Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

miércoles, 10 de julio de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN: CAPÍTULO VI


Representa vivamente la dificultad de la conversión y las luchas que sufre, el que desea volver en sí

He ahí de nuevo una voz que, desde las nubes, está diciendo: pecaste, cesa ya. Que es lo mismo que decir: ya rebosando la sentina, está apestando con intolerable olor toda la casa; empresa vana es querer limpiarla, mientras que no cesan de correr todavía, los horrores y querer hacer penitencia mientras que no desistes de pecar. Porque ¿quién aprobará los ayunos de aquellos que ayunan para litigios, contenciones e hieren impíamente con el puño y también se hayan en ellos las deleites propios? No es este el ayuno que apruebo yo, dice el Señor. Cierra las ventanas, tapa las rendijas, ciega los agujeros cuidadosamente. De este modo, no entrando horrores nuevos, podrás limpiar los antiguos. Juzga, entonces, el hombre, que fácilmente podrá cumplir lo que se le manda, como quien está todavía ignorante en la vida espiritual. ¿Quién me estorbará que yo mande con imperio a mis miembros? Ofrece ayunos a la gula, prohíbe el exceso de la bebida, manda que se cierren los oídos, para no oír las palabras de sangre, que se aparten los ojos para no ver la vanidad, que se extiendan las manos, no a la avaricia sino antes a la limosna. Quiere obligar al trabajo prohibiendo todo robo según está escrito: El que robaba no robe ya, sino más antes se ocupe trabajando con sus manos en cualquier obra útil para tener que dar al que pasa necesidad. 
 Sin embargo, cuando de este modo promulgamos leyes, a cada uno de los miembros, proponiendo sus decretos, súbitamente interrumpen ellos la voz del que les manda y claman todos juntos: ¿de dónde ha venido esta nueva religión? Tu mandas hacer como te parece: pero no faltará quien se oponga a esos nuevos decretos, quien contradiga a esas leyes nuevas. ¿Quién será ese? Dice. Y aún esa también, les responden: esa misma que yace paralítica en la casa, afligida con muchos tormentos. Esa misma es, por si lo ignoras, la que designastes para que obedeciésemos a sus concupiscencias. A esta voz se quedó pálido el miserable y enmudeció confuso, angustiándose en sí mismo su espíritu. En esto, no se detienen los miembros y se llegan a aquella su infelicísima señora para querellarse cruelmente de su señor y acusar de demasiado duro su imperio. Llora la gula, pues se vería obligada a la estrechez de la parsimonia. Se prohíbe el gusto inmoderado por la bebida. Se quejan los ojos de que tienen que derramar lágrimas y que se les niega su libertad licensiosa. Prosiguiendo, ellos, en estas y semejantes quejas, dándose por sentida y violentamente exacerbada la voluntad. ¿Es sueño o es fábula lo que contáis? Entonces, viendo la lengua tan oportuno tiempo de hablar, enteramente dice "así es", como habéis oído. También han tratado de intimidarme, diciéndome que me abstenga de fábulas y de mentiras y que, en adelante, nada hable que no sea serio o más bien absolutamente necesario.
 Se levanta, pues, la vejezuela furiosa y olvidada de todo su mal, va con los espeluznantes cabellos, rasgado el vestido, desnudo el pecho, refregando las úlceras, rechinando los dientes y consumiéndose de rabia, infectando el aire mismo con sus hálitos pestilentes. ¿Qué mucho se confunde, si es que queda algo de razón en él, a tal encuentro y acontecimiento de la miserable voluntad? ¿Es ésta toda la fe de tu desposorio, y de este modo de compadeces de quien tanto padece? ¿Para esto dejaste de añadir más dolor sobre el dolor de mis llagas? Tal vez podía parecer que se debiese quitar algo del inmoderado razonamiento, pero si me quitas este dolor ¿qué me queda? Sólo este habías dado a esta triste enferma, y en qué modo estaban distribuidos todos sus obsequios, lo conocías en otro tiempo. Más, si ahora se te ha podido olvidar la triplicada malignidad de este pésimo achaque que nos atormenta, pero no a mi. Yo soy voluptuosa, soy curiosa, ambiciosa. De esas tres úlceras nada está sano en mi desde la planta del pie hasta la cabeza. Así, ya que es necesario hacer de nuevo mención de cada cosa, las formas y obscenidades del cuerpo están asignados al deleite. A la curiosidad la sirven los pies vagos y los ojos sin disciplina. El oído y la lengua obsequian a la vanidad, pues por medio de aquel engrasa mi cabeza el aceite del pecador. Por estas cosas sustituyo yo lo que a mi parecer han dicho los que me alaban. Me deleito en gran manera en recibir de otros y en referir, también, a los demás, cuando se presenta la ocasión mis propias alabanzas anhelando a ser ensalzada tanto por mi boca como por la ajena. A esta enfermedad, principalmente, suele también tu ingenio añadir varios incentivos. Por cierto, las manos que se mueven libremente hacia todas las partes no las empleamos en una cosa sola, sino que hacen sus servicios y lisonjean ya a la vanidad, ya a la curiosidad, ya al deleite. Con ser esto así, jamás pudieron, aún en sólo en una cosa satisfacerme. Porque ni se sacian los ojos de ver, ni se llenan los oídos con oír. Ojalá que, alguna vez, mientras estoy mirando, todo el cuerpo se hiciera ojos, o que cuando estoy comiendo, se convirtiesen en fauces todos los miembros. ¿Tu, pues, me quieres quitar ese poco de gusto que de cualquier modo que sea, ando yo mendigando? Así habló y, apartándose con indignación y furor esto dice: "por posesión mía defiendo y siempre lo defenderé".
 Ya entonces, a la razón, la vejación misma le da conocimiento, ya se hace patente en algún modo la dificultad de este negocio; ya se desvanece aquella supuesta facilidad. Porque ve la memoria llena de suciedades. Ve que con mucha abundancia entran en ella más y más inmundicias; ve que las mismas ventanas, que estaban francas a la muerte, no se pueden cerrar del todo. Ve que todavía domina como superior la voluntad enferma, de cuyas úlceras había fluido toda la materia. Vese, últimamente, el alma a sí misma contaminada por su propio cuerpo, por sí misma. Pues es cosa del alma tanto la memoria infectada como la voluntad que la infecta. En fin, toda ella no es otra cosa que entendimiento, memoria y voluntad. Mas ahora el entendimiento está defectuoso, ciego en algún modo. No llegó a ver, hasta ahora, estas cosas. Debilitado enteramente puesto que, ni aún habiéndolas conocido, puede remediarlas. La memoria feísima y fétida. La voluntad, igualmente, lánguida, manando por todas partes sus horribles úlceras. Para que nada quede de cuanto hay en el hombre, el cuerpo mismo se mantiene rebelde. Cada uno de los miembros es una ventana por donde entra al alma la muerte y rebosa, insesantemente, la misma confusón.

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