Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

viernes, 28 de junio de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN. CAPÍTULO I


SOBRE LA CONVERSIÓN

DIRIGIDO A LOS CLÉRIGOS

CAPÍTULO I

Que ninguno se puede convertir a Dios, sino que sea prevenido por la voluntad divina, y le llame interiormente la voz de Dios



Os habéis juntado aquí para oír la palabra de Dios. No veo que podáis tener otro motivo, para concurrir aquí con tanta ansia. Aprobamos sin duda vuestro deseo, y tomamos parte en el gozo de tan loable aficción. Porque bienaventurados son los que oyen la palabra de Dios, siempre que la guarden. Bienaventurados son los que se acuerdan de sus mandamientos, pero ha de ser para cumplirlos. En verdad él tiene palabras de vida eterna y vendrá la hora (ojalá que también sea esta) en que los muertos oirán su voz. Los que oyen vivirán porque está en su volunad la vida. Y, si lo queréis saber, su voluntad es nuestra conversión. En fin, escuchadlo: ¿por ventura es de mi voluntad la muerte del impío dice el Señor, y no más bien que se convierta y viva? De cuyas palabras evidentemente conocemos que la verdadera vida para nosotros no se haya sino en la conversión, ni de ningún otro modo se franquea la entrada de ella. Diciendo también el Señor: si no os convirtiéreis e hiciéreis como este párvulo, no entraréis en el Reino de los cielos. Sólo los párvulos entran porque un niño párvulo los va guiando, el cual para este fin nació y nos fue dado a nosotros. Voy a buscar, pues, aquella voz que oirán los muertos y vivirán, si la oyeren, pues quizá es necesario evangelizar también a los muertos. Y por ahora se me presenta a la memoria una palabra breve, pero llena, que habló la boca del Señor como el Profeta testifica: Vos habéis dicho, dice él, hablando sin duda al Señor Dios suyo, Convertid a los hijos de los hombres. Ni sin razón, ciertamente, parece se debe exigir de los hijos de los hombres la conversión, tan necesaria a los pecadores. Porque los espíritus soberanos se inclinaron antes a la alabanza que es decente a los rectos de corazón cantando el mismo Profeta: Alaba Sión a tu Dios.
 A mi juicio la expresión Habéis dicho no se debe pasar sin hacer alto en ella, ni se debe oír sin mucha reflexión. Porque ¿quién se atreverá a comparar a los dichos humanos con aquello que se dice que dijo Dios? Viva, y eficaz por cierto, es la palabra de Dios. Su voz está llena de magnificencia y poder. En fin, él dijo y fueron hechas las cosas. Dijo hágase la luz y fue hecha la luz. Dijo convetid a los hijos de los hombres y fueron convertidos. Así, ciertamente, la conversión de las almas es obra de la voz divina, no de la humana. Simón, hijo de Juan, siendo pescador, llamado por el Señor para este empleo, echaba la red en vano hasta que con la palabra del Señor llegó a ella una copiosa multitud. Ojalá que también nosotros echemos hoy en esta palabra la red de la palabra y experimentemos lo que está escrito: Mira, que dará a su voz la voz de la virtud. Si dijéramos mentiras éstas se deberán atribuir a nosotros. También se podrá juzgar que es nuestra propia voz y no la del Señor si buscáramos nuestros intereses. No la de Jesucristo. No obstante, aunque hablemos de justicia de Dios y busquemos su gloria, es necesario esperarle a el solo y que junte su voz a la de la virtud. Debemos oír más bien a Dios, que habla dentro, que al hombre que habla fuera. Esa voz interna hace estremecer los desiertos y examina los designios ocultos. Despierta vivamente la somnolencia desidiosa de las almas.

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