Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

domingo, 28 de abril de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO XV.


Mas ya aquello que resta explicar, de una fe no fingida; y también lo que de otro lugar de la Escritura ocurre ahora a la memoria, la fe sin las obras es muerta: estas dos cosas, repito, nos llevan a dividir la fe de tres modos, es de saber, en fe muerta, fingida y probada. Y ciertamente a la fe muerta define el Apóstol, diciendo que es aquella que no tiene obras, esto es, que no obra por el amor, como destituida de alma la cual es el mismo amor, con que pueda nutrirse y moverse a las obras. Fe fingida juzgo yo llamarse a aquella que habiendo recibido ciertamente la vida de la caridad, se comienza a mover para obrar bien, pero, no perseverando, desmaya y muere como abortiva. Yo diré, que esta se llama fingida en el mismo sentido en que atentida la expresión latina se llaman fingidos los vasos de barro: no porque no sean útiles mientras duran, sino porque, siendo quebradizos, de ningún modo duran mucho. De esta ficción en la fe pienso, que son notados en él Evangelio aquellos  que por algún tiempo creen y en el tiempo de la tentación se apartan. Pregunto yo ahora a los que dicen, que la caridad ya no se aparta mas del que una vez la recibió. Dice la Verdad misma de algunos: Estos no tienen raíces, porque por algún tiempo creen, y en el tiempo de la tentación se apartan. ¿De dónde pues, y adónde se apartan? Sin duda de la fe a la infidelidad. Pregunto más: ¿podían ellos salvarse en aquella fe, o no podían? Si no podían, ¿qué injuria es del Salvador, o qué alegría del tentador, que ellos se aparten de donde no está la salud, pues ni el Salvador cela otra cosa que la salud, ni envidia otra cosa que la salud el maligno? Pero, si podían salvarse, ¿en qué modo, o están sin caridad mientras que se mantienen en aquella fe, no pudiendo hallarse la salud sin la caridad; o desamparando la fe, no desamparan también la caridad, no pudiendo estar juntas la caridad y la infidelidad? Se apartan pues algunos de la fe, porque la Verdad lo dice: por conseguiente se apartan de la salud, porque el Salvador los reprende y de ahí inferimos nosotros, que se apartan también de la caridad, sin la cual no puede darse la salud. Estos, dice, no tienen raíces. No niega, que ellos tengan el bien; sino que se queja de que no están bien radicados en él.

sábado, 27 de abril de 2013

SOBRE LOS OBISPOS: CAPÍTULO XIV


Que el cuidado de una fe sincera y de una caridad no fingida es necesario con especialidad a su prelado.

La razón misma del buen orden está pidiendo que quien está obligado a amar al prójimo al nivel de sí mismo, sepa antes cómo a sí mismo se debe amar. Así pues, dos cosas principalmente son las que forman una conciencia buena: hacer penitencia de las cosas malas y abstenerse de ellas; esto es, por usar de las palabras de San Gregorio, llorar las faltas cometidas y no cometer cosas que se deben librar en lo adelante. Ninguna de estas cosas es suficiente por sí sola. Porque si bastara la primera sin lo segundo, nos exhortaría sin motivo David, diciendo: Apártate de lo malo y también el profeta Isaías: Cesad de obrar indignamente. El mismo Dios, hablando a Caín: Has pecado, cesa. Igualmente si lo segundo por si solo después del pecado bastase a restablecer una buena conciencia, sin causa clamaría no penitente en el salmo: Bienaventurados los que sus maldades han sido perdonadas, y cuyos pecados han sido cubiertos. Y aquello: Ved mi humildad, y mi trabajo, y perdonad todos los pecados míos. Y en la Oración del Señor perdonadnos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Estando el ánimo radicado en una y otra virtud, ya puede seguramente desampararse, y en cierto modo perderse a sí mismo, para ganar a otros. Enferme con los que enferman, abrácese con los escandalizados: hágase también si fuere menester, judío para los judíos y no recele tampoco nada en ser llevado cautivo con los violadores de la ley, a ejemplo de Jeremías y de Ezequial, al Egipto o a Caldea, ni aun dude con el Santo Job hacerse hermano de los dragones, y compañero de los avestruces: ni tema con esta conciencia el ser borrado (lo que es todavía más grave) con Moises del libro de la vida, y con San Pablo ser anatema de Cristo por sus hermanos: ni ultimamente entrar, si fuere necesario, en el infierno, penetrando seguro por medio de las llamas, cantando con una alegre conciencia: Aunque anduviere yo en medio de la sombra de la muerte, no temeré males algunos, porque Vos estáis conmigo. Comparemos, si os place, los tesoros de los Reyes y los honores de los reinos con esta confianza: ¿por ventura toda la felicidad de estas cosas en paralelo de las riquezas de un bien tan grande, no se reputará por miseria? Pues esta confianza produce la caridad, que procede de un corazón puro y de una conciencia buena. 

viernes, 26 de abril de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO XIII


Pero si prevalece la caridad contra la muerte, de modo que la puede tratar a ella en el combate, ¿por qué la llaman fuerte como la muerte, y no más antes, más fuerte que la muerte? ¿Es acaso porque ella es muerte también, y no puede ser más fuerte que sí misma? Buena muerte, pues no es de la vida, sino de la muerte. Buena muerte, y que de ningún modo debe causar horror, la que, aunque quita la vida, pero no la mata. Sin duda la quita, pero por determinado tiempo, habiendo de ser restituida en su tiempo y habiendo de durar sin tiempo. Ultimamente, Muertos estáis, dice, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando apareciere Cristo en vustra vida, entonces vosotros también apareceréis con él en su gloria. Gustosamente pues careceré por algún tiempo de la vida, para poseerla por la eternidad. Y baste esto que se ha dicho sobre lo que está escrito: Caridad que procede de un corazón puro. A la verdad, en tan grande olvido de sí mismo, es necesario, que el corazón sepa, que no hay en él cosa alguna que le reprenda, a fin de que, dejando en sí la conciencia segura, se extienda con más seguridad a sí mismo para los lucros de afuera. Porque, ¿qué aprovecha al hombre, aunque gane todo el mundo, si él pierde su alma?

miércoles, 24 de abril de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO XII


Obispo fiel, el que mirando cualquier bien, con ojos de paloma, ya sean los beneficios divinos para los hombres, ya los votos de los hombres para Dios, nada retiene para sí de todo ello. No busca las dádivas del pueblo ni el lucro; tampoco la gloria de Dios. No ata en el pañuelo, el talento que había recibido. Lo reparte entre los cambiadores, de los cuales recibe intereses no para sí, sino para Dios. No tiene cueva como la zorra, ni nido como las aves, no utiliza bolsa como la de Judas, ni lugar en la posada como no lo tuvo María. Verdaderamente imita a aquel Señor, que no tuvo donde reclinar la cabeza, haciéndose por ahora como un vaso perdido, habiendo de ser con el tiempo, sin duda, vaso para el honor y no para la afrenta. En fin, pierde en este mundo su alma a fin de guardarla para la vida eterna. No se puede gloriar verazmente de este bien, tan grande, de la pureza interior, sino quien desprecie perfectamente las glorias exteriores. No puede buscar con pureza los intereses de Dios, o del prójimo, el que no desprecie los propios. Si yo busco mi gloria, mi gloria es nada. Como el Apóstol puede afirmar que para mi el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Y con el Profeta: He sido entregado al olvido, como quien está muerto de corazón, es decir en la propia voluntad. Buen olvido será si llegáis a olvidaros de vosotros mismos, para aprovechar al prójimo. Bien muerto estaréis en el corazón, si ya no pretendéis vivir para vosotros, sino para aquel que murió por vosotros. Bien muerto está de corazón el que puede decir: vivo pero ya no yo sino Cristo en mi. Esta muerte que se hace en el corazón es la caridad de la que habla la Esposa en los Cantares cuando dice Herida de caridad estoy yo. Es fuerte el amor como la muerte, y mata en nosotros la muerte, no la vida. Por lo cual animosamente amenaza: O muerte, yo he de ser tu muerte. Acaba con el pecado, que había quitado al alma a vida y restituye el alma a la inocencia.

domingo, 21 de abril de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO XI


En dos cosas ciertamente consiste la pureza del corazón: en buscar la gloria de Dios y el provecho del prójimo; de modo, es de saber, que en todas las acciones y dichos nada pretenda en un Obispo mas que el honor de Dios, o la salud del prójimo o ambas cosas. Haciendo pues esto, no sólo llenará el oficio del Pontífice, sino la etimología de este nombre, haciéndose a si mismo un puente entre Dios y el hombre. Este puente llega hasta Dios, con aquella confianza, cosa que no buscaba su propia gloria, sino la divina. Llega hasta el prójimo con aquella piedad, con que desea aprovechar, no a sí propio, sino a él. Ofreceré a Dios como buen mediador las súplicas y votos de los pueblos, trayéndonos a ellos de Dios la bendición, y la gracia. Suplica por los excesos de los dirigentes a la Majestad; venga en los pecadores la injuria de Dios. Da en cara a los ingratos con los beneficios de la divina piedad; insinúa a los que no hacen caso la severidad de su poder; pero igualmente, procura respecto de unos y otros, templar el furor de la indignación, ya rebajada la culpa con el pretexto de la flaqueza humana, ya trayendo a la memoria la grandeza de la piedad divina. En fin, o bien sea como transportado como fuera de sí para Dios, o bien que se temple a si mismo para nosotros, pretende siempre, en cuanto está en su parte, agradar a Dios o hacernos a nosotros bien, no buscando enteramente lo que es útil para sí, sino lo que es para muchos. 

jueves, 18 de abril de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO X


CAPÍTULO X
Sin embargo, por mas que sobresalga la castidad en su belleza, con todo eso sin la caridad nitiene precio ni méritol Ni hay qué admirar. Porque, ¿queé bien se recibe sin ella? ¿La fe? Mas, ni aun aquella que hable con lengua de Ángeles. ¿El Martirio? Ni aunque entregare, dece, mi cuerpo, de modo que yo arda. Ni sin ella se recibe algún bien, ni con ella se desecha bien alguno, por pequeño que sea. La castidad sin la caridad, es un lámpara sin aceite. Quita el aceite, y la lámpara no lucirá. Quita la caridad, y la castidad no agradará. Pero, ¡o qué hermosa es, como clama el sabio, una casta generación con la caridad! Con aquella caridad, digo que describe el Apóstol; que proecede de un corazón puro, y de una buena conciencia, y de una fe no fingida.

martes, 16 de abril de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO IX


CAPÍTULO IX 
Sin embargo, por mas que sobresalga la castidad en su belleza, con todo eso sin la caridad ni tiene precio, ni mérito. Ni hay qué admirar. Porque, ¿qué bien se recibe sin ella? ¿La fe? Mas, si aunque traslade los montes. ¿La ciencia? Mas, ni aún aquella que hable con lengua de Ángeles. ¿El Martirio? Ni aunque entregare, dice, mi cuerpo, de modo que yo arda. Ni sin ella se rebie algún bien, ci con ella se desecha bien alguno, por pequeño que sea. Las castidad sin la caridad, es una lámpara sin aceite. Quita el aceite, y la lámpara no lucirá. Quita la caridad, y la castidad no agradará. Pero, ¡oh qué hermosa es, como clama el sabio, una casta generación con la caridad! Con aquella caridad, digo, que describe el Apóstol; que procede de un corazón puro, y de una buena conciencia, y de una fe no fingida.

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO VIII


QUE LOS MÁS PRINCIPALES, Y MÁS DIGNOS ORNATOS DE UN PRELADO SON LA CASTIDAD, LA CARIDAD Y LA HUMILDAD.

CAPÍTULO VIII
Esté lejos de Vos, Reverendísimo Padre, esté lejos de Vos, vuelvo a decir, el pensar que se haya de honrar vuestro ministerio en estas cosas, que acabamos de notar. A la verdad, parecen honoríficas, pero al ojo que mira en lo exterior, no al que mira en lo oculto. Porque las cosas que se ven en lo oculto, no aparecen teñidas de color alguno, y sin embargo son dignas de verse: con ningún sabor están aderezadas, y con todo eso son muy dulces. En ninguna cumbre están elevadas y en medio de eso son exceslsas. Ciertamente la castidad, la caridad, la humildad no tienen color alguno, mas no por eso dejan de tener hermosura; ni es su hermosura mediana, cuando puede deleitar también a los ojos divinos. ¿Qué cosa más hermosa que la castidad, pues hace limpio a quien está concebido de sangre inmunda, hace un doméstico de un enemigo, y en fin, un Ángel de un hombre? Se distinguen ciertamente entre sú un Ángel y un hombre casto, pero en felicidad, no en virtud. Aunque es más feliz aquella castidad, sin embargo esta se reconoce más fuerte. Sola es la castidad, la que en este tiempo, y lugar de mortalidad representa un cierto estado de la inmortal gloria. Sola ella guarda la costumbre de aquella ciudad soberana, en la cual no se casan, ni son casados: presentando en algún modo a la tierra ya una experiencia de aquella vida celeste. Este frágil vaso, que llevamos en nosotros por ahora, en el cual también peligramos con tanta frecuencia, le guarda la castidad (como dice el Apóstol) para la santificación, y a manera de un bálsamo odorífero, con que ungidos los cadáveres se conservan incorruptos. Ella templa, y reprime los sentidos, y los miembros, para que no se disuelvan en el ocio, para que no se corrompan en los deseos, para que no se pudran en los deleites de la carne; al modo que se lee de algunos que se pudrieron como los jumentos en su estiércol. Este ornamento pues de tan grande belleza, diré yo, que honra dignamente al sacerdocio, porque hace al sacerdote amable a Dios, y a los hombres; como cuya memoria está puesta no en la sucesión carnal, sino en la bendición espiritual y le hace semejante en la gloria de los Santos, aunque todavía está colocado en la región de la desemejanza.

domingo, 14 de abril de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO VII

                                                                     Freno del caballo

Más claman desnudos, claman los famélicos, se quejan y dicen: ¿qué hace el oro en el freno? ¿Por ventura aparta el oro del freno, del frío o del hambre? Cuando nosotros perecemos miserablemente de hambre y de frío, ¿ de qué sirven tantas mudas de vestidos, extendidos en varas largas o doblados en fundas? Nuestro es lo que derramáis, a nosotros nos quitáis de un modo cruel lo que vosotros gastáis superfluamente. También somos hechura de Dios nosotros, tanto como vosotros y con la sangre de Cristo estamos redimidos. Nosotros somos hermanos vuestros. Ved ahora, si es razón, que que es herencia y parte de vuestros hermanos. Nuestra vida os sirve a vosotros para que acumuléis provisiones superfluas. De nuestras necesidades se quita todo lo que a vuestras vanidades se aumenta. Dos males brotan en fin de una misma raya, que es la codicia: pues os pierde la vanidad poseyéndolos. A nosotros nos mata despojándonos. Andan los mulos cargados de piedras preciosas, y nos dejáis a nosotros en la desnudez. Sortijas, cadenas, campanillas, correas claveteadas y muchas cosas semejantes, tan hermosas en sus colores, como preciosas por su peso, van colgando de las cervices de los mulos: y no aplicáis, compasivos, aún unos estrechos ceñidores a los lados de vuestros hermanos. A esto se llega, que todas estas cosas ni has habéis ganado por el comercio, ni por el afán de vuestras propias manos, ni tampoco las habéis heredado de vuestros padres, sino que acaso digáis también vosotros en vuestro corazón: Poseemos como herencia nuestra el santuario de Dios. Veis aquí los pensamientos de los pobres, y lo que ellos dicen al presente delante de Dios, que entiende el lenguaje de los corazones. Porque ellos no osan quejarse contra vosotros en público, pues al contrario están obligados a implorar vuestra asistencia, para mantener su vida. Mas día llegará en que estarán en pie con gran constancia contra aquellos que les angustiaron y tendrán por protector, y vengador a aquel Señor, que es padre de los huérfanos y juez de las viudas. De él pues será esta voz: Vosotros me habéis rehusado a mi mismo, todo lo que no habéis hecho a los más mínimos de estos pequeños que son míos.

sábado, 13 de abril de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO VI

Pero se enojan contra mi, aún si con sólo una señal doy a entender que se deben reprobar esas cosas. Me mandan que ponga la mano en mi boca, diciendo que soy monje, que no debo juzgar a los obispos. Ojalá  que, también, me cerrarán los ojos, para que no pudiera ver estas cosas que me prohíben contradecir. Pero será una gran presunción, que siendo yo oveja, viendo que se arrojan sobre mi mismo pastor dos lobas fierísimas, que son la vanidad y la curiosidad, haga yo ruido y alguno salga al encuentro de las bestias crueles, socorriendo al que va a perecer. ¿Qué harán de mi, que soy una ovejilla, cuando acometen al mismo pastor con tanta fiereza? Ciertamente, si no quiere que dé voces por él, ¿no me será permitido ni siquiera el balar por mi? Mas, aunque yo calle, porque no parezca que quiero poner en el cielo mi boca, con todo eso no se deja de clamar en la Iglesia: No en vestido precioso. Este clamor se dirige a los obispos para que se sientan como las mujeres que se engalanan en exceso. Aunque yo no hablara ¿no lo haría cada uno a su conciencia? ¿Y qué sería, si alguno más animoso,  alejado del medio eclesiástico,   alegara a este asunto el dicho de un gentil: Decid Pontífices, ¿qué hace el oro, no ciertamente en un lugar santo, sino en el freno? ¿Cuánto más tolerable es, que se vea en el lugar santo, que en el freno? Esto mismo, aunque yo enmudezca, vocea, ya no en la curia de los reyes sino en la penuria de los pobres. Calla ciertamente la fama, porque el mundo no puede hacer otra cosa que  aborreceros. Porque ¿cómo reprenderá el mundo a aquel pecado, del que antes es alabado el pecador en los deseos de su alma y es bendecido el inicuo?

jueves, 11 de abril de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO V

CAPÍTULO V
 Mas tu, sacerdote de Dios altísimo, ¿a cuál de estos te dispones a agradar? ¿al mundo, o a Dios? Si al mundo, ¿por qué eres sacerdote? Si a Dios, ¿cambiará el sacerdote según sea el pueblo de donde proviene? Si quieres agradar al mundo, ¿qué provecho encuentras en el sacerdocio? No puedes servir a dos señores. El que quiere ser amigo de este mundo, se constituye en enemigo de Dios. El Profeta nos dice que separará a los buenos de los que buscan agradar a los hombres. Éstos sufrirán confundidos por el desprecio de Dios. Según el Apóstol, si agradara yo a los hombres, no sería siervo de Cristo. Así, queriendo agradar a los hombres, no agradas a Dios. Al no agradarle, tampoco lo aplacáis. ¿Por qué eres sacerdote? Si, como añadí, no intentas agradar al mundo, sino a Dios deberás considerar que el sacerdote es el pastor y el pueblo las ovejas. El pastor no puede caminar encorvado y mirando hacia abajo, como si fuera una oveja. No puedes dedicarte solamente a mirar a la tierra y buscar pasto para el vientre. Mientras tanto, el corazón está en ayunas. ¡Ay si el lobo viene! No habrá quien lo vea antes de llegar. No habrá quien acuda al peligro ni quien esté libre del mismo. ¿Es decente que un pastor esté recostado sobre los sentidos corpóreos, pegado a las cosas ínfimas, anhelante de las terrenas, en lugar de estar derecho como un ser humano, mirando con ánimo al cielo, buscando las cosas espirituales en lugar de las puramente terrenales?

miércoles, 3 de abril de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO IV


CAPÍTULO IV

Que el honor, y decoro de las dignidades eclesiásticas no consiste en el esplendor exterior, sino en la hermosura de las costumbres y virtudes.

 Honréis pues vuestro ministerio, no con la pompa de los vestidos, no con el fausto de caballos, no con la suntuosidad de los edificios, sino con arregladas costumbres, con ejercicios espirituales, con buenas obras. ¡Cuántos hay que hacen esto de otro modo muy diferente! Se ve en algunos sacerdotes muchísimo adorno en los vestidos y ninguno o muy corto en las virtudes. De las cuales, si yo les trajere a la memoria aquello del Apóstol: No en vestido precioso, temo, que se enojen, teniendo por cosa indigna, que se usurpe contra ellos una sentencia, que reconocerán haberse pronunciado antes contra un sexo y orden menos estimable. Como si los médicos no usaran de un mismo hierro para sajar a los reyes que a los demás hombres, o se hiciera injuria a la cabeza, cortando sus cabellos con las tijeras mismas con que se cortó lo superfluo de las uñas. Pero, si se desdeñan de ser heridos, no por mi sino por el Apóstol, con igual sentencia que unas flacas mujeres, desdénñense también de envolverse en la misma culpa que ellas. Tiendan menos a gloriarse en las obras de las tejedoras y de las que adornan las pieles y no en las obras propias. Tengan horror también en cubrir con aquellas delicadas y encarnadas pieles, que llaman guantes, las manos sagradas que consagran los tremendos misterios. Absténganse igualmente de aplicarlas al pecho, que con más decencia le adorna la perla de la sabiduría. Tengan vergüenza de rodear con ellas el cuello, que más honesta y suavemente se somete al yugo de Cristo. No son estas las llagas de Cristo, que a ejemplo de los mártires pueden ellos llevar en su cuerpo. Mas bien se reputan, y son consignas mujeriles, que sin duda con mucha curiosidad y gusto acostumbraron ellas a preparar para si, poniendo el pensamiento ciertamente en las cosas que son del mundo y de qué modo agradarán a sus esposos. 

martes, 2 de abril de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO III


CAPÍTULO 3

 Habéis pensado pues con cordura, que la carga sacerdotal, los negocios del Obispado, y la acción pastoral no se podrían administrar dignamente sin consejo. De aquí es, que aun la misma Sabiduría, madre de los consejos castos, hablando de sí dice: Yo que soy la sabiduría, habito en el consejo. Pero ¿en qué consejo? ¿Por ventura en cualquiera? Y asisto, dice, entre los pensamientos eruditos. Igualmente, nos amonesta por la boca de Salomón, que nos desviemos de los consejos infieles, de este modo: Trata tu causa con el amigo, y no reveles tu consejo al extraño. Hermosamente también por otro sabio, persuadiendo a que nada se haga sin consejo, y advirtiendo en medio de eso, cuan pocos son los hombres del consejo, habla de esta manera: Tus amigos sean muchos, mas uno de entre mil sea tu consejero. Uno de entre mil, dice. Así no dudaré yo, que ha estado dios benigno contigo, pues de una cosa tan rara entre los mortales os ha concedido, no uno solo, sino dos, y esos mismos muy idóneos, próvidos y benévolos, y aun para que así fácilmente os ayuden, comprovinciales vuestros también; y para que lo hagan graciosamente, deudores a ti por el derecho de sujeción. Adhiriendo al consejo de estos, no seréis precipitado en pronunciar sentencia, no seréis vehemente en exigir la venganza, no seréis demasiado remiso en corregir, no severo con exceso en perdonar; no seréis pusilánime en dar lugar al tiempo; no habrá superfluidad en la mesa, no cosa de notar en el vestido: no seréis acelerado en prometer, no tardo en cumplir, como tampoco pródigo en dar. El consejo de estos siempre alejará de ti aquel mal, que para el tiempo es viejo, pero para la codicia nuevo; la simonía, digo, y su madre la avaricia, la cual es culto de los ídolos. Y, para comprenderlo todo en una palabra, si  confías en estos, honrarás en todo, a ejemplo del Apóstol, vuestro vuestro ministerio. Vuelvo a decir vuestro ministerio, no vuestro dominio. A él, pues, le honraréis, no vosotros mismo: porque el que busca las utilidades propias, desea ser él mismo honrado, no que lo sea su ministerio.

lunes, 1 de abril de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO II


Mas, poco ha comenzó a soplar desde las partes donde os hallais hacia nosotros aura más apacible. Pues se nos anunciaron de Vos por recientes noticias cosas más alegres que lo acostumbrado, no habiendo tenido estos informes por los rumores inciertos de la fama, sino por la boca verídica del Venerable Obispo Meldense. Quien preguntado acerca del estado de vuestras cosas, con un rostro alegre, y como bien asegurado en la materia, sobre que se preguntaba, juzgo, dijo, que desde ahora se sugetará a los consejos del Obispo de Chartres. Esta respuesta escuché yo de él, con una alegría, igual a la certeza aque tengo, de que los consejos de este Varón son fidelísimos. En ninguna cosa podía hacerse para nosotros más recomendable el propósito de vuestro corazón: en ninguna cosa se nos podía dar esperanza más cierta de vuestro aprovechamiento en el Señor. Con toda seguridad, si yo no me engaño, podréis confiar a estos dos hombres, que hemos mencionado, así vuestra persona, como vuestras cosas. Usando de tales consejeros, conservaréis íntegra la fama y la conciencia. Esto es muy decente a un sacerdote de Dios, a un obispo de tan grande ciudad; y de ningún modo  le está bien gobernarse por consejos pueriles o seculares. Todos, según el precepto del Señor, aún los enemigos, sean amados; pero para dar consejo, elíjanse solos aquellos, que por una parte sean prudentes, y por otra benévolos. Por eso desechó el Señor, así el consejo imprudente del discípulo, como el consejo infiel de los hermanos, respondiendo al inadvertido: No tienes gusto de las cosas de Dios; y a los malévolos: Vosotros subid a este día festivo, mas yo no he de subir. No se quiso fiar, ni en la imprudencia de aquel, ni en la malicia de estos. Finalmente, buscando de quien podría confiarse, y a quien con seguridad podría encomendar la administración de sus misterios, como quien con dificultad le encontraba, preguntaba con admiración: ¿Quién piensas, es el siervo fiel, y prudente, que el Señor constituyó sobre su familia? Por lo cual, habiendo de encargar a Pedro el cuidado de las ovejas, procuró primero probar su benevolencia, preguntando tres veces, si le amaba. Hizo también prueba de su prudencia, cuando, errando los hombres, y juzgándole alguno de los Profetas, advirtiendo él prudentemente la verdad, le confesó mas bien por Dios de los Profetas, diciendo: Vos sos Cristo hijo de Dios. ¡Ay de nuestro linage por su imperfección! Apenas en una multitud de hombres hallarás uno, que sea consumado en una, y otra gracia. Porque con dificultad encontrarás la benevolencia en el que es prudente, o la sabiduría en el que es fiel Mas no tienen número los que carecen de una y otra prenda.