Que los ojos del corazón se han de limpiar incesantemente, para que se pueda ver a Dios
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Grande promesa, hermanos míos, y digna de aspirar a ella con todos nuestros deseos. Porque esta vista es una conformación con Dios, como dice el apóstol San Juan: ahora somos hijos de Dios, mas lo que algún día seremos, todavía no aparece. Sabemos que, cuando él aparezca seremos semejantes a él, porque lo veremos como es en sí. Esta vista es la vida eterna, como lo dice la Verdad misma en el Evangelio: la vida eterna consiste en que ellos te conozcan por el verdadero Dios y a Jesús, Cristo, a quien enviaste. Mancha aborrecible la que nos quita esta vista bienaventurada y execrable negligencia, con la que disimilamos ahora la purificación de aquel ojo. Porque, así como la vista corpórea se impide o con el humor interno o con el polvo exterior que se echa en ella, así la vista espiritual unas veces se turba con los deleites del propio cuerpo, otras con la curiosidad mundana y la ambición. Lo cual, ciertamente, nos lo enseña la experiencia propia, que la escritura divina, en donde se lee escrito: el cuerpo que se corrompe, oprime el alma y la habitación terrena abate al sentido que piensa muchas cosas. Sin embargo, en lo uno y en lo otro, lo que embota y confunde la vista, es sólo el pecado: ni otra cosa alguna hay que separe entre el ojo y la luz, entre Dios y el hombre. Porque, mientras vivimos en este cuerpo, estamos alejados del Señor. No es la culpa, ciertamente, del cuerpo, de este cuerpo debemos saber, que es mortal y que lo llevamos con nosotros. La carne causa que sea objeto de pecado, en la cual no se haya lo bueno sino antes la ley del pecado. Con todo eso, algunas veces el ojo corporal, aún no teniendo ya la paja, todavía por algún tiempo está oscurecido. Esto se experimenta más veces en el ojo interior, que se emplea en las cosas espirituales pues, ni cuando hubiere sacado el acero, habrá sanado la herida, sino que entonces, principalmente, es necesario aplicar fomentos y trabajar en la curación. Ninguno, pues, que arroje fuera la sentina, se juzgue limpio al instante: antes bien sepa que entonces necesita de muchas purificaciones. Ni solamente debe lavarse con agua, sino purgarse y purificarse con fuego, para que diga: pasamos por el fuego y el agua y nos sacasteis al refrigerio. Bienaventurados, pues, los limpios de corazón porque ellos verán a Dios: ahora, ciertamente, por el espejo. En el futuro cara a cara, cuando nuestra limpieza fuere consumada para presentarla al Señor asimismo gloriosa, sin tener ya mancha ni arruga.
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