Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

martes, 12 de junio de 2012

CAPÍTULO XXXVII: GRADOS DE HUMILDAD Y SOBERBIA

Capítulo 37


     También José adivinó su exaltación. No supo de antemano que iba a  ser vendido; e incluso era más inminente su traición que su exaltación. No quiero decir con esto que este gran patriarca hubiese caído en la soberbia. Pero su ejemplo nos enseña que quienes gozan del espíritu de profecía y adivinan los acontecimientos futuros pueden ver algo, aunque no en totalidad. Tal vez alguien se empeñe en sostener que la vanidad se manifiesta en el hecho de que, aun siendo adolescente, se entretenía en contar unos sueños cuyo misterio desconocía. Yo creo que tal actitud se centra en el ámbito del misterio, o de la ingenuidad infantil, más que en el de la vanidad. Y si acaso se deslizó algún destello de vanidad, bien pudo expiarla con todo lo que sufrió. 
     Hay circunstancias en que reciben manifestaciones agradables y que el espíritu humano no puede acogerlas sin dejar de cumplirse el mensaje revelado. Cualquier tipo de vanidad que se apoya en la sublimidad de la revelación o de la promesa no quedará impune. Fijémonos en el médico. No se sirve sólo del ungüento; usa también el fuego y el bisturí. Con ellos quema y corta las excrecencias de la herida que va a curar para no impedir  la terapia  que produce  el  ungüento.  Dios  es  el médico de las almas. Envía pruebas y tribulaciones al alma, que la afligen y humillan; convierte el gozo en llanto, y la verdad parece mera ilusión. Así se verá libre de la vanidad, y la verdad de la revelación no sufrirá menoscabo.  
De esta forma, la vanagloria de Pablo se refrena con el aguijón de la carne; mientras que su persona es agraciada con frecuentes revelaciones. Lo mismo ocurre con la incredulidad de Zacarías. Fue castigado con la mudez; pero no por eso dejó de cumplirse la verdad del mensaje, que había de manifestarse a su tiempo. Así,  es como a través del honor y de la afrenta progresan los santos. Se sienten atraídos por la vanidad humana, y al mismo tiempo reciben gracias extraordinarias. No pueden olvidar lo que son cuando por el favor de Dios perciben algo que les sobrepasa.

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