Capítulo 30
Un tema tan complejo como éste me da pie para entenderme mucho más. Pero me apremian mis propias ocupaciones, bastante absorbentes, y tu prisa para marcharte, querido Ogerio, pues no estás dispuesto a demorarte más ni quieres irte sin este nuevo opúsculo. Por eso voy a satisfacer tu doble deseo. Te dejo partir y resumo lo que aún me falta. Por otra parte, es mejor decir poco con paz que mucho con escándalo. Y ojalá que ese poco lo haya escrito sin escandalizar a nadie. Pues sé muy bien que fustigando vicios se ofende a sus autores. Aunque también podría suceder, con el querer de Dios, que algunos a quienes yo temo exasperar, quizá lo lean a gusto, si es que se corrigen de sus vicios.
Concretando. Todo dependerá de que los monjes más rigurosos dejen de murmurar y los más relajados corten con lo superfluo. Así, cada uno conservaría el don que posee, sin juzgar al que no lo tiene; si el que ya optó por lo mejor no envidia a los que son mejores y el que cree obrar mejor no desprecia la bondad del otro; si los que pueden vivir más rigurosamente no vilipendian a los que no pueden hacerlo y éstos admiran a los primeros, pero sin pretender imitarlos temerariamente. A los que ya profesaron una vida más rigurosa no les está permitido descender a otra menos exigente sin caer en la apostasía. Lo cual no quiere decir que haya que llegar a la conclusión de que todos deberían pasarse de observancias menores a otras mayores, no sea que caigan en la ruina.
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