamos a subir. Pero te engañas si esperas que te lo diga: pertenece a lo inefable. ¿Piensas que puedo hablar de lo que ojo nunca vio, ni oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado? A nosotros nos lo ha revelado Dios por medio del Espíritu. Por consiguiente, las realidades que hay allí arriba no las conocemos por la palabra humana, sino por la revelación del Espíritu Santo. Lo que no puede explicarnos la razón del hombre ha de buscarlo la consideración, suplicarlo la oración, merecerlo nuestro comportamiento y alcanzarlo  nuestra pureza. 
Cuando te amonesto a considerar las realidades que están  por encima de ti, no vayas a pensar que te mando contemplar el sol, la luna, las estrellas, los espacios celestes y las aguas que cuelgan en el cielo. Aunque todo ello está más alto que nosotros, son muy inferiores por su valor y la dignidad de su naturaleza: al fin se trata de cuerpos materiales. Tú tienes una parte de tu ser que es espiritual, por lo que en vano buscarás algo superior a ti fuera  de los seres que son espirituales. Dios sí es espíritu, y los santos ángeles; por eso están sobre ti.  Dios por su naturaleza y los ángeles por la gracia, son  superiores a ti. Lo mejor del ángel y lo mejor de ti coinciden: es la razón. Pero en Dios, todo él es lo mejor y no una cualidad determinada. A él y a los espíritus que son bienaventurados con él se llega a conocerlos con nuestra consideración de tres  maneras o por tres caminos: la opinión, la fe y la inteligencia. Esta se apoya en la razón, la fe en la autoridad y la opinión se ampara en la apariencia de la verdad. Las dos primeras poseen la verdad con certeza, aunque velada y oscura en el caso de la fe; clara y manifiesta para la inteligencia. Mas la opinión no posee certeza alguna, pues busca la verdad en la verosimilitud, aunque no la alcanza.

domingo, 17 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO IV





¿Quieres que designemos estos tres grados de la  consideración con sus nombres propios? Pues llamemos al primero dispensativo, al segundo estimativo y al tercero especulativo. Su definición dejará más claro el sentido de estos tres términos. Dispensativa es la consideración que se sirve de los sentidos y realidades sensibles armónicamente y sin confusiones,  para tratar de ganar a Dios. Estimativa es la consideración que todo lo examina y pondera con prudencia y atención para alcanzar el conocimiento de Dios. Especulativa es la consideración que, recogiéndose en sí misma, y con la ayuda de Dios, te  libera de las cosas humanas, para llegar a la contemplación de Dios. 
Habrás podido advertir claramente que la tercera es una  consecuencia de las anteriores; si éstas no hacen referencia a ella, podrán asemejarse, pero no son lo que abarca su definición. Porque en ese caso la primera sembraría a manos llenas,  pero no cosecharía nada; la segunda, si tampoco se encamina hacia la tercera, empieza a caminar, pero no llega a su término. En consecuencia, la primera desea, la segunda olfatea, la tercera saborea. Es verdad que las dos primeras nos llevan a ese  mismo sabor, aunque más lentamente; porque la primera llega más trabajosamente y la segunda más lentamente.

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO III


Capítulo 3


LOS TRES GRADOS DE LA CONSIDERACIÓN



Téngase por privilegiado el que pone su empeño  en valerse de los sentidos -un bien común a todos los hombres- ejercitándolos para su provecho personal y el de otros muchos. No es menos grande aquel que convierte los sentidos en medios para subir, filosofando, hacia las realidades  invisibles. Pero hay una gran diferencia entre los dos: el primero es más eficiente y más penoso; el segundo, más dulce y agradable. Sin embargo, el mayor de todos es aquel que,  despreciando hasta el uso de estas realidades y sentidos, en cuanto es posible a la fragilidad humana, ha ido habituándose a volar hacia las cumbres más sublimes a través de la  contemplación, no por grados ascendentes, sino por inesperados arrebatos. A este último género pertenecen, a mi parecer, los raptos de San Pablo: éxtasis y no ascensiones, pues  según su propio testimonio, más que subir él, se sentía arrebatado. Por eso decía: Si estáticos nos enajenamos, fue por Dios. 
Estos tres grados de la consideración son reales, con una condición: que el espíritu, todavía presente en este mundo de su peregrinación, haciéndose superior por sus ansias de virtud y con la ayuda de la gracia, o reprima los sentidos para que no se le insolenten, o los ate en corto para que no se derramen por el exterior, o se evada de ellos para que no le manchen. En el primer caso, el espíritu se hace más poderoso; en el segundo, más libre; en el tercero, más puro. Este vuelo lo realiza en alas de su pureza y agilidad.

sábado, 16 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO II





¿Y no es un retroceso humillante tener que recurrir a las realidades inferiores? Es ofensivo que seres superiores añoren el apoyo de los menos perfectos, y ningún hombre se verá plenamente libre de esa injuria hasta que no llegue a la libertad de los hijos de Dios. Entonces serán todos discípulos de Dios, y sin mediación de criatura alguna serán felices sólo en Dios. Esto equivale a repatriarse: salir de la región de los cuerpos hacia la patria de  los espíritus. Esa patria es Dios mismo, el espíritu infinito, la máxima morada de las almas de los santos. Para  que los sentidos corporales o la imaginación no se arroguen o más mínimo, Dios es allí la verdad misma, la sabiduría, la  virtud, la eternidad, el sumo bien. El lugar en que estamos ausentes y vivimos mientras esto llegue es un destierro, y de lágrimas, donde reina la sensualidad y está proscrita la  consideración; lugar en que los sentidos corporales gozan de total libertad para satisfacerse cuanto deseen y la luz de la consideración queda envuelta en densas tinieblas. ¿Podemos  extrañarnos de que el forastero necesite recurrir a las gentes del país? Puede darse por satisfecho el caminante que consigue la ayuda de los ciudadanos, sin la que no podía caminar. Dichoso, sobre todo, si acierta a servirse de ese auxilio sin abusar de él; si sabe reclamarlo sin pedirlo y exigirlo sin suplicarlo.

viernes, 15 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO I

                                 LIBRO V 

LO QUE ESTA POR ENCIMA DE TI


Capítulo 1


 En los cuatro libros anteriores, aunque se titulan "Sobre la Consideración, van entreverados muchos temas sobre la acción, porque explican o aconsejan algunos aspectos que no sólo se deben considerar, sino también llevarlos a cabo. Pero éste que ahora tienes en las manos tratará exclusivamente sobre la consideración. Las realidades que están por encima de ti -de las cuales vamos a tratar- no necesitan de nuestra  atención: sólo tenemos que contemplarlas: no te obligan a  desplegar tu actividad sobre ellas, pues subsisten iguales a si mismas ahora y por toda la eternidad. 
 Quisiera, Eugenio, que tú, agudo como eres, cayeras ya en la cuenta de cómo tu consideración se desvía cada vez que  desciende de estas realidades a las más inferiores y visibles; claro que debes conocerlas y desearlas por su utilidad o para disponer de ellas por exigencias de tu ministerio. Pero si uno se entretiene en ellas únicamente para llegar a las realidades más sublimes, no se extraviará demasiado. Porque ejercitar la consideración con esta finalidad es lo mismo que retornar a la patria. Este es precisamente el destino más elevado y digno de las cosas presentes, tal como nos lo enseña Pablo: lo invisible de Dios resulta visible para el que reflexiona sobre sus obras. Es obvio que no necesitan esa escala los ciudadanos, sino los desterrados. Así lo entendió el mismo Pablo, cuando afirma  que lo invisible puede conocerse por lo visible; expresamente añadió: Por las criaturas del mundo. Y es natural. ¿para qué  necesita escala el que ya está sentado sobre el trono? La  criatura celestial, efectivamente, es la que tiene junto a sí el medio más excelente para contemplar las realidades superiores. Ve al Verbo y en el Verbo todo cuanto fue creado por el Verbo. Tampoco necesita mendigar de las criaturas el conocimiento del Creador. Ni tiene por qué descender hasta sí misma para conocerse, porque se contempla allí donde aparece más  transparente  que en sí misma. Este es el grado más perfecto de la contemplación: no necesitar de nadie, porque contigo te bastas para conocer cuanto deseas. Por el contrario, quien tenga  necesidad de ayuda ajena, está subordinado, vive lejos de la perfección y es menos libre.

jueves, 14 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XXIII



RESUMEN DE LO ANTERIOR Y EPILOGO


Tenemos que cerrar ya este libro, y al acabarlo, quiero epilogarlo repitiendo algo de lo ya dicho y añadiendo algunas cosas que he omitido. Ante todo, considera que la santa Iglesia romana, que presides por voluntad de Dios, es madre de las Iglesias y no señora; que tú no eres señor de los obispos, sino uno de ellos; mejor aún, hermano de los que aman a Dios y uno más entre los que le temen. Por lo demás, considera que debes ser modelo de justicia, espejo -de santidad, ejemplo de piedad, depositario de la verdad, defensor de la fe, doctor de las gentes jefe de los cristianos, amigo del esposo, padrino de la esposa, reformador del clero, pastor de los pueblos, maestro de los que no saben, refugio de los oprimidos, defensor de los pobres, esperanza de los desvalidos, tutor de los huérfanos, protector de las viudas, luz de los ciegos, expresión de los mudos, bastón de los ancianos, venganza de los ofendidos, temor de los perversos, gloria de los buenos, cetro de los poderosos, marullo de los tiranos, padre de los reyes, moderador de la ley, legislador de los cánones, sal de la tierra, luz del mundo, sacerdote del Altísimo, ungido del Señor, dios, en fin del faraón. 
Entiende bien lo que quiero decir. Dios te dará inteligencia para ello,. Cuando pacten entre sí la maldad y el poder, tienes que demostrar que estás por encima de todos los hombres. Enfréntate con los malhechores. Tema el celo airado de tu espíritu el que no respeta al hombre ni se acobarda ante la espada. Tema el poder de tu oración el que desprecie tu exhortación. Aquel contra quien te indignes, piensa que no eres tú, sino el Señor el que está airado contra él. Tiemble quien no te escuche, porque tampoco Dios le escuchará.  
Ya sólo nos queda tratar de lo que está por encima de ti. Y espero hacerlo con la ayuda de Dios en un solo libro. Así acabaré de cumplir lo que te prometí.

miércoles, 13 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XXII



Y, sin embargo, no te aconsejo  que seas áspero, sino responsable. La aspereza repele a los débiles y la responsabilidad modera a los superficiales. La primera te haría odioso. y si te falta seriedad, caerías en el desprestigio: el término medio es lo mejor siempre. No me gustaría que fueras excesivamente severo ni demasiado blando. Lo más honroso es una ecuanimidad que nos aleje de la pesadez del rigor y de la familiaridad deshonrosa. En palacio muéstrate como papa; en tu caso, como padre de familia. Que te amen tus criados. y si no, haz que te respeten. Es importante que siempre seas discreto en la conversación, lo cual no está reñido con el gracejo de la afabilidad. Controla tus palabras en todo momento, pero especialmente en la mesa. Tu atuendo más indicado será la gravedad de tu comportamiento, la serenidad de tu rostro y la calma de tu conversación. Los capellanes y los que te acompañan habitualmente en los oficios divinos deberán ser siempre muy dignos. A ti te corresponde elegirlos por su honradez. Todos les servirán, como si lo hiciesen contigo. 
Recibirán lo necesario directamente de ti. Se conformarán con que tú mires por ellos y preocúpate de que no les falte nada. En cuanto a lo que pidan los más allegados, trátalo como a otro Giezi. Lo mismo con relación a los porteros y demás oficiales. Y yo creo que ya hemos hablado lo suficiente sobre este punto. Porque me consta que todo lo tienes organizado así desde hace tiempo. ¿Puede haber algo más digno de tu apostolado, más confortable para tu conciencia, más limpio para tu fama y más eficaz como testimonio? Optima norma es aquella que destierra la avaricia no sólo de la conciencia, sino hasta de la calumnia.

domingo, 10 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XXI


Capítulo 21


Así y todo, me gustaría que no ignorases las costumbres e inclinaciones de tu servidumbre. Que no seas el último en enterarte de los desórdenes de tu casa, como les ha sucedido a tantos otros. Ya te dije que no debes ser tú quien se ocupe de todo. Pero el problema de la moralidad de tu casa no se lo confíes a nadie. Responsabilízate tú. Si alguien se insolenta en tu presencia, o pronuncia palabras indebidas o es descubierto en alguna corrupción, pon la mano sobre él y venga la injuria que te hacen. La impunidad genera osadía y la osadía el abuso. En la casa del obispo deben reinar la santidad, la sencillez y la decencia, y quien las cultiva es la disciplina. Los sirvientes del sacerdote o son mejores que los demás o se convierten en la comidilla de todos. No toleres a tus más allegados el menor atisbo de incontinencia o intemperancia en el porte, en su modo de vestir o en los gastos. Que tus hermanos en el episcopado aprendan de tu ejemplo a no tener consigo a jóvenes repeinados y niños presumidos. Es algo impropio ver cabelleras rizadas entremezcladas con las mitras. Recuerda el aviso del sabio: se trata de tus hijas. No les muestres una cara excesivamente risueña.

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XX


Capítulo 20



Es de lo más extraño. Resulta que los obispos encuentran rápidamente a muchos sacerdotes a quienes entregar las almas. Y no hallan uno sólo a quien confiar sus módicos bienes. Por lo visto son óptimos administradores, porque se consumen por lo más minucioso y descuidan e incluso abandonan lo más importante. Pero tiene una explicación muy sencilla: es que toleramos con más paciencia las pérdidas de Cristo que las nuestras. Diariamente hacemos el más riguroso balance de nuestras economías y desconocemos totalmente los daños del rebaño del Señor. Todos los días se discute con los criados el precio de los víveres y el número de panes consumidos; pero es rarísimo que se convoque una conferencia con los presbíteros sobre los pecados del pueblo. Se cae un asno, y hay quien lo levante; se pierde un alma, y a nadie le preocupa. Es natural, cuando ni siquiera advertimos nuestros continuos defectos. ¿Acaso no nos corroe la rabia, la comezón y la ansiedad por la marcha de nuestras cuentas? ¡Cuánto más tolerable debería ser para nosotros la quiebra material que la del espíritu! Así nos interpela San Pablo: ¿Por qué no sufrís mejor la injusticia de un fraude? 
Mira: tú que enseñas a otros, aprende, si no lo has hecho ya, a preocuparte más de ti mismo que de lo tuyo. Haz que pasen delante de ti, sin poseerte, todas esas realidades que son transitorias, porque para ti no son estables. La corriente del río va excavando su cauce. De la misma manera, el vivir sumergido en las cosas materiales perfora la conciencia. Si por un imposible el torrente pudiese anegar los campos sin dañar los sembrados, podrías confiar en que al familiarizarte con los bienes materiales no se vería perjudicado tu espíritu. Te aconsejo que hagas todo lo posible por no caer en esos atolladeros, adoptando muchas veces la actitud del que no entiende, actuando en otras ocasiones como si no te dieras por enterado y alguna vez como si lo hubieses olvidado.

jueves, 7 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XIX


Capítulo 19



Sea uno solo el que mande a todos lo que deben hacer y a él le rendirán cuentas. Deposita en él toda tu confianza y tú entrégate de lleno a ti mismo y a la Iglesia de Dios. Si no encuentras a nadie que sea fiel y capaz, es preferible que le des el cargo al que por lo menos sea fiel; esto es lo más seguro. Si no hallaras una persona idónea, te recomiendo que soportes al que no es del todo fiel. Cualquier cosa menos perderte tú en ese laberinto. Recuerda que el Salvador aguantó a Judas como administrador de la bolsa. Lo más impropio de un obispo es ocuparse del ajuar de la casa y de sus dineros; escrutarlo y averiguarlo todo; dejarse recomer por las sospechas y perder el equilibrio por las cosas que se pierden o estropean. Lo digo para vergüenza de algunos prelados que cada día recuentan todo lo que poseen, lo revisan todo y piden cuentas hasta del último céntimo. No obró así aquel egipcio, que lo confió todo a José y ya no quiso saber ni lo que tenía en su casa. Debería caérsele la cara de vergüenza a un cristiano que no se fía de otro cristiano para entregarle la administración de sus cuentas. Un hombre sin fe se fió de su siervo y le puso al frente de su casa, aun sabiendo que era un extranjero.

martes, 5 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XVIII



No dudes que te verás privado de estos bienes y tendrás que soportar todos estos males si, dividiendo tu espíritu, quieres entregarlo a la vez a las cosas de Dios y a los pequeños negocios de tu casa. Debes buscarte alguien que mueva por ti la muela del molino. Por ti, he dicho, y no contigo. Habrá cosas que debas realizarlas tú solo; obras, tú ayudado por otros; y algunas, por medio de otros y sin ti. Quien sea sabio, que lo entienda. No encontrarás razón alguna para que tu consideración se entretenga en estas menudencias. Creo que el gobierno de tu casa corresponde a ese orden de cosas que he colocado en tercer lugar. Por eso, se encargará de ellas otro y no tú.  
Pero si no es fiel, te robará; y si no es competente, se dejará robar. Para confiarle la administración de tu casa debe reunir ambas cualidades: la fidelidad y la precaución. Con todo, serán insuficientes si no posee una tercera. ¿Quieres saber cuál? La autoridad. Pues ¿De qué le sirve que desee y sepa disponer lo necesario si no puede llevarlo a cabo? Para ello necesita que delegues en él, y así pueda actuar según su criterio. Si crees que no sería razonable darle esas atribuciones, recuerda que se trata de un hombre fiel que sólo intenta obrar razonablemente. Piensa además que es una persona prudente y sabe proceder con madurez. Mas el que posee un espíritu fiel y capaz, será activo y eficiente si cuenta con medios para decidir sin cortapisas y si es obedecido por todos, sin entorpecimientos. Todos acatarán sus órdenes. Nadie le negará su colaboración ni le preguntará: ¿Por qué has hecho esto? 
Por sí mismo podrá admitir o excluir a quien quiera, cambiar los sirvientes, darles otra ocupación cuando le parezca oportuno. Así será respetado por todos para bien de todos. A todos gobierna, a todos sirve y se sirve de todos. No des acogida a las acusaciones encubiertas que se tramen contra él; debes tomarlas como detracciones. Quisiera  que adoptases esta norma general: ten por sospechoso a todo el que tema denunciar públicamente lo que te ha susurrado al oído. Si decides que debe acusarlo ante los demás y se niega, considéralo como un chismoso, no como un acusador.

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XVII


Capítulo 17



A QUIÉN DEBE HACERLE MAYORDOMO DE SU CASA Y FAMILIA


Ya estamos hartos de tanta curia; salgamos de palacio, que nos esperan en casa. Y pensemos ahora no en los que están a tu alrededor, sino, en cierto sentido, dentro de ti mismo. No perderías el tiempo si ocupases tu consideración en decidir cómo organizar tu casa y dedicarte a los que viven en tu intimidad y regazo. Es más, creo que necesitas hacer esta consideración. Escucha a Pablo: Uno que no sabe gobernar su casa, ¿cómo va a cuidar de la Iglesia de Dios? Y añade: Quien no mira por los suyos y en particular por los de su casa, ha renegado de la fe y es peor que un descreído. Con esto no pretendo exigirte que descuides los asuntos más importantes volcándote en nimiedades. ¿Por qué te vas a enredar ahora en las minucias de las que Dios te sacó? El lo ha dicho: Todo eso se os dará por añadidura.
No obstante, hay que hacer lo uno sin dejar lo otro. De manera que lleves tú las cosas más trascendentes y designes tú mismo a los que deben ocuparse de los detalles de la casa. Si un siervo solo no puede arreglárselas para atender a las caballerizas y a todo lo demás, tú tampoco eres capaz de gobernar tu casa y al mismo tiempo servir a la casa del Señor, de la que se ha escrito: ¡Qué grande es, Israel, el templo de Dios! Un hombre que debe preocuparse de empresas tan importantes y diversas, tiene que verse liberado de los asuntos insignificantes y más enojosos. Debe vivir tan libremente que no le asalte ninguna intromisión violenta. Debe ser tan recto que no le arrastre ningún afecto torcido; tan cauto, que no le turbe ninguna sospecha furtiva; tan vigilante, que no le saque de sí mismo ningún pensamiento extraño ni curioso; tan estable, que no le afecte ninguna turbación inesperada; tan firme,  que ninguna tribulación, por continua que sea, le canse; tan desprendido, que no le coarte la pérdida de cualquier valor temporal.

lunes, 4 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XVI



Pero dejemos ya esto. Yo me he limitado a golpear la pared, pero sin hacer un boquete en ella. A ti, como hijo del profeta, te corresponde abrir o y mirar dentro. A mí no me es lícito. Solamente te denuncio lo que se ve desde fuera: que tus ministros luchan ridículamente por prevalecer sobre tus hermanos en el sacerdocio. Y esto ni es razonable, ni ocurrió antiguamente, ni lo puede consentir tu autoridad. Si para excusar este abuso se basan en que es una costumbre establecida, mejor es despreciarla que sacrificar por ella el orden superior. Más frívolo aún es el argumento con el que defienden sus pretensiones: Nosotros somos los que asistimos más de cerca al señor papa en todas sus ceremonias; los que nos sentamos más próximos a él en su sede; los que en su cortejo le precedemos inmediatamente, después de que han pasado todos. Pero no se trata de un privilegio debido a una dignidad, sino simplemente de algo que corresponde a la diligencia con que deben cumplir su oficio. No pasa de ser la traducción concreta del nombre de diácono en su ejercicio más solemne. Por lo demás, mientras los sacerdotes rodean a su majestad sentados en las asambleas ordinarias, vosotros estáis a sus pies. Simplemente le asistís más de cerca, para teneros más a mano. Ya leemos en el Evangelio que surgió una disputa entre los discípulos sobre cuál de ellos debía ser considerado más grande. Podrías darte por satisfecho si los que te rodean pusieran este mismo interés en todo lo demás.

domingo, 3 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XV



O poco te conozco o este pensamiento te ha arrancado ya profundos anhelos. Y exclamarás: ¿Será posible algo semejante? ¿Crees que lo veremos nosotros? ¿Quién me diera vida para verlo! ¿Ah, si contemplara yo a la Iglesia de Dios asentada sobre esas columnas! ¡Ah, si viese a la Esposa de mi Señor en manos de una fe tan grande y confiada a corazones tan puros! Nadie sería más feliz que yo. Nadie más seguro. viéndome rodeado de custodios y testigos como ellos. Les entregaría todos mis secretos sin miedo alguno, les comunicaría todos mis deseos, les abriría toda mi intimidad como a otro yo. Si pretendiera desviarme en algo, no me lo permitirían, me detendrían en el camino, me despertarían del sueño. Su respeto y su libertad para conmigo reprimirían mi orgullo y corregirían los excesos de mi celo. Su constancia y su fortaleza disiparían mis vacilaciones y animarían mis pesimismos. Su fe y su santidad me estimularían a todo lo respetable, a todo lo justo, a todo lo limpio, a todo lo estimable y a todo lo de bueno fama. Pero ahora vuelve tus ojos, mi amado Eugenio, al estado en que se encuentran la curia y la Iglesia; mira cuáles son los afanes de sus prelados, especialmente de los que están a tu alrededor.

sábado, 2 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XIV


Capítulo 14



Y mira por dónde se me presenta la ocasión de recordar y referirme a un hombre que exhala suavísimo perfume: el obispo Gaufredo de Chartres. Ejerció en Aquitania con suma diligencia el cargo de legado durante largo tiempo y a expensas propias. Voy a contarte algo que lo pude ver con mis propios ojos. Le acompañaba yo por aquellas tierras, cuando un sacerdote fue a ofrecerle un pez llamado vulgarmente esturión. El legado le preguntó en cuánto se lo vendía, y añadió: No lo acepto si no me admites que te lo pague. Y le entregó cinco sueldos a aquel hombre, sonrojado por tener que recibírselos. En otra ocasión estábamos en cierto castillo, y la señora quiso obsequiarle por devoción con una toalla y dos o tres bandejas muy bonitas, aunque eran de madera. Se quedó mirándolas detenidamente, las elogió, pero no las aceptó por su delicadeza de conciencia. 
¿Habría sido capaz de recibir unas bandejas de plata quien rehusó las de madera? Nadie pudo decirle aquello de enriquecimos a Abrahán. En cambio, tenía fuerza moral para proclamar ante todos, como Samuel: Aquí me tenéis ante el Señor y su ungido. ¿A quién le quité un buey? ¿a quién le quité un burro? ¿a quién le he hecho injusticia? ¿a quién he vejado? ¿De quién he aceptado un soborno para hacer la vista gorda? Decidlo y os lo devolveré. ¡Ah, si contáramos con muchos como él y éstos que os acabo de mencionar! ¿Habría alguien más feliz que tú? ¿Habría tiempos más venturosos  que los nuestros? Solamente considerarías superior la felicidad  celestial, porque adondequiera que fueses te verías rodeado de un noble cortejo de santos.

viernes, 1 de febrero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XIII



Me parece interesante mencionar aquí el caso de nuestro querido Martín, de tan grato recuerdo. Te enteraste en su día, pero no sé si lo recordarás. Siendo cardenal presbítero, fue enviado a Dacia como legado. Volvió tan pobre, que a duras penas pudo llegar a Florencia, por encontrarse sin dinero y sin caballos. Allí el obispo le regaló una cabalgadura con la que llegó a Pisa, donde entonces nos encontrábamos tú y yo. Al día siguiente, creo, le alcanzó aquel obispo, que tenía un pleito, y comenzó a pedir recomendaciones a los amigos. Iba solicitándolas personalmente, hasta que se acercó a Martín. En él confiaba más que en ningún otro. Esperaba que no se hubiera olvidado de su favor, tan reciente. Pero Martín le contestó: Me has decepcionado: ignoraba que tenías un pleito inminente. Toma tu caballo, que está en el establo. Y al instante se lo devolvió. ¿Qué me dices, querido Eugenio? ¿No te parece una anécdota de otros siglos? Un legado que regresa del país del oro sin un gramo, que atravesó la tierra de la plata sin conocerla y que además rechaza inmediatamente un regalo porque lo juzgó sospechoso.