Capítulo 20
Pero es imposible por la brevedad de
la vida, por nuestras pocas fuerzas y porque son muchos los que lo apetecen.
¡Qué camino tan escabroso y qué esfuerzo tan agotador espera a los que quieren
satisfacer sus apetitos! Nunca alcanzan la meta de sus deseos. ¡Si al menos se
contentaran con desearlos en su espíritu, y no querer experimentarlos! Les sería
más fácil y provechoso. El espíritu del hombre es mucho más rápido y perspicaz
que los sentidos corporales; su misión es adelantarse a éstos en todo, para que
los sentidos sólo se detengan en lo que el espíritu les dice que es útil. Por
eso creo que se ha dicho: Probadlo todo y quedaos con lo bueno, es decir, el
espíritu cuide de los sentidos y éstos no cedan a sus deseos sin la aprobación
del espíritu.
En caso contrario no subirás al
monte del Señor, ni habitarás en su santuario, porque prescindes de tu alma, un
alma racional. Sigues tras los instintos como los animales, y la razón permanece
inactiva, sin oponer resistencia. Aquellos, pues, cuyos pasos no están
iluminados por la luz de la razón, corren, es cierto, pero sin rumbo y a la
deriva; desprecian el consejo del Apóstol y no corren de modo que puedan
alcanzar el premio. ¿Cómo lo van a conseguir si antes quieren poseer todo lo
demás? Sendero tortuoso y lleno de rodeos, querer gozar primero de todo lo que
se les ofrece.
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