EVITAR EL OCIO Y LAS CHANZAS
Aunque el sabio nos asegura con razón que el ocio del escritor aumenta su sabiduría, hay que evitar la ociosidad en el ocio mismo. Huye, pues, de la ociosidad, madre de las chocarrerías y madrastra de las virtudes. Entre seglares, las palabras maliciosas no pasan de ser palabras maliciosas; en boca del sacerdote son blasfemias. No obstante, cuando surjan, tal vez sea prudente tolerarlas, pero nunca repetirlas. Lo mejor es cortarlas con gracia y disimulo, encauzando la tertulia hacia temas amenos que puedan interesar y así eclipsar a los anteriores. Consagraste tu boca al Evangelio; no es licito abrirla maliciosamente. Acostumbrarse a ello es sacrilegio. Los labios del sacerdote han de guardar el saber y en su boca se busca la doctrina, no la picaresca y el chisme.
Es insuficiente desterrar de los labios las palabras maliciosas, que suelen justificarse como chistes graciosos; también hay que cerrarles el oído. Es vergonzoso que provoquen tus carcajadas. Pero más vergonzoso aún que las provoques en los otros. Finalmente, no acertaría a decirte qué es peor: si caer en la detracción o escuchar al detractor.
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