Capítulo 20
PARA CONSIDERAR SI PROGRESA EN LA VIRTUD
Camina con cautela cuando pongas en práctica esta consideración y realízala con todo equilibrio, para que no te atribuyas más de lo que tienes ni renuncies más de lo debido. Te adjudicarías más de lo que eres, arrogándote la bondad que no posees y atribuyéndote a ti mismo lo que posees. Distingue atinadamente qué es lo que eres por ti mismo y lo que eres por pura gracia de Dios; así no habrá engaño en tu espíritu. Lo habría, de no adjudicar sin fraude lo tuyo para ti y lo de Dios para Dios, distribuyéndolo noblemente. No dudo que tú ves con claridad cómo lo malo te corresponde a ti y lo bueno a Dios.
Cuando consideras lo que eres, debes recordar lo que fuiste. Debes cotejar tu presente con tu pasado. Mira si has progresado en virtud, sabiduría, conocimiento y en moderación de costumbres; o, si acaso, ojalá no, has retrocedido en todo esto. Si eres por lo común más paciente más impaciente; más iracundo o más apacible; más insolente o más humilde; más afable o más áspero; más asequible o más inexorable; más interesado o más generoso; más grave o más ligero; más temeroso de Dios o más confiado de lo conveniente.
¡Qué campo tan dilatado se te abre aquí para practicar esta consideración Te brindo unas simples sugerencias, como quien ofrece unos granos de simiente sin sembrarlos, para dárselos al sembrador. Debes saber hasta dónde llega tu celo, tu clemencia y tu discreción para moderar estas dos virtudes, esto es, cómo perdonas las injurias y cómo las castigas; con qué prudencia sabes ponderar las circunstancias de lugar, tiempo y las demás actitudes. Conviene que consideres especialmente los tres aspectos en la práctica de estas virtudes, no sea que dejen de serlo por no concurrir en su favor esas tres circunstancias.
Porque, efectivamente, no son virtudes en sí mismas, sino por el modo con que se pongan en práctica. Sabemos que de por sí son indiferentes; todo depende de ti. Si las falsificas o abusas de ellas, se convertirán en vicios; y si las encauzas hacia el bien, serán verdaderas virtudes. Ordinariamente, cuando se ofusca el sentido de la discreción, se suplantan entre sí y se excluyen la una a la otra. Dos son las causas de esta ofuscación: la ira y el afecto demasiado blando. Este enerva la objetividad de juicio y la cólera lo precipita.
Es imposible que por una de estas razones no se perjudiquen o el equilibrio de la clemencia o la rectitud del celo. Debido a la turbación de la ira, nunca se podrá ver nada con ojos indulgentes, y no seremos íntegros si nos alucinamos por la blandura afeminada del corazón. No serás honesto si castigas a quien posiblemente se debiera perdonar y si perdonas al que se debía castigar.
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