Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

miércoles, 29 de mayo de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO XIX

Juzgo también que será provechoso indagar algo acerca de la soberbia, a fin de que aparezca más manifiesta la hermosura de esta virtud por el vicio que se le opone. Se divide en dos especies: en soberbia ciega y vana, que con otros nombres se pueden llamar contumacia y vanidad., de las cuales la primera es vicio del entendimiento y la segunda de la voluntad. Porque por aquella se engaña los ojos de la razón y por esta se indispone el apetito de la voluntad, lo cual por sus definiciones se conocerá mejor. La soberbia ciega o contumacia, es un vicio por el cual juzgando el hombre que es bueno no siéndolo, o siéndolo, se gloria no en el Señor sino en sí mismo. La soberbia vana o vanidad es aquel vicio por el cual alguno se deleita más de sus propias alabanzas que de las de Dios, igualmente sobre lo que es o lo que no es. Esto notado, adaptemos a la humildad todo lo contrario, cotejando por menor cada cosa. La humildad es un desprecio de la propia existencia. El desprecio se opone al apetito de la alabanza. A las dos especies de soberbia también se oponen, igualmente, dos especies de humildad: contra la soberbia ciega se opone el saber sentir el hombre bajamente de sí. Contra la vana que ni siquiera consienta con los que sienten de diverso modo. A la verdad si uno sabe sentir de si bajamente, ni en lo uno ni en otro se puede engañar su juicio acerca de sí propio, que no llegará a pensar que es algo más de lo que es, o que lo que es lo es de sí mismo. Y por eso, careciendo con paciencia de aquello que ve que le falta, acerca de lo que conoce con certeza, que tiene, se gloria humildemente no en sí sino en el Señor.  

martes, 28 de mayo de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO XVIII


Pero qué hizo después el autor y dador de las gracias Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios, en quien también habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente. ¿Por ventura no se glorió él mismo de su humildad como de la suma de su doctrina y de sus virtudes? Aprended de mi, dice, no que soy sobrio o casto o prudente, o cosa semejante sino que soy manso y humilde de corazón. De mi dice “aprended”. No nos envía a la doctrina de los patriarcas. no a los libros de los profetas, sino que me presento yo a vosotros como ejemplo y forma de humildad, Me envidiaron la altura que tengo en el Padre el ángel y la mujer. Aquel la altura del poder. Esta la de la ciencia. Mas vosotros entrad en la emulación de mejores gracias, aprendiendo de mi, que soy manso y humilde de corazón.

viernes, 24 de mayo de 2013

SOBRE LOS OBISPOS: CAPÍTULO XVII


De la virtud de la humildad necesaria a todos, pero particularmente a los prelados

Ya de las tres cosas que propusimos arriba, sólo es la humildad (sino me engaño) la que nos resta por tratar ahora. De tal modo es necesaria a las dos virtudes dichas, que sin la humildad ni aún parece que son virtudes. A la verdad, la humildad es la que merece, que la castidad, o caridad nos sean dadas: porque a los humildes da Dios su gracia. La humildad, pues, recibe las otras virtudes y después de recibirla las guarda, porque no reposa el Espíritu Santo sino sobre el humilde y quieto; después de guardarla las consuma, porque la virtud se perfecciona en la enfermedad, esto es, en la humildad. Ella combate a la enemiga de toda gracia y principio de todo pecado, que es la soberbia, y aleja tanto de si misma, como de las demás virtudes, su altiva tiranía. Porque, cuando con ocasión de otros cualesquiera bienes suele la soberbia recibir aumento de sus fuerzas sobre esta como un baluarte, y torre de las virtudes, resiste valerosamente a su malicia, y sale al encuentro de su presunción. Sólo ella, finalmente, es, de las que María llena de todas las virtudes. Juzgo se debía gloriar: pues habiendo oído del Ángel: Dios te salve, lena de gracia, como si de aquella plenitud sólo reconociera en sí la humildad, solo con esta, como se refiere, correspondió y explicó su agradecimiento a tanta gracia, diciendo: Miró Dios la humildad de su sierva.
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jueves, 23 de mayo de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO XVI


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De lo dicho se hace, a mi parecer, bastante claro que no todos los que tienen caridad tienen la persevererancia en ella. De otra suerte en vano amonestaría el Señor a los discípulos diciéndoles: Permaneces en mi amor. Porque si todavía no amaba no debía decir: permaneced en mi amor sino tener mi amor. o si amaban ya no eran necesario amonestarles la perseverancia. de lo cual según aquellos no podían ser privados. Puede pues el siempre bueno de conservar con la fe no fingida la caridad de un corazón puro y de una conciencia buena, estimando más la vida del alma que la del cuerpos, teniendo menos horror a la muerte de la carne que a la de la fe.