Capítulo 32
En el primero el alma fiel come su pan, pero con el sudor de su rostro. Permanece todavía en la carne y vive de la fe, que debe ser fecunda por la caridad, ya que la fe sin obras está muerta. Las mismas obras le sirven de alimento, como dice el Señor: Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre. Después, despojado de la carne, no come el pan del dolor, sino que se le permite beber en abundancia el vino del amor, como suele hacerse después de las comidas. Pero no lo bebe puro, sino como dice la esposa del Cantar: He bebido de mi vino y de mi leche. El vino del amor está aún mezclado con el deleite de Dios. Es imposible que el alma se recoja toda en Dios y del afecto natural, que le impulsa a tomar nuevamente su cuerpo glorificado. El vino de la santa caridad la llena de calor, pero todavía no la embriaga, porque la fuerza del vino se rebaja con la mixtura de leche. La embriaguez, además, suele perturbar el juicio y quitar la memoria. Y la que todavía piensa en la resurrección del cuerpo no está enteramente olvidada de sí. Cuando éste aparezca resucitado -lo único que le falta qué le impedirá salir de sí misma, lanzarse toda hacia a Dios y hacerse completamente desemejante de sí, porque se le concede asemejarse a Dios? Se le permite beber en la copa de la sabiduría, de la que se ha dicho: ¡Qué maravilloso es el cáliz que embriaga ! ¿Cómo no va a saciarse de la abundancia de la casa de Dios, si está libre de todo cuidado y bebe con Cristo el vino puro y nuevo en la casa del Padre?
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