Capítulo 15
¿Cómo podré corresponder yo con el Señor por todos estos beneficios? La razón y la justicia natural obligan a entregarse sin reservas a aquel de quien todo lo hemos recibido, amándole con todo nuestro ser. Pero la fe me intima a amarle mucho más porque me hace ver claramente que debo amarle más que a mi mismo. No sólo me ha dado todo lo que soy, sino que se me ha entregado a sí mismo. No había llegado aún el tiempo de la fe, ni se había manifestado Dios en la carne, ni había muerto en la cruz, ni había resucitado del sepulcro, ni había vuelto al Padre no nos había entregado todavía su gran amor, ese gran amor del que tanto hemos hablado ya habíamos recibido el mandamiento de amar al Señor nuestro Dios, para amarle con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Es decir, con todo lo que somos, sabemos y podemos.
No es injusto Dios al pedirnos esto, ya que en último término nos reclama lo que ha hecho en nosotros y lo que nos ha dado. Si pudiera hacerlo, ¿no amaría el artista la obra de sus manos, y con todas sus fuerzas, puesto que todo se lo debe a él? Pero, en nuestro caso, Dios, además, nos sacó de la nada v nos regaló gratuitamente nuestra dignidad humana. Esto aumenta nuestra deuda de amor y prueba cuan justamente nos lo pide. ¿No elevó al infinito sus favores y derrochó su misericordia cuando salvó a hombres y animales? Si me debo a él por entero al haberme creado, ¿qué no haré por haberme creado de nuevo y de un modo tan admirable? La reparación no fue tan fácil como la creación: Lo mandó y fueron creado el hombre y todo cuando existe.
Pero el que hizo en mí tantas maravillas con una sola palabra, para restaurarme tuvo que hablar mucho, hacer muchos milagros y padecer en duros trabajos, no sólo duros, sino hasta indignos. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? En su primera obra me dio mi propio ser, en la segunda el suyo. Y al dárseme a mí; me devolvió lo que yo era. Si me había dado el ser y me lo ha devuelto, me debo a él por mí, y por doble motivo. ¿Qué puedo ofrecerle a Dios por Dios mismo? Aunque me ofrezca mil veces, ¿qué soy yo comparado con él?
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