Capítulo 4
¿Quién ha podido sorprenderme jamás en una sola polémica o en una murmuración privada contra vuestra Orden? Ha sido para mí una gran alegría cuantas veces he tenido ocasión de encontrarme con cualquiera de vuestra Orden. Le he acogido con todo honor, le he tratado con gran deferencia y le he exhortado con toda sencillez. Siempre lo he dicho y la sostengo: lleváis una forma de vida santa, honesta, dechado de castidad, singular por su discreción, fundada por los Padres, inspirada en el Espíritu Santo, especialmente idónea para la salvación de las almas. ¿Y voy a condenar yo lo que así elogio? Recuerdo con agrado la acogida que se me dispensó como huésped en algunos monasterios vuestros. Que Dios recompense a sus siervos la bondad con que me abrumaron, enfermo como estoy, dispensándome más agasajos de los necesarios y una veneración sin duda mayor que la merecida por mí. Me encomendé a sus oraciones. Asistí a sus reuniones. Conversé con muchos, más de una vez, sobre las Escrituras y otros temas espirituales, comunitariamente en la sala capitular y privadamente en los locutorios.
Pero nunca, ni en público ni en privado, he provocado a nadie para que abandonara su Orden y se pasara a la nuestra. Incluso puse gran afán, como bien lo sabéis, para que volviera a ella el hermano Nicolás, del monasterio de San Nicolás, y otros de los vuestros. Es más, disuadí con mis consejos y así impedí a dos abades de vuestra Orden que no depusieran sus cargos; voy a silenciar sus nombres, porque tú mismo los conoces y sabes la íntima amistad que me une con ellos. ¿Cómo pueden pensar y afirmar que condeno vuestra Orden, cuando a mis amigos les convenzo para que entren en ella, cuando le devuelvo los monjes que vienen a la nuestra y les pido con tanta insistencia que oren por mí, cosa que cumplen tan devotamente?
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