Capítulo 53
Aprende también de la Madre del Señor a tener una gran fe en los milagros y a conservar una cierta timidez respecto a esta enorme fe. Aprende a revestir la fe de modestia y a sofocar la presunción. No tienen vino, dice. ¡Qué lacónica y reverente sugerencia! Es expresión de su tierna solicitud. Una buena lección que aprender en situaciones parecidas, donde siempre es mejor llorar con piedad que pedir con presunción. María moderó el ardor de la piedad con la sombra de la modestia; atemperó humildemente la plena confianza que su oración le inspiraba. No se acercó con petulancia, no habló públicamente para decir arrogancias delante de todos: Se ha acabado el vino, los convidados están disgustados, el esposo confundido; anda, Hijo, actúa. Aunque su ardiente corazón y su fervoroso afecto le sugiriesen tales expresiones y otras muchas, sin embargo, la piadosa madre se acerca en privado al Hijo poderoso y no incita su poder; simplemente tantea su voluntad: No tienen vino, dice. ¿Es posible mayor modestia, una fe más profunda? A su piedad no le faltó la fe; tampoco gravedad a las palabras ni eficacia al deseo. Si ella, siendo madre, olvidándose de lo que era, no se atreve a pedir el milagro del vino, yo, esclavo despreciable, que tengo como timbre de gloria el ser siervo del Hijo y de la Madre, ¿voy a tener la osadía de pedir la vida para uno que lleva cuatro días muerto?
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