Capítulo 13
Quizá me estéis preguntando ya: ¿Tratas ahora de ponderar tanto el esfuerzo del espíritu, que vas a condenar el trabajo manual impuesto por la Regla? En absoluto. Esto hay que hacerlo, pero sin descuidar lo otro. Y si es necesario dejar uno de los dos, habremos de quedarnos con lo espiritual y abandonar lo corporal. Por la superioridad del espíritu sobre el cuerpo, es más provechoso el ejercicio espiritual que el corporal. Y si tú, ensoberbecido por la observancia del trabajo, desprecias a los que no la cumplen, ya te estás delatando como inobservante, pues das importancia a lo secundario y eludes lo principal. Escucha al Apóstol: Ambicionad los dones más valiosos.
Al condenar a los hermanos por ensalzarte, en eso mismo estás perdiendo la humildad; por despreciarlos, te quedas sin amor. Y éstos sí que son los dones más valiosos. Tú castigas tu cuerpo con duros trabajos y mortificas sus miembros con los rigores de la Regla. Está muy bien. Pero ¿por qué juzgas al que no trabaja como tú? Si aunque se fatigue mucho menos por el esfuerzo corporal, útil, mas para poco tiempo, trabaja mucho más que tú en los ejercicios del espíritu. Y este trabajo es útil para todo. ¿Quién crees que cumple mejor la Regla? Pues el mejor monje. ¿Y quién es mejor: el más humilde o el más cansado? Será el que aprendió a ser sencillo y humilde como el Señor. El que, con María, escogió la mejor parte, que no se le quitará.
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