EXHORTACION RESPETUOSA
Escucha mi reprensión y mis consejos. Si toda tu vida y todo tu saber lo dedicas a las actividades y no reservas nada para la consideración, ¿podría felicitarte? Por eso no te felicito. Y creo que no podrá hacerlo nadie que haya escuchado lo que dice Salomón: El que regula sus placeres, se hará sabio. Porque incluso las mismas ocupaciones saldrán ganando si van acompañadas de un tiempo dedicado a la consideración. Si tienes ilusión de ser todo para todos, imitando al que se hizo todo para todos, alabo tu bondad; a condición de que sea plena. Pero ¿cómo puede ser plena esa bondad si te excluyes de ella a ti mismo? Tú también eres un ser humano. Luego para que sea total y plena tu bondad, su seno, que abarca a todos los hombres, debe acogerte también a ti. De lo contrario, ¿de qué te sirve -de acuerdo con la palabra del Señor ganarlos a todos si te pierdes a ti mismo? Entonces, va que todos te poseen, sé tú mismo uno de los que disponen de ti.
¿Por qué has de ser el único en no beneficiarte de tu propio oficio? ¿Hasta cuándo vas a ser un aliento fugaz que no torna? ¿Cuándo, por fin, vas a darte audiencia a ti mismo entre tantos a quienes acoges? Te debes a sabios y necios, ¿y te rechazas sólo a ti mismo?
El temerario y el sabio, el esclavo y el libre, el rico y el pobre, el hombre y la mujer, el anciano y el joven, el clérigo v el laico, el justo y el impío, todos disponen de ti por igual, todos beben en tu corazón como de una fuente pública, ¿y te quedas tú solo con sed? Si es maldito el que dilapida su herencia, ¿qué será del que se queda sin él mismo? Riega las calles con tu manantial, beban de él hombres, jumentos y animales, sin excluir siquiera a los camellos del criado de Abrahán; pero bebe tú también con ellos del caudal de tu pozo. No lo repartas con extraños. ¿o es que tú eres un extraño? ¿para quién no eres un extraño, si lo eres para ti mismo?
En definitiva, el que es cruel consigo mismo, ¿para quién es bueno? No te digo que siempre, ni te digo que a menudo, pero alguna vez, al menos, vuélvete hacia ti mismo. Aunque sea como a los demás, o siquiera después de los demás, sírvete a ti mismo. ¿Qué mayor condescencia? Lo digo por exigencia de la caridad más que de la justicia. Y creo que soy contigo más indulgente que el propio Apóstol. ¿Y más de lo conveniente?, me dirás. Pero no me preocupa; ¿qué más da, si así conviene? Porque confío en que tú no te conformarás con mi tímida exhortación, sino que la superarás. En realidad, lo mejor sería que tu generosidad superara mi audacia. A mí me parece más seguro equivocarme ante tu majestad que no quedarme corto por mi timidez. Quizá fuera preferible amonestarle al sabio, como lo he hecho, según lo que está escrito: Ofrécele la ocasión al sabio, y será más sabio todavía.
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