Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

domingo, 27 de mayo de 2012

CAPÍTULO XXIII: SOBRE LOS GRADOS DE HUMILDAD Y DE ORGULLO

 Capítulo  23


     De todo esto deduzco que, si el Padre no descendió, el Apóstol no pudo subir al tercer cielo para verlo; por eso recordó que había sido arrebatado. Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo. Y no pienses que habla del primer o del segundo cielo, ya que te dice David : Su salida es desde lo más alto del cielo. A este mismo lugar volvió Cristo, pero no fue arrebatado súbitamente ni trasladado a escondidas; lo vieron subir los apóstoles. No fue el caso de Elías, quien no tuvo más que un testigo; ni el de Pablo, que no tuvo ninguno; pues apenas él mismo pudo ser testigo o Juez, ya que dice: yo no lo sé; Dios lo sabe. Cristo, como todopoderoso que era, bajó cuando quiso, subió cuando le plugo tuvo a bien esperar a que hubiese testigos y espectadores; eligió un lugar, un tiempo, un día y una hora concretos : le vieron subir aquellos a los que quiso honrar con ese espectáculo.
     Pablo y Elías fueron arrebatados; Enoc fue trasladado. De nuestro Redentor se dice que subió, es decir, que ascendió sin ayuda alguna. Sin ayuda  de carros o de ángeles. Una nube lo ocultó a sus ojos. ¿Qué sentido tiene la nube? ¿Estaba cansado y necesitaba su ayuda? ¿Tal vez se sentía apático y la nube lo empujó? ¿Acaso se caía y la nube le sirvió de apoyo? Nada de eso. Lo que ocurrió fue que la nube lo ocultó a los ojos carnales de sus discípulos. Hasta entonces habían conocido a Cristo según la carne; en adelante, no deberán conocerle de esa forma. Por tanto, a los que el Hijo llama por la humildad al primer cielo, el Espíritu los reúne en el segundo por la caridad; y el Padre los exalta al tercer cielo por la contemplación.
     Primero se humillan en la verdad, y dicen: me humillaste en tu verdad. Después se alegran de la verdad, y cantan: ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos; pues de la caridad se ha escrito: simpatiza con la verdad. En tercer lugar son arrebatados hasta los arcanos de la verdad, y dicen: Mi secreto para mí, mi secreto para mí.

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