Que a salud se alcanza, no solo desviándose de lo malo, sino haciendo lo bueno.
¿Qué harán pues, o más bien, qué padecerán los que cometieron grandes pecados, cuando oigan: Id al fuego eterno, los que no hicieron obras de piedad? ¿Cómo será admitido a las bodas quien no se abstuvo de lo malo, ni tomó en su mano la antorcha, para hacer lo bueno, cuando ni la integridad de la virginidad, ni la claridad de las lámparas podrá excusar la falta del aceite de la gracia? ¿Qué tormentos se reservarán para los que en esta vida no sólo hacen cosas malas, sino pésimas, si de tal suerte han de ser atormentados los que aquí recibieron bienes, que abrazándose sus lenguas en medio de los llantos, no podrán conseguir el refrigerio de una pequeña gota de agua? Guardémonos pues de las malas obras, ni en la confianza de la red que nos encierra, pequemos libremente dentro de la Iglesia, teniendo en la memoria, que no a todos los que trae la red serán recibidos en las vasijas de los pescadores, sino que cuando llegamos a la orilla se escogerán, para echar en ella, a los buenos y se arrojarán a los malos. Tampoco nos contentemos con ceñirnos de este modo, sino que encendamos también nuestras antorchas y obremos lo bueno con instancia, considerando que todo árbol, no sólo el que diere fruto malo, sino el que no le diere bueno, será cortado y arrojado al fuego, al fuego eterno sin duda, que está aparejado para el diablo y sus ángeles.
De esta suerte nos apartaremos de lo malo, haremos lo bueno, buscaremos la paz, sin seguir la gloria. Porque ella es de Dios y no la dará a otro. Mi gloria, dice, no la daré a otro. Y decía un hombre según el corazón de Dios: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino vuestro nombre dad la gloria. Acordémonos de lo que dice la Escritura: Aunque rectamente ofrezcas, si rectamente no partes, ya pecaste. Recta es, hermanos míos, aquella partición nuestra; nadie la rehuse. De otra suerte, si quizá a alguno le agrada poco, sepa que no es nuestra sino de los Ángeles, puesto que los Ángeles fueron los primeros que cantaron: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Guardemos, pues, aceite en los vasos, no suceda acaso (lo que Dios no permita) que llamando en vano a las cerradas puertas de las bodas, oigamos aquella palabra amarga, y el Esposo desde dentro nos responda: No os conozco. Todavía, sin embargo, está puesta la muerte no sólo junto a la maldad, la esterilidad, la vanidad, sino junto a la entrada misma del deleite. Por lo mismo necesitamos de fortaleza contra las tentaciones del pecado, para que fuertes en la fe resistamos al rugieren león, y rebatamos los dardos inflamados de él mismo, valerosamente, con este mismo escudo. Necesitamos de justicia, para obrar lo bueno. Necesitamos de prudencia, para que no seamos reprobado con las vírgenes fatuas. Necesitamos, en fin, de templanza, no sea que entregados a los deleites, oigamos alguna vez lo que, acabado ya a un tiempo el explendor de su mesa, y de sus vestidos, oyó aquel infeliz cuando imploraba misericordia: Hijo, acuérdate que durante tu vida recibiste bienes, y Lázaro por el contrario males: ahora él es consolado y tu atormentado. Verdaderamente es terrible Dios en sus consejos sobre los hijos de los hombres. Pero aunque es terrible, también se muestra misericordioso, cuando no nos oculta la forma que ha de guardar en el juicio futuro. El alma pues que pecare, morirá. El sarmiento que no llevare fruto será arrancado. La virgen a quien faltare el aceite, será excluida de las bodas, y el que recibiere bienes en esta vida, será atormentado en la futura. Y si sucediera en un hombre que se encontrase en estas cuatro cosas juntamente, esto verdaderamente sería la última desesperación.
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