Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

domingo, 7 de julio de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍTULO III


Como por la voz de Dios la razón de nuestra alma puede, como en un libro, percibir, reprender, juzgar y discernir todo lo malo que el hombre ha hecho.

 Ni esperes oír de mi, que percibirá, que reprenderá, que juzgará y discernirá tu razón misma en tu memoria. Aplica los oídos a tu interior, vuelve hacia allí los ojos de tu corazón y aprenderás por la propia experiencia qué es lo que allí pasa. Pues nadie sabe lo que hay en el hombre, sino el espíritu del hombre, que está en el mismo. Si la soberbia, la envidia, la avaricia, la ambición u otra peste semejante están escondidas, apenas podrás escaparte de este examen. Si la fornicación, la rapiña, la crueldad, el fraude, o cualquier otra culpa, tuvieron aquí entrada, no podrá ocultarse el reo a este juez interior, ni negará la verdad delante de él. Porque pasó velozmente el gozo del deleite inicuo y aquel gusto voluptuoso se acabó en breve, pero dejó impresas ciertas señales amargas en la memoria, dejó sus feos vestigios en ella. En este depósito se juntó, como en una sentina, toda abominación y fue a parar allí toda la inmundicia. Este es un volumen grande, en que están escritas todas las cosas con la pluma de la verdad que no duda. Ya el vientre sufre lo amargo de ellas, aunque al parecer habían deleitado con frívola dulzura las fauces en su breve tránsito. ¡Miserable de mi! mi vientre me duele. Pero ¿no me duele más el vientre de la memoria, en donde se juntó tanta pesadumbre? ¿Quién de vosotros, hermanos míos, si de repente viera este exterior vestido que le cubre, lleno de inmundas salivas y manchado con asquerosas suciedades, no se llenaría de horror, no se desnudaría de él con velocidad y no le arrojaría de sí con indignación? Pues quien se haya en tal estado, no ya sin vestido, sino bajo el vestido interior de si mismo, es preciso que sienta mucho dolor y se consterne cuando sufre de cerca la causa del horror. Porque de ningún modo, con la facilidad con que arroja su túnica, podrá arrojarse a sí misma el alma que está contaminada. En fin, ¿quién hay entre vosotros de tanta paciencia y valor, que si acaso (como se lee en María hermana de Moisés) viera su carne ponerse blanca en extremo con una repentina lepra, pudiera mantenerse con un ánimo conforme y dar gracias al Creador? ¿Y qué es esta carne, sino una corruptible túnica, con que estamos vestidos? ¿O qué se debe juzgar por todos los escogidos esta lepra corporal, sino la vara del paternal castigo y purificación del corazón? Allí , allí se encuentra la tribulación vehemente y justísima causa del dolor, cuando despertado del sueño del miserable deleite, comienza el hombre a percibir la lepra interior, que él mismo con mucho afán y trabajo buscó para sí. Pues, aunque ninguno aborrezca su carne, mucho menos podrá el alma aborrecerse a sí misma.

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