Reprende gravemente a los ambiciosos, que temeraria e indignamente usurpan las unciones sagradas de la Iglesia.
Amados hijos, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira que ha de venir? Pues ninguno merece más la ira, que un enemigo que se finge amigo. ¿Judas, tu entregas con un beso al hijo del hombre, tu un hombre que vivía en un mismo espíritu conmigo, que comías conmigo a una mesa los dulces manjares, que metías la mano conmigo la mano en el mismo plato? No tienes parte en la oración, en que ora el Padre, y le dice: Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen, ¡Ay de vosotros que quitáis la llave, no sólo de la ciencia, sino de la autoridad! Ni entráis vosotros mismos, y de muchos modos impedís, que entren los que vosotros debíais introducir. Quitáis pues, y no recibís las llaves. De quienes se queja por el Profeta Dios: ellos reinaron y no por mi, príncipes fueron, y yo les llamé. ¿De dónde tanta ardor por la prelacía, de dónde tanta impudencia de la ambición, de dónde tanta locura de la presunción humana? ¿Se atreve por ventura alguno de vosotros, no mandándolo, o prohibiéndolo también cualquiera príncipe de la tierra, a ocupar sus ministerios, a arrebatar sus beneficios, a gobernar sus negocios? Ni pienses tu que Dios aprueba, lo que en su gran casa tolera de unos vasos de cólera preparados para la perdición. Muchos son los que vienen ciertamente, pero tu considera quién es llamado? Escucha y atiende el orden mismo de las palabras del Señor. Bienaventurados, dice, los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios; y después. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Limpios de corazón, sin duda, llama el Padre celestial a los que no buscan sus provechos, sino los de Jusucristo, ni lo que a ellos les interesa, sino lo que es útil para los demás. Pedro, dice, ¿me amas? Señor, vos sabéis que yo os amo. Apacienta, dice, mis ovejas. Porque ¿cuándo ovejas tan amadas las encomendaría a quien no amara? Sin duda, lo que se desea entre los dispensadores es, que sean hallados fieles. ¡Ay de los infieles ministros, que no estando ellos mismos reconciliados, ponen las manos en los negocios de la reconciliación ajena, como si fueran hombres que han obrado la justicia! ¡Ay de los hijos de ira, que no recelan usurparse los grados y el nombre de los pacíficos! Ay de los hijos de ira que se mienten ellos mismos mediadores fieles de la paz, para comer los pecados del pueblo! ¡Ay de los que conduciéndose según los deseos de la carne, no pueden agradar a Dios, y presumen de quererle aplacar!
No extrañamos, hermanos míos, cuantos nos compadecemos del presente estado de la Iglesia, no extrañamos que de la raza de la serpiente nazca un áspid. No extrañamos, que vendimie la viña del Señor, el que traspasa el camino instituido por el Señor. Porque, sin pudor ocupa el grado del pacífico, y las veces de hijo de Dios el hombre, que ni aun la primera voz del Señor que le llama al corazón, escuchó todavía, o si alguna vez quizá comenzó a escucharla, huyó retirándose de ella entre las hojas, para esconderse allí. Por eso todavía no cesó de pecar, sino que lleva arrastrando aún ahora una larga soga: no se ha hecho todavía varón que está viendo su pobreza sino que dice: rico soy y no necesito de nadie, siendo pobre, desnudo y mísero, nada le toca del espíritu de mansedumbre con que pueda instruir a los que cayeron por flaqueza en algún delito, considerándose a sí mismo y temiendo que él sea también tentado. No sabiendo él de las lágrimas de la compunción, antes se alegra habiendo obrado mal y se alaba con las cosas pésimas. Sin duda, él es uno de aquellos a quienes dice el Señor: Ay de vosotros que os reís ahora, porque otro tiempo habéis de llorar. El dinero, no la justicia, es lo que codicia; sus ojos están mirando todo lo sublime. Hambre insaciable tiene de las dignidades, y sed de la humana gloria. Lejos de él están las entrañas de piedad; más bien se complace en ser cruel y en hacer oficio de tirano: la ganancia reputa por piedad. ¿Qué diré de la limpieza del corazón? ¡Ojalá que ya no le hubiera entregado al olvido como quien está muerto en el corazón! Ojalá no fuera una paloma seducida que no tiene corazón! Ojalá que, a lo menos, lo de afuera estuviera limpio, ni se hallara manchada la túnica que cubre el cuerpo, para que siquiera en esta parte obedeciese a quien dice: Limpiaos los que lleváis los vasos del Señor.
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