A los buenos pastores corresponde enseñar y, por amor de la justicia, no huir de la persecución
Bienaventurados, dice, los pacíficos porque ellos serán llamados Hijos de Dios. Considera con cuidado que no se recomiendan aquí los que hablan de la paz sino los pacíficos. Porque hay algunos que dicen y no hacen. Así como los que ponen en práctica la palabra, y no sólo la oyen son justos, los verdaderamente pacíficos son bienaventurados. Pero ojalá que nuestros fariseos, si hay alguno en este tiempo, aunque no hagan nada útil, digan al menos lo que conviene. Ojalá que los que no quieren predicar, de verdad, el evangelio, lo hicieran aunque fuera para comer. El mercenario, cuando viene el lobo huye. Ojalá que todos los que hoy se dicen pastores se mostraran como mercenarios y no como lobos. Ojalá que no huyesen y no abandonasen a su rebaño. Ojalá trabajasen, al menos, a cambio de un salario, con tal de que no abandonaran a su ganado y lo apartasen de los pastos de la justicia y de la verdad. La persecución hace diferenciar a los pastores de los mercenarios. ¿Cuándo dejará de temer los daños transitorios el que busca los temporales lucros? ¿Cuándo sufrirá persecución el que ama antes el salario terreno que la justicia? Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia porque de ellos es el reino de los cielos. De los pastores es esta bienaventuranza, no de los mercenarios, mucho menos de los ladrones o de los lobos que tan lejos están de la justicia, que más quieren persecución que sostener la justicia. Ella es contraria a sus obras y sólo oír de ella les es insoportable.
Más, por la avaricia, por la ambición, les verás exponerse a todos los peligros, suscitar los escándalos, mantener los odios, disimular las afrentas, no hacer caso de las maldiciones, de suerte que no es menos peligroso la animosidad de éstos que la cobardía de los que son mercenarios. A los verdaderos pastores, les dice su pastor, el pastor bueno, que no se detuvo en exponer su vida por sus ovejas: bienaventurados seréis cuando os aborrezcan los hombres y cuando os separen y desechen vuestro nombre, como si fuera malo, por causa del hijo del hombre. Alegraos en aquel día y regocijaos porque vuestra recompensa es muy grande en los cielos. No hay por qué temer a los ladrones cuando atesoramos para nosotros en el cielo. No hay por qué quejarnos de las tribulaciones, cuando esperamos las recompensas. Debemos alegrarnos de nuestros padecimientos en Cristo, para que así aumenten las recompensas. Ninguna adversidad nos dañará si no nos dominare alguna iniquidad. Incluso nos aprovechará si su fin es la justicia en Cristo, la causa. Ante sus ojos la paciencia de los pobres no se perderá para siempre. A él será la gloria ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.
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