Capítulo 9
Bellas son estas nuevas flores y fruto, y ante la hermosura de los campos, que exhalan tan finas fragancias, el Padre se deleita en el Hijo que todo lo renueva, y dice: Aroma de un campo lleno de flores, que bendito el Señor, es el aroma de mi hijo. Y repleto de verdad pues todos nosotros recibimos de su plenitud. Pero la esposa escoge libremente las flores que prefiere y toma las manzanas. Purifica con ellas la intimidad de su propia conciencia y convierte su corazón en un cómodo lecho perfumado para acostar al esposo.
Si deseamos acoger con frecuencia a Cristo como huésped, debemos tener siempre en nuestros corazones la garantía de nuestra fidelidad a la misericordia de su muerte y a la fuerza de su resurrección. Así lo decía David: Dios ha dicho una cosa, y dos cosas he escuchado: que tú, Dios, tienes el poder; tú, Señor la lealtad. De ambas poseemos un testimonio irrefutable: Cristo, que murió por nuestros pecados, resucitó para justificación nuestra, ascendió para ser nuestro intercesor, envió al Espíritu Santo como consolador nuestro y volverá para ser nuestra plenitud. Dio a conocer su misericordia en la muerte y manifestó su poder en la resurrección; y ambas a la vez en el resto de sus obras.
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