SOBRE LA CONVERSIÓN
DIRIGIDO A LOS CLÉRIGOS
CAPÍTULO I
Que ninguno se puede convertir a
Dios, sino que sea prevenido por la voluntad divina, y le llame
interiormente la voz de Dios
Os habéis juntado
aquí para oír la palabra de Dios. No veo que podáis tener otro
motivo, para concurrir aquí con tanta ansia. Aprobamos sin duda
vuestro deseo, y tomamos parte en el gozo de tan loable aficción.
Porque bienaventurados son los que oyen la palabra de Dios, siempre
que la guarden. Bienaventurados son los que se acuerdan de sus
mandamientos, pero ha de ser para cumplirlos. En verdad él tiene
palabras de vida eterna y vendrá la hora (ojalá que también sea
esta) en que los muertos oirán su voz. Los que oyen vivirán porque
está en su volunad la vida. Y, si lo queréis saber, su voluntad es
nuestra conversión. En fin, escuchadlo: ¿por ventura es de mi
voluntad la muerte del impío dice el Señor, y no más bien que se
convierta y viva? De cuyas palabras evidentemente conocemos que la
verdadera vida para nosotros no se haya sino en la conversión, ni de
ningún otro modo se franquea la entrada de ella. Diciendo también
el Señor: si no os convirtiéreis e hiciéreis como este párvulo,
no entraréis en el Reino de los cielos. Sólo los párvulos
entran porque un niño párvulo los va guiando, el cual para este fin
nació y nos fue dado a nosotros. Voy a buscar, pues, aquella voz que
oirán los muertos y vivirán, si la oyeren, pues quizá es necesario
evangelizar también a los muertos. Y por ahora se me presenta a la
memoria una palabra breve, pero llena, que habló la boca del Señor
como el Profeta testifica: Vos habéis dicho, dice él, hablando
sin duda al Señor Dios suyo, Convertid a los hijos de los hombres.
Ni sin razón, ciertamente, parece se debe exigir de los hijos de los
hombres la conversión, tan necesaria a los pecadores. Porque los
espíritus soberanos se inclinaron antes a la alabanza que es decente
a los rectos de corazón cantando el mismo Profeta: Alaba Sión a
tu Dios.
A mi juicio la expresión Habéis dicho no se debe pasar sin hacer alto en ella, ni se debe oír sin mucha reflexión. Porque ¿quién se atreverá a comparar a los dichos humanos con aquello que se dice que dijo Dios? Viva, y eficaz por cierto, es la palabra de Dios. Su voz está llena de magnificencia y poder. En fin, él dijo y fueron hechas las cosas. Dijo hágase la luz y fue hecha la luz. Dijo convetid a los hijos de los hombres y fueron convertidos. Así, ciertamente, la conversión de las almas es obra de la voz divina, no de la humana. Simón, hijo de Juan, siendo pescador, llamado por el Señor para este empleo, echaba la red en vano hasta que con la palabra del Señor llegó a ella una copiosa multitud. Ojalá que también nosotros echemos hoy en esta palabra la red de la palabra y experimentemos lo que está escrito: Mira, que dará a su voz la voz de la virtud. Si dijéramos mentiras éstas se deberán atribuir a nosotros. También se podrá juzgar que es nuestra propia voz y no la del Señor si buscáramos nuestros intereses. No la de Jesucristo. No obstante, aunque hablemos de justicia de Dios y busquemos su gloria, es necesario esperarle a el solo y que junte su voz a la de la virtud. Debemos oír más bien a Dios, que habla dentro, que al hombre que habla fuera. Esa voz interna hace estremecer los desiertos y examina los designios ocultos. Despierta vivamente la somnolencia desidiosa de las almas.
A mi juicio la expresión Habéis dicho no se debe pasar sin hacer alto en ella, ni se debe oír sin mucha reflexión. Porque ¿quién se atreverá a comparar a los dichos humanos con aquello que se dice que dijo Dios? Viva, y eficaz por cierto, es la palabra de Dios. Su voz está llena de magnificencia y poder. En fin, él dijo y fueron hechas las cosas. Dijo hágase la luz y fue hecha la luz. Dijo convetid a los hijos de los hombres y fueron convertidos. Así, ciertamente, la conversión de las almas es obra de la voz divina, no de la humana. Simón, hijo de Juan, siendo pescador, llamado por el Señor para este empleo, echaba la red en vano hasta que con la palabra del Señor llegó a ella una copiosa multitud. Ojalá que también nosotros echemos hoy en esta palabra la red de la palabra y experimentemos lo que está escrito: Mira, que dará a su voz la voz de la virtud. Si dijéramos mentiras éstas se deberán atribuir a nosotros. También se podrá juzgar que es nuestra propia voz y no la del Señor si buscáramos nuestros intereses. No la de Jesucristo. No obstante, aunque hablemos de justicia de Dios y busquemos su gloria, es necesario esperarle a el solo y que junte su voz a la de la virtud. Debemos oír más bien a Dios, que habla dentro, que al hombre que habla fuera. Esa voz interna hace estremecer los desiertos y examina los designios ocultos. Despierta vivamente la somnolencia desidiosa de las almas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario