Capítulo 3
Cada uno de estos tres valores contiene una doble realidad. La dignidad se manifiesta en sí misma y en la capacidad de dominar y atemorizar a todos los animales de la tierra. La inteligencia humana estriba asimismo en aceptar esta dignidad y cualquier otra como algo que radica en nosotros, pero que no nace de nosotros. La virtud, por su parte, se abre en dos direcciones: la búsqueda del Creador y la adhesión apasionada a El una vez hallado. En consecuencia, la dignidad sin la inteligencia no sirve para nada; la inteligencia sin la virtud es más bien un obstáculo. Ambas cosas quedan al descubierto cuando ponemos la razón a nuestro servicio. ¿Qué gloria puede aportarte poseer algo sin saber que lo posees? Saber que posees una cosa, ignorando que no la tienes por ti mismo, implica por supuesto su gloria, pero no del de de Dios. Dirigiéndose a los que se glorían en si mismos, dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si de hecho lo has recibido, ha qué tanto orgullo como si nadie te lo hubiera dado? No pregunta solamente: ¿De qué te glorías? sino que añade: Como si nadie te lo hubiera dado. Con lo cual aclara que es reprensible, no el que se gloría de lo que tiene, sino el que no reconoce que lo ha recibido de otro. Con razón se le llama a eso vanagloria, porque no se basa en el sólido cimiento de la verdad. La auténtica gloria es de otro signo: El que esté orgulloso, que esté orgulloso en el Señor, es decir, en la verdad. Y la verdad es el Señor.
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