Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

domingo, 11 de agosto de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍTULO XVIII


Que justamente los pacíficos son engrandecidos con el nombre de Dios

Entonces oportunamente se añade luego esto: bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Hay entre los hombres quien es pacato, el cual volviendo bienes por bienes a ninguno quiere dañar, en cuanto está de su parte. Otro hay paciente, que no volviendo males por males, aún tiene valor para sufrir al que le hace daño. Hay otro que es pacífico, el cual volviendo bienes por males, está dispuesto también a favorecer al que le daña. El primero ciertamente es párvulo, y fácilmente se escandaliza. Este hombre no podrá alcanzar la salud fácilmente en este mundo malo y lleno de escándalos. El segundo, como está escrito, en su paciencia posee su alma. El tercero, en verdad, no sólo posee la suya, sino que gana las almas de muchos. El primero, en cuanto toca a él, tiene paz. El segundo retiene la paz. El tercero hace la paz. Con razón por tanto es glorificado con el nombre de hijo, pues cumple la obra de hijo, muy distante de mostrarse ingrato después de su reconciliación, reconciliando también a otros con su Padre. Pues quien bien administrare, buen grado adquiere. No podemos creer, que en la casa de un padre, haya grado mejor que el de hijo. Si son hijos también son herederos. Herederos de Dios y coherederos de Cristo, para que así, como dice él mismo, donde él está, está su ministro también. Os hemos futigado con un sermón prolijo, y os hemos detenido más de lo que debíamos. Ahora ya parece, que a nuestra locuacidad, ya que el empacho no la intima al fin, por lo menos se le intima la hora. Sin embargo, acordaos del Apóstol, de quien leéis que alguna vez alargó el sermón hasta la media noche. Ojalá que todavía, para usar de sus mismas palabras, queráis soportar un poco mi imprudencia. Porque os tengo un amor de celo y de un celo de Dios.

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