Capítulo 19
¿Quién iba a pensar, cuando se instituyó el orden monástico, que se iba a llegar a semejante relajación? ¡Qué lejos nos encontramos de los monjes que vivieron en tiempos de Antonio! Cuando les llegaba el tiempo de visitarse unos a otros, impulsados por el amor, iban tan ávidos de compartir el pan del alma que, olvidándose de comer, se pasaban a veces el día en ayunas por enfrascarse de lleno en las cosas del espíritu.
Ellos sí que vivían la verdadera Regla, dándole prioridad a lo más noble. Ellos si que poseían la máxima discreción, entregándose a lo más importante. Ellos sí que amaban la verdad, saciándose con tanta ansia en sus almas, por cuyo amor había muerto Cristo. Pero nosotros, para decirlo con palabras del Apóstol: "Cuando nos reunimos, no lo hacemos para comer la cena del Señor". Ni uno siquiera pide el pan celestial, aunque tampoco encontraría quien se lo quisiera dar. Nadie conversa sobre las Escrituras, ni se alude para nada a la salvación del alma. Todo se reduce a chistes y frivolidades, risas y palabras que se lleva el viento. Y sentados a la mesa comemos como glotones, mientras los chistes acaparan toda nuestra atención y así nos olvidamos de la debida moderación a la hora de comer.
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