Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

sábado, 3 de agosto de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍULO XIV


Que en las cosas terrenas no hay saciedad alguna que no esté junta con el fastidio: pero que los deseos de lo celestial crecen siempre con la experiencia y ejercicio de la virtud


 En la puerta pues de este paraíso se escucha la voz del divino susurro, el sacratísimo y secretísimo consejo, que escondido de los sabios y prudentes, se revela a los pequeñuelos. de cuya voz, a la verdad, no solo ya penetra el sentido la razón, sino que con mucho agrado se le comunica a la voluntad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán hartos. Consejo altísimo ciertamente, y misterio inestimable. Palabra fiel y digna de todo aprecio, que nos viene del cielo, desde las reales sillas. Pues sobrevino una hambre muy grande en la tierra y todos nosotros no sólo comenzamos a tener necesidad, sino que nos vimos reducidos a la última miseria. En fin, fuimos comparados a las bestias irracionales y nos hicimos semejantes a ellas: aún deseamos con un hambre insaciable la despreciable comida de los puercos. El que ama el dinero, no se sacia: el que ama la lujuria, no se sacia. El que que busca gloria, no se sacia finalmente, el que ama al mundo, no se sacia nunca. Conozco yo hombres saciados de este mundo y que toda memoria suya les provoca náuseas. Los conozco saciados del dinero y saciados de los honores, saciados de los deleites y curiosidades de este mundo, y no medianamente sino hasta sentir r fastidio. Y es fácil a cada uno de nosotros alcanzar  por la gracia de Dios esta saciedad, porque no la produce la abundancia de las cosas sino el desprecio. Así, nosotros, hijos de Adán, comiendo con voracidad el vil manjar de los puercos, no de las almas hambrientas. Sólo con este manjar se nutre vuestra miseria con un alimento que no es natural. Y lo diré más claramente con un ejemplo, tomándole de una de las muchas cosas que la vanidad humana codicia. Primero se saciarán los cuerpos con el aire, que los corazones humanos con el oro. Ni se enoje el avaro. La misma sentencia comprende a los ambiciosos y lujuriosos. También a los facinerosos. Si acaso alguno no me cree, crea a la experiencia propia o de muchos.
 ¿Quién hay entre vosotros, hermanos míos, que desee ser saciado y anhele a que se llene su deseo? Comience a tener hambre de de la justicia y no podrá menos de ser saciado. Desee aquellos panes, que abundan en casa del padre y hallará que, al punto, tiene fastidio de las algarrobas de los puercos. Procure experimentar, aunque sea en poco, el gusto de la justicia, para que con esto solo desee más y merezca más. Según lo que está escrito El que me come tendrá hambre y el que me bebe tendrá, todavía sed. Porque este deseo, como más conforme y connatural al espíritu, ocupa el ánimo más valerosamente y desecha a los demás deseos. Bienaventurados, pues, los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos. No ciertamente de la misma, de la cual no será saciada el hambre, sino de todas las demás cosas que insaciablemente codiciaba: de modo que desde ahora, desistiendo de usurpar el dominio del cuerpo para servir a las antiguas concupiscencias, se le ofrecerá enteramente a la razón, o más bien le impelerá ella misma a que sirva a la justicia para la santificación, con no menos celo, que le haya ofrecido primero, para servir a la injusticia y cometer la maldad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario