Capítulo 3
Con doble aflicción se verán afligidos los que así obran: aquí, angustiándose humanamente con la gloria temporal; en el futuro, viéndose arrastrar al suplicio eterno por su soberbia interior. Sufren con Cristo, pero no reinan con Cristo. Siguen a Cristo en su pobreza, pero no lo acompañarán a la gloria. En su camino beberán del torrente, pero no levantarán la cabeza en la Patria. Lloran ahora, pero no serán consolados mañana.
Y se lo ganaron. Pues ¿cómo podrán coexistir la soberbia y los pañales de la humildad de Jesús? ¿Es que no tiene otra cosa con qué cubrirse la malicia humana sino con los fajos de la infancia del Salvador? Una arrogancia que siempre está fingiendo, ¿cómo podría acurrucarse en la estrechez del pesebre del Señor, para que allí sólo se oiga la maldad de su corazón y no los vagidos de la inocencia? Aquellos hombres tan soberbios del salmo, de cuyas carnes les rezuma la maldad, revestidos de su malicia y de su impiedad, ¿no están mucho más seguros que nosotros, agazapados en realidad tras una santidad ajena? ¿Quién es más impío: el que lo es públicamente o el que finge la santidad. Este último porque al añadir la mentira, duplica la impiedad. ¿Para qué seguir?
Me temo que también sospechen de mí. Por supuesto, tú no, padre querido. Sé que me conoces bien; tan bien como un hombre puede darse a conocer en este lugar de tinieblas. Y además me consta que tú conoces cuál es mi opinión personal en todo este asunto. Te escribo esto pensando en aquellos que no me conocen como tú, ni me han escuchado nunca lo que desde hace tiempo venimos hablando los dos a solas. Y como yo no puedo andar justificándome ante cada uno, tú, de mi parte, y porque lo sabes de fuente directa por mí mismo, podrás convencerles con estas razones tan válidas que te doy-. No tengo reparo alguno en redactar y hacer públicos los temas de mis conversaciones íntimas contigo.
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