Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

sábado, 14 de julio de 2012

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XI



Capítulo 11


   Ahora nos interesa saber quiénes pueden consolarse con el recuerdo de Dios. Por supuesto no los rebeldes y contumaces, a quienes van dirigidas estas palabras: ¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo!, sino esos otros que pueden decir de verdad: Rehusó consolarse mi alma, añadiendo también: Pero me acordé de Dios y me deleité. Justo es  que, por no gozar de su presencia, se recreen con el recuerdo de sus bienes futuros ; y que cuantos rechazan el consuelo de lo transitorio se sientan compensados con el recuerdo de la eternidad. Estos son los que buscan al Señor; no los que buscan sus intereses, sino el rostro del Dios de Jacob. Los que buscan a Dios y anhelan su presencia, gozan de su continuo y dulce recuerdo, no para saciarse, sino para suspirar por la saciedad plena. Precisamente el que es nuestro verdadero alimento lo dice de sí mismo : El que me come, siempre quedará con hambre de mí. Y uno que se alimentó de él, exclama: Me saciaré cuando aparezca tu gloria.


   Dichosos ya desde ahora los que tienen hambre y sed de justicia, porque llegará un día en que ellas, y no otros, se verán saciados. ;Ay de ti; generación malvada y perversa! ;Ay de ti, pueblo necio e insensato, que sientes náuseas con su recuerdo te horrorizas con su presencia! Es justo, porque no quieres liberarte ahora de la trampa del cazador; los que apetecen hacerse ricos en este mundo, caen en los lazos de diablo; tampoco podrás evadirte un día de aquella espantosa palabra. Duras y terribles palabras : Id, malditos, al fuego eterno. Son mucho más tremendas que aquellas otras que escuchamos al celebrar todos los días el memorial de su pasión en la liturgia: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna. Es decir, el que recuerda mi muerte y, siguiendo mi ejemplo, mortifica los miembros de su cuerpo, tiene la vida eterna. En otras palabras: sí sufrís conmigo, reinaréis conmigo. A pesar de ello, son muchos los que hoy no aceptan estas palabras, y se marchan diciendo, no con la lengua, pero sí con los hechos: Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?


   La gente de corazón rebelde y de espíritu infiel a Dios, por confiar más en las falaces riquezas, sufre al oír la palabra de la cruz y le resulta insoportable el recuerdo de la pasión. Entonces, ¿cómo podrá soportar en su presencia el peso de esta otra palabra: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles? Aquel sobre quien caiga esta losa quedará aplastado.

 En cambio, la descendencia de los justos será bendita, porque con el Apóstol, presentes o ausentes, se esfuerzan para agradar a Dios. Y al final escucharán: Venid, benditos de mi Padre, etc. Será entonces cuando comprendan los rebeldes de corazón, pero ya demasiado tarde, que el yugo de Cristo es muy suave y su carga llevadera, comparada con sus tormentos; por pura soberbia se rebelaron, porque les pareció pesado y duro. Desgraciados vosotros, esclavos del dinero, que no podéis gloriaros en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, y al mismo tiempo poner en las riquezas todas vuestras ilusiones. No podéis alocaros tras el oro y saborear las dulzuras del Señor. Si ahora no sentís paz al recordarle, lo encontraréis terrible cuando lleguéis a su presencia.

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