Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

domingo, 14 de julio de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍTULO IX


Es imposible ocultarse el que peca.

Por todas partes me rodean las paredes ¿Quién me ve? Aunque nadie te vea, no por eso deja de verte alguno. Te ve el Ángel malo, te ve el Ángel bueno, te ve otro mayor que los Ángeles buenos y malos, que es Dios. Te ve tu acusador, una multitud de testigos, el Juez en cuyo tribunal, precisamente, haz de ser presentado; bajo cuyos ojos querer delinquir es cosa tan loca como es horrendo caer en manos de Dios viviente. No quieras darte por seguro. Se ocultan más acechanzas a las que tu no puedes ocultarte. Se ocultan, unas acechanzas que así como tu no las puedes sorprender, no pueden dejar de sorprenderte. Oye ciertamente el que hizo el oído. El que formó los ojos mira sin duda. No detienen los rayos de este sol las cercas formadas de piedra, que él mismo crió. No estorba el aspecto de la verdad aún la misma pared del cuerpo. Todas las cosas están desnudas a sus ojos y es más penetrante que la espada de dos filos. No sólo mira sino que juzga también los caminos de los pensamientos y las médulas de las afecciones. En fin, si no registrara todo el abismo del humano corazón, y cuanto en él se oculta más claramente, no temería tanto el Apóstol a quien nada reprendía su propia obediencia: la sentencia del Señor, que era su Juez. Para mi, dice, importa muy poco ser juzgado por vosotros o por otro hombre cualquiera: yo mismo no me atrevo a juzgarme. Porque sin embargo, aunque en nada me reprende mi conciencia, yo no estoy justificado por eso. Es el Señor el que me juzga a mi.
 Si te glorias de que con el estorbo de las paredes, o con las artes de tus disimulos, se pueden frustrar los juicios humanos debes estar cierto de que no se le ocultan los crímenes verdaderos al que suele acusar ni siquiera los falsos. Si en tanto grado temes que te conozca tu prójimo, que tal vez no temo menos que le conozcas tu, mucho menos debes despreciar a quienes es mucho más odiosa la iniquidad y, sin comparación más execrable, la corrupción. Si, en fin, no temes a Dios y sólo recelas a la vista de los hombres, acuérdate que Cristo hombre verdadero no puede ignorar los hechos de los hombres: para que así lo que delante de mi no te atrevieras a hacer, mucho menos te atrevas a hacerlo delante de él mismo. Lo que no digo yo que no te sea lícito pero sí poco agradable obrar, viéndolo un consiervo tuyo, que tengas horror aún de pensarlo siquiera viéndolo el Señor. De otro modo, si temes más al ojo de la carne que a la espada que ha de devorar las carnes, lo mismo temes que sucederá y vendrá sobre ti lo que recelabas. Nada hay encubierto que no venga a descubrirse ni oculto que no venga a saberse. Serán puestas a la luz las obras de las tinieblas. Ni sólo los abominables secretos de las obscenidades, sino los inicuos comercios de los que venden los sacramentos y los fraudulentos consejos de los que inventan engaños y subvierten la justicia, los hará manifiestos al que sabe todas las cosas. Cuando comenzare aquel escudriñador de las entrañas y del corazón a examinar a Jerusalén con antorchas.

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