Capítulo 19
Por tanto, cuando consideres lo grande que eres, piensa también, sobre todo, lo que eres. Y esta consideración te mantendrá dentro de tus propias limitaciones; no te permitirá elevarte por encima de lo que realmente eres ni pensar en grandezas que superan tu capacidad:
PARA MANTENERSE EN EL JUSTO MEDIO
Debes situarte exactamente en ti mismo. Sin abatirte más abajo ni enaltecerte más arriba; ni perderte lejos de ti ni abarcar lo que no te corresponde. Mantén el justo medio si no quieres perder el equilibrio. En el centro está la seguridad. En él encontrarás la mesura, y en la mesura la virtud. Vivir fuera de la moderación es un destierro para el sabio. Por eso no le gusta habitar lejos de sí, más allá, porque perdería la medida; ni más acá, porque se saldría de sus límites; ni más arriba, porque le superaría; ni más abajo, porque le degradaría. Además, alejándose, uno puede exterminarse; estirándose, podría rasgarse; encumbrándonos, podemos hundirnos, y descendiendo, ser tragados por el abismo.
Voy a ser más concreto, no sea que veas aquí una referencia a la anchura y largura, altura y profundidad, a las que exhorta el Apóstol a todos los cristianos. De esto hablaremos en otro momento y a otro propósito. Ahora entiendo por anchura confiar en una vida muy larga; por largura, distraerse en afanes superfluos; por altura, presumir de lo que se carece; por profundidad, abatirse más de lo necesario. El que se echa cuentas de que vivirá muchos años, se mete por caminos de perdición, traspasa la frontera de su vida con sus proyectos ambiciosos. Por eso, los hombres que viven alejados de sí mismos por olvidar su propio presente, viajan con ilusiones quiméricas a otros tiempos que nada les podrán aportar, porque no van a llegar.
De modo semejante, el alma dispersa en mil afanes se verá desgarrada por la ansiedad. Pues lo que se estira demasiado acaba rompiéndose. El que presume con soberbia cae ruinosamente. Ya lo has leído: Delante de la ruina va la soberbia. Y abatirse por excesivo encogimiento no es sino dejarse engullir por la desesperación. No caerá en ella el hombre fuerte. El prudente no confiará en las esperanzas inseguras de una vida larga. El moderado controlará sus afanes, se abstendrá de lo superfluo y atenderá solícito a lo necesario. El justo no se jacta de lo que le supera y dice como él: Si fuese inocente no levantaría cabeza.
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