Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

viernes, 7 de junio de 2013

SOBRE LOS OBISPOS. CAPÍTULO XXIII


Todo me estremezco, Señor Jesús, considerando con la corta atención que puedo, vuestra majestad, especialmente cuando traigo a la memoria en cuantas cosas la he menospreciado yo en algún tiempo. También ahora, después que huí del semblante de la majestad a los pies de la piedad, ¿qué es lo que hago? Recelo no sea que yo mismo, que en algún tiempo agravié a la majestad, sea ahora también ingrato a la piedad. Porque qué importa que hayan cesado las manos si no cesa el pecho. ¿Qué importa que calle ya la boca si el corazón no para? Si cada uno de los ilícitos movimientos de mi ánimo es un agravio contra ti, Dios mío, por ejemplo los movimientos iracundos contra la mansedumbre, los de envidia contra la caridad, los de lujuria contra la sobriedad, los de torpeza contra la castidad, y otros innumerables semejantes a éstos, que brotan aún de mi pecho cenagoso incesantemente. Inundando y resaltando la serenidad de vuestro reluciente rostro, ¿qué cosa grande habré hecho yo en reprimir sólo mis miembros y en corregir sólo las acciones? Oh Señor, si estas y semejantes iniquidades que aún estando sin hacer nada en lo exterior, no ceso de cometerlas dentro de mi, las observarás tu, pero acaso ¿ya no hago yo estas cosas sino que las padezco? Se hacen en mi, pero no por mi si yo no consiento. Si no llegan a dominarme seré inmaculado, y lo seré delante de Él. Le llamo mi iniquidad no porque yo la haga, sino porque yo la padezco. Llevo en mi un cuerpo de muerte y carne de pecado. A mi me basta, por ahora, que no reine el pecado en mi cuerpo mortal. Así el cuerpo no se tiene por criminal ni tampoco el pecado que habita en él. Pero esto es si yo no me deleito en él, si yo no ofrezco mis miembros como armas a la iniquidad. Es posible sentirse santo mientras no se consienta y se vida el peligro, pero nos defendamos con la virtud. No puede carecer de la maldad hasta que se aparte del mismo cuerpo. Se consuela y dice: ya no soy yo sino el pecado que habita en mi.

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