Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

sábado, 8 de junio de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO XXIV


CAPÍTULO XXIV

 Sin embargo, ¿quién entiende los delitos? Por cierto, aunque yo pudiera decir, junto con San Pablo, lo que de mi está muy lejos: nada me reprende mi conciencia, con todo eso, no sería razón, que me gloriase de estar justificado por este motivo. Pues no es aquel que se da testimonio a sí mismo, el que es verdaderamente estimable, sino aquel a quien Dios da testimonio. Si me aplaudiere, diciendo que soy justo, aprecio muy poco cada día, porque cada uno de ellos luce solamente en lo exterior. El hombre mira en el semblante más Dios mira el corazón. Por eso Jeremías no hacía mucho caso de los juicios populares que son como unos rayos de luz del día de los hombres, sino que confiadamente decía a Dios: no he deseado el día, día del hombre. Vos lo sabéis. Si mi día mismo se me presentare halagueño para mi, ni a mi mismo me juzgo porque ni a mi mismo me entiendo suficientemente. Sólo con razón fue constituido juez de vivos y muertos, el que fabricó uno por los corazones de todos. Entiendo todas las obras de ellos. Sólo miro como juez en quien sólo reconozco la virtud de justificar. El Padre le dio a él la potestad de hacer el juicio porque es hijo del hombre. No usurpo para mi o sobre mi, yo que soy siervo la potestad del que es Hijo, ni me junto a aquellos de quienes suele quejarse de este modo. Me han quitado los hombres el oficio de juzgar. El padre no juzga a alguno, sino que ha dado todo el poder de juzgar al Hijo: ¿y presumiré yo de usurpar lo que ni el mismo Padre toma para sí? O quiera, o sin quererlo yo, me es forzoso ser presentado ante él y dar cuenta de todo lo que he hecho, viviendo en el cuerpo a aquel Señor a quien ni una palabra se le pasa ni un pensamiento se le oculta. A vista de tan justo contraste, de los méritos, a vista de tan íntimo inspector de los secretos, ¿quién se gloriará de tener el corazón casto? Sólo, ciertamente, aquella virtud que no acostumbra a gloriarse, que no sabe presumir, que no suele porfiar, quiero decir, la humildad hallará en los ojos de la divina piedad, la gracia. No apela al juicio ni ostenta tener justicia, el que es verdaderamente humilde sino que dice: no entréis en juicio con vuestro siervo Señor. Recusa el juicio y pide misericordia confiando, que más fácilmente alcanzará para sí perdón, que podrá reivindicar justicia. Conoce la naturaleza divina, naturalmente piadosa, y que de ningún modo desecha la humildad de la nuestra. No desprecia aquella majestad al corazón contrito y humillado en nuestro linaje, pues que, ni se desdeña de tomar de él el cuerpo de humildad. Yo no sé por qué razón suele siempre la divinidad acercarse a la humildad más familiarmente. En fin, de ella se vistió para mostrarse a los hombres. Tomó en sí y llevó consigo sustancia, modo y traje humilde, recomendándonos la excelencia de una virtud que quiso honrar con la especial presencia de sí mismo.

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