Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

jueves, 9 de agosto de 2012

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXXVI


Capítulo 36

  Por lo demás, los esclavos y asalariados tienen también su ley; que no es la del Señor, sino la que ellos mismos se han impuesto. Los primeros no aman a Dios, los otros aman otras cosas más que a él. Tienen  repito, no la ley del Señor, sino la suya propia; aunque, de hecho, está supeditada a la divina. Han podido hacer su propia ley, pero no han podido substraerse al orden inmutable de la ley eterna. Yo diría que cada uno se fabrica su ley cuando prefiere su propia voluntad a la ley eterna y común, queriendo imitar perversamente a su Creador. Porque así como él es la ley de sí mismo y no depende de nadie, también éstos quieren regirse a sí mismos y no tener otra ley que su propia voluntad. ;Qué, yugo tan pesado e insoportable el de todos los hijos de Adán, que aplasta y encorva nuestra cerviz y pone nuestra vida al borde del sepulcro! 
   ¡Desdichado de mí!¡Quien me librará de este cuerpo de muerte, que me abruma y casi me aplasta? Si el Señor no me hubiera ayudado, ya habitaría mi alma en el sepulcro. Este peso oprimía al que sollozaba y decía: ¿Por qué me haces blanco tuyo, cuando ni a mí mismo puedo soportarme? Al decir: ni a mí mismo puedo soportarme, indica que se ha convertido en ley de sí mismo y en autor de su propia ley. Y al decir a Dios: me haces blanco tuyo, muestra que no puede substraerse a la ley de Dios. Porque es propio de a ley santa y eterna de Dios que quien no quiere guiarse por el amor, se obedezca a sí mismo con dolor. Y quien deseca el yugo suave y la carga ligera de la caridad, se ve forzado a aguantar el peso intolerable de la propia voluntad. De este modo tan admirable y justo, la ley eterna convierte en enemigos suyos a quienes le rechazan, y además los mantiene bajo su dominio. 
  No trascienden con su vida la ley de la justicia, ni permanecen con Dios en su luz, en su reposo  en su gloria. Están sometidos a su poder y excluidos de su felicidad. Señor, Dios mío, ¿por qué no perdonas mi pecado y borras mi culpa? Haz que arroje de mí el peso abrumador de la voluntad propia y respire con la carga ligera de la caridad. Que no me obligue el temor servil ni me consuma la codicia del mercenario, sino que sea tu espíritu quien me mueva. El espíritu de libertad que mueve a tus hijos, dé testimonio a mi espíritu que soy uno de ellos, que tengo la misma ley que tú y que soy en este mundo un imitador tuyo. Los que cumplen el consejo del Apóstol: No tengáis otra deuda con nadie que la del amor mutuo, imitan a Dios en este mundo y no son esclavos ni mercenarios, sino hijos.

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