Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

lunes, 17 de diciembre de 2012

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO: LIBRO SEGUNDO. SERMÓN XIV


Capítulo 14



PARA QUE CONSIDERE QUÉ ES Y QUÉ LE FALTA



Tal vez me acuses de que no fui suficientemente claro en mi exposición sobre la primera cuestión. En cuyo caso no sé cómo me las arreglaré para enfrentarme con la segunda y decirte cómo debes ser, cuando aún no te he explicado del todo quién eres. Avergonzado posiblemente de que viesen desnudo a un hombre encumbrado en lo más alto, me apresuré a revestirlo de sus blasones. Y es que sin ellos se descubre tanto más tu deformidad cuanto mayor es la gloria de tu dignidad. Es imposible ocultar las ruinas de una ciudad situada en lo alto de un monte o esconder el humo de una lámpara recién apagada, si está a la vista de todos. Mona colgada de un tejado es el rey fatuo sentado sobre su trono. Escucha ahora mi canción, destemplada por cierto, pero muy al caso. 
Es una monstruosidad ostentar la suprema dignidad con un espíritu miserable; sentarse en la sede más elevada viviendo la vida más baja. Hablar maravillosamente y no dar golpe: ser sublime en la predicación e incoherente con ella; ser grave en las formas y superficial en las obras; firme en la autoridad y vacilante en la constancia. Ya te puse delante el espejo: el deforme descubrirá en él su propio rostro. Tú puedes alegrarte, porque encontrarás el tuyo sin deformidad alguna. Pero mírate también, porque a lo mejor encuentras algo que pueda desagradarte, aunque tengas razones para estar satisfecho de ti mismo.
Deseo que tu único orgullo sea el testimonio de tu propia conciencia; pero mucho me gustaría que te humillases por ese mismo testimonio. Son muy pocos los que pueden decir: No me remuerde la conciencia de nada. Más cautamente vivirás en la rectitud si no se te oculta el mal. Por eso te decía que te conozcas a ti mismo. Así gozarás de una conciencia tranquila cuando te aprisione la angustia, que nunca falta y, sobre todo, conocerás tus deficiencias. ¿Quién no las tiene? Todo le falta al que piensa que nada le falta.
Aunque seas el sumo pontífice; no porque seas el sumo pontífice eres la perfección suma. Eres el ínfimo si te crees el sumo. Porque  ¿quién es el sumo? Aquél a quien nada se le puede añadir. Estás en el más craso error si te tienes por tal. Pero no. Tú no eres de esos que cuentan las dignidades por virtudes. Primero tuviste experiencia de la virtud  y luego de los honores. El otro modo de pensar es sólo propio de emperadores y personajes que no temieron ser adorados con honores  divinos,  como Nabucodonosor,  Alejandro, Antíoco  y Herodes. Tú debes considerar que no te llamen sumo por haber llegado a ese grado, sino comparativamente. Pero no creas que me refiero a la comparación de los méritos, sino de los servicios. Quiero que te consideren a ti como servidor de Cristo y, sin prevención alguna contra la santidad de nadie, el mejor entre todos sus servidores. De otra manera: mi deseo es que aspires a lo mejor, no que te creas el mejor. Ni que te llamen el sumo sin serlo efectivamente. De lo contrario, ¿es posible progresar en la santidad si ya hubieras llegado a la meta definitiva?
No seas, pues, negligente en examinar lo que te falta ni insincero para no reconocerlo. Di tú también como tu antecesor: No es que haya conseguido ya el premio o que ya esté en la meta. Yo no pienso haberlo obtenido todavía. Esta es la sabiduría de los santos, muy distinta de esa otra que hincha. Quien se propone alcanzarla sabe que se abraza con el sufrimiento; pero es un sufrimiento del que nunca pretende evadirse el sabio, porque es un dolor medicinal que arranca el aturdimiento mortal del corazón duro e impenitente. Por eso es sabio el que puede afirmar: Mi pena no se aparta de mis ojos. Ahora ya podemos volver al tema del que nos habíamos desviado con esta digresión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario