Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

sábado, 20 de octubre de 2012

APOLOGÍA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO XII


Capítulo 12


   
       No obstante, se preguntan cómo pueden observar la Regla haciendo cosas que las prohíbe. Abrigarse con pellizas, tomar sin necesidad carne o grasa de carne, comer tres o cuatro veces al día, no dedicarse al trabajo manual, como está prescrito. Y otras muchas cosas que a su arbitrio cambian, añaden o mitigan. Todo eso está a la vista y no podemos negar que lo hagan. Pero escuchad la regla de Dios con la que no pueden discrepar las normas de San Benito. El reino de Dios está dentro de vosotros, es decir, no está en lo exterior, como son los alimentos corporales o los vestidos, sino en las virtudes del hombre interior. Por eso dice el Apóstol: No reina Dios por lo que uno come o bebe, sino por la honradez, la paz y la alegría que da el Espíritu Santo. E insiste: Dios no reina cuando se habla, sino cuando se actúa.
  Levantáis calumnias contra los hermanos a cuenta de sus observancias externas, y prescindís vosotros de lo que en la Regla tiene más importancia: las actitudes espirituales. Os tragáis un camello y coláis un mosquito. ¡Qué desfachatez! Os preocupáis hasta el máximo de cubrir el cuerpo según la Regla, y, en cambio, os importa muy poco que el alma ande desnuda, contra el espíritu de la Regla. Mucho afán por llevar túnica y cogulla sobre el cuerpo, cómo si el que no las llevara dejase  de ser monje, para prescindir luego interiormente de la comprensión y de la humildad, que son las verdaderas prendas  del alma.
   Inflados de orgullo por nuestras túnicas, aborrecemos las pellizas. Bastante mejor es la humildad cubierta con ellas que la soberbia bajo una simple túnica. El mismo Dios les hizo unas túnicas de piel a los primeros padres, y Juan en el desierto se vistió de pieles. Quien introdujo el uso de la túnica en la soledad se vistió también con pieles. Y por abstenernos de alimentos condimentados nos hinchamos de legumbres los estómagos y de soberbia los espíritus. Cuando sería preferible comer sobriamente manjares guisados que hartarse, hasta reventar, de flatulentas legumbres.
   Tampoco a Esaú se le recriminó el que comiera carnes, sino lentejas. Adán fue condenado no por comer carne, sino fruta. A Jonatán no le condenaron a muerte por probar carne, sino por saborear miel. Y al revés, Elías comió carne impunemente. Abrahán les obsequió a los ángeles sirviéndoles carne, y el mismo Dios mandó que  se le ofrecieran sacrificios  de animales.
   Es mejor tomar algo de vino para bienestar del estómago que ahogarse en agua por pura ansiedad. Ya Pablo aconsejaba a Timoteo que bebiera vino, y el mismo Señor lo tornaba, puesto que le acusaron de bebedor, y se lo dio a beber a los apóstoles e incluso con él instituyó el sacramento de su sangre. Ni tampoco consintió que en unas bodas tuvieran que pasarse con agua. Junto a las aguas de la contradicción castigó terriblemente la murmuración del pueblo. David temió beber el agua que tanto había anhelado. Los soldados de Gedeón, que por avidez se tumbaron para beber el agua del torrente, se hicieron indignos de participar en la batalla.
     ¿Y cómo os enorgullecéis tanto por vuestro trabajo manual, cuando Marta fue reprendida por afanarse de aquella manera, mientras María salía alabada por su quietud? ¿O no dice el Apóstol que el trabajo corporal es útil para poco tiempo y que, en cambio, la piedad es útil para siempre? Maravilloso trabajo aquel que hacía exclamar al profeta: He trabajado en mi llanto. Cuando me acuerdo de Dios me lleno de alegría y cobro aliento. Estas frases no puedes aplicarlas al trabajo corporal porque no es el cuerpo del profeta el que desfallece, sino su espíritu, pues se trata de un esfuerzo espiritual.

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