Cómo se ha de inducir suavemente a la voluntad a que ame y desee las cosas celestiales
Desde ahora ya mire por el agujero, registre por las celosías, siga con la vista el rayo dulcísimo y cuidadoso imitador de los Magos, busque con la luz la luz. Porque encontrará el lugar del admirable tabernáculo, en donde coma el hombre el pan de los Ángeles; encontrará el paraíso de las delicias que plantó el Señor; encontrará el huerto florido y amenísimo, encontrará el asiento del refrigerio y dirá: ¡O si aquella miserable voluntad oyera mi voz, para que entrando viera los bienes y visitara este lugar! Aquí sin duda hallará más amplio descanso y a mi también me inquietará menos, cuando ella misma estará más quieta. Puesto que no miente aquel que dijo: tomad sobre vosotros mi yugo y hallaréis descanso para vuestras almas. En la fe de esta promesa hable más blandamente a la que estaba irritada y aparentando cierta alegría, haciéndola cargo en espíritu de mansedumbre dígale: cese del todo tu indignación. No soy yo quien te pueda ofender. Tuyo es el cuerpo, tuyo soy yo mismo: no tienes porqué temer ni recelar. Ni será de extrañar, si acaso todavía ella diere una respuesta algo más amarga, y dijere: las muchas reflexiones te han hecho delirar. Sufra entretanto con igualdad de ánimo y disimule enteramente lo que pasa con ella, hasta que tocando en el coloquio diferentes cosas, oportunamente pueda insinuarse diciendo: Hoy encontré un huerto hermosísimo y un amenísimo lugar. Bueno sería para nosotros estar allí, porque a ti también te hace daño estar en este lecho de la enfermedad, en esta cama del dolor y compungirte en este aposento tuyo con un corazón pesado. Asistirá Dios a quien le busca, a alma que espera en él; favorecerá a sus humildes ruegos y dará eficacia a sus palabras. Se excitará el deseo de la voluntad, no sólo para ver el lugar, sino para entrar poco a poco en él y fijar allí su mansión.
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