APOLOGÍA DIRIGIDA AL ABAD GUILLERMO
Al venerable padre Guillermo, el hermano Bernardo, inútil siervo de los hermanos que viven en Claraval, le saluda en el Señor.
Capítulo 1
Hasta ahora, siempre que me has pedido redactar algo, me he negado o lo he aceptado a la fuerza. Y no por menosprecio, sino por cierta timidez para meterme en ámbitos desconocidos para mí. Pero esta vez hay una razón que me impele a hacerlo y disipa todos mis temores. Y, bien que mal, me siento obligado a desahogar mi propio dolor alentado por la misma necesidad de tener que hacerlo. Porque me resulta insoportable estar oyendo las quejas que tenéis contra nosotros y callarme.
Se nos acusa de que somos los hombres más miserables, vestidos de andrajos y ceñidos con un vulgar cordón y, sin embargo, nos permitimos juzgar al mundo desde nuestras cavernas, como alguien se deja decir. Pero entre todas las acusaciones hay una que no podemos tolerar que estamos desacreditando incluso a vuestra gloriosísima Orden; que llegamos hasta el descaro de difamar a sus santos monjes, que en ella llevan una vida encomiable; que insultamos desde las sombras de nuestra indignidad a los que son faros del mundo.
¿Será posible? ¡Que nosotros andemos propalando no ya la explosión de la invectiva, sino el susurro de la detracción! Como si, más que lobos voraces camuflados con pieles de ovejas, fuéramos pulgas molestas o, peor todavía, carcomas demoledoras que no tenemos el coraje de dar la cara y solapadamente corroemos la vida de unos monjes ejemplares.
Si todo esto fuera verdad, ¿de qué nos valdría que nos mortifiquemos en vano todo el día y se nos tenga por ovejas para el matadero? Pienso que, si con esta jactancia de fariseos despreciáramos a los demás y, lo que todavía es mayor soberbia, a quienes son mejores que nosotros, ¿de qué nos serviría una sobriedad tan austera en nuestras comidas, una pobreza tan notable en el hábito que vestimos, tantos sudores en el diario trabajo manual, tanto rigor de ayunos y vigilias constantes, una vida monástica tan especial y tan dura, si al fin todo lo hacemos para ser admirados por los hombres? Cristo mismo nos juzga: En verdad os digo, ya recibieron su recompensa. Y si tenemos puesta la confianza en Cristo sólo para este mundo, ¿no somos entre todos los hombres los más dignos de lástima? Porque sólo esperamos en Cristo para esta vida si es que únicamente buscamos como recompensa por el servicio de Cristo la gloria temporal.
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