Capítulo 26
Me diréis que la religión no depende del alma, porque radica en el corazón. De acuerdo. Pero tú vas de ciudad en ciudad a comprar tela para las cogullas y recorres los mercados, te metes por las feria, miras en todos los puestos, revisas todas sus existencias, obligas a que te muestren todas las piezas, las tocas con los dedos, las miras a la luz del sol y vas rechazando una tras otra, o porque son demasiado gruesas o porque no te gusta el color; hasta que al fin encuentras la que te agrada por la calidad de su tejido y por el matiz de su tinte; y te quedas con ella sin que te asuste su precio, por exagerado que sea. Dime. ¿Haces esto con toda sencillez o porque ahí está todo tu corazón? Cuando, contra lo que dice la Regla, no te limitas a comprar lo más barato, y rebuscas afanosamente hasta dar con lo mejor, comprando lo más caro, ¿cómo lo haces: sin advertirlo o con deliberada intención? Porque sabemos muy bien que todos nuestros vicios salen al exterior de lo que se almacena en el corazón. Un corazón vanidoso deja en el porte exterior la marca de su vanidad. La afectación exterior es un indicio de la vanidad interior. Las ropas refinadas indican molicie de espíritu. No se preocuparía tanto de engalanar su cuerpo quien antes no hubiera descuidado cultivar su espíritu con las virtudes.
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