Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

martes, 27 de noviembre de 2012

TRATADO SOBRE EL PAPA EUGENIO: LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO IX

Capítulo 9


Pasando ya a la virtud de la justicia, una de las cuatro cardinales, sabemos que, antes de formarse en ella el espíritu, ya ha sido poseído previamente por la consideración. Porque es menester que primero se recoja en si mismo, para sacar de su interior esa norma de la justicia que consiste en no hacer a otro lo que no se desea  para sí y en no negar a los demás lo que uno quisiera que le  den. Sobre estos dos polos gira toda la virtud de la justicia. Pero ésta nunca va sola. 
LA MUTUA DEPENDENCIA DE LAS CUATRO VIRTUDES 
Examina ahora conmigo su hermosa conexión y coherencia con la templanza, y la que ambas tienen con las otras dos virtudes ya mencionadas: la prudencia y la fortaleza. Porque parte de la justicia es no hacer a los demás lo que no quisiéramos que nos hagan, y su perfección culmina en lo que nos dice el Señor: Todo lo que querríais que hicieran los demás por nosotros, hacedlo vosotros por ellos. Pero ni lo uno ni lo otro lo llevaremos a la práctica si la voluntad misma, en la que se fragua su forma, no va disponiéndose a rechazar lo superfluo y a prescindir de lo necesario con verdadero escrúpulo. Esta disposición es precisamente lo específico de la templanza. Incluso la misma justicia, si no quiere dejar de ser justa,  deberá ser regulada por la moderación de esa virtud. No exageres tu honradez, dice el sabio, a fin de indicarnos que nunca debemos dar por bueno el sentido de lo justo si no es moderado por el  freno de la templanza. Ni la misma sabiduría desdeña este control. Lo dice Pablo con el saber que Dios le dio: No sentir de sí más altamente de lo que conviene sentir, sino aspirando a un sobrio sentir. 
Y al revés. La templanza necesita igualmente de la justicia. Nos lo enseña el Señor en el Evangelio al condenar la templanza de los que sólo ayunaban para ostentar ante la gente su ayuno. Guardaban templanza en el comer, pero no eran justos en su corazón, porque no intentaban agradar a Dios, sino a los hombres. 
Finalmente, ¿cómo poseer esta virtud o la otra sin la fortaleza? Se necesita fortaleza, y no pequeña, para pretender reprimir y rechazarse a sí mismo rígidamente, sin quedarse corto ni pasarse, mientras la voluntad se mantiene en el término medio preciso, riguroso, único, invariable, en el centro mismo, netamente recortado. En esto consiste la fortaleza.

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