Que los que intentan convertirse, son tentados con más fuerza de los acostumbrados vicios, y que a estos les es muy necesario el llanto.
Estas y semejantes cosas está, interiormente, sugiriendo la razón a la voluntad. Ocurre tanto más copiosamente cuanto más perfecta es la ilustración del espíritu. Dichoso, sin duda, aquel cuya voluntad cede al consejo de la razón, que concibiendo el temor, se fomenten después las promesas celestiales para conseguir la salud espiritual. Pero, tal vez, se encontrará rebelde y obstinada la voluntad y es que no sólo se muestre impaciente, sino rebelde con los avisos, dura con las amenazas, áspera con la blandura con la que es tratada. Se hallará, quizás, refractaria a las sugerencias de la razón y agitada co grave furor. Dirá ¿hasta cuándo os estaré sufriendo? Vuestra predicación no cabe en mi. Veo que sois astuta, pero vuestra astucia no tiene sitio en mi. Acaso, también, llamando a cada uno de los miembros, les mande que que obedezcan más de de lo acostumbrado a las concupiscencia y sirvan a las maldades. De aquí, sin duda, nace lo que vemos por continuas experiencias, que los que resuelven convertirse, son tentados más fuertemente por las concupiscencias de la carne. Los que se determinan a salir de Egipto y huir del imperio del faraón son más gravemente oprimidos en los trabajos del barro y de los ladrillos.
Mas ojalá que semejante hombre se abstenga de la impiedad y se guarde de aquel sumidero terrible, del que está escrito: el impío cuando ha llegado a lo más profundo de los pecados, todo lo desprecia. En verdad, se está curando con una bebida muy fuerte y fácilmente peligrará si no pone todo cuidado en obedecer a los consejos del médico y en cumplir sus preceptos. Se halla en la tentación más grande y próxima a la desesperación, sino recoge todo su afecto y lo emplea en compadecerse de su alma, que mira tan mísera y miserable. Escucha la voz que dice: bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Llore abundantemente, porque llegó el tiempo de llorar y para beber continuas lágrimas basan estas cosas. Llore, mas no sin afecto de piedad ni sin algún consuelo. Considere, que no se halla para él descanso alguno en sí mismo, sino que todas sus cosas están llenas de miseria y desolación. Considere que lo bueno no se halla en su carne y que también en el silo malo no se halla mas que vanidad y aflicción del espíritu. Considere, vuelvo a decir, que ni dentro, ni abajo, ni cerca de sí, se le presenta materia de consuelo, para que, por fin, aprenda alguna vez que se ha de buscar arriba y que de arriba se ha de esperar. Llore, ciertamente entretanto, lamentándose sobre su dolor, arroyos de aguas derramen sus ojos, y no descansen sus pestañas. Sin duda con las lágrimas se purifican los ojos antes oscurecidos y se clara la vista para poder fijarse en la claridad de la serenísima luz.
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