Capítulo 11
En primer lugar, ¿qué os importa a vosotros lo que hagan los demás siervos? Si se mantienen en pie o si caen, es cosa de su Señor. ¿Quién os ha nombrado jueces suyos? Además, si como dicen, presumís así de vuestra Orden, ¿qué clase de Orden es esa en la que, antes de quitar la viga de vuestro propio ojo, andáis rebuscando escrupulosamente la paja en el ojo del hermano? Los que os preciáis de guardar la Regla, ¿por qué murmuráis incumpliendo esa misma Regla? ¿Por qué contra lo que dicen el Evangelio y el Apóstol, juzgáis antes de tiempo a los otros siervos? ¿Acaso la Regla no coincide ni con el Evangelio ni con el Apóstol? Porque, en ese caso, la Regla dejaría de ser una regla, pues no sería justa. Escuchad y aprended lo que es la observancia, vosotros, los que contra toda observancia condenáis a los que pertenecen a otras observancias: Hipócrita, quítate primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la paja del ojo de tu hermano. ¿Me preguntas qué viga? Esa viga larga y gruesa es tu soberbia. Te crees algo y no eres nada; te engríes insensatamente como si fueras sensato, pero insultas frívolamente a los demás por sus insignificantes motas; y tú con tu viga a cuestas.
Llegas a decirle al Señor: Te doy gracias porque no soy como los demás, avaros, injustos, adúlteros. Sigue, sigue y ten valor para decirlo también: y detractores. No pienses que la detracción es la brizna más insignificante que llevas dentro de tu ojo. ¿Por qué has enumerado las otras tan pronto y te has callado ésta? Si crees que no es importante, escucha al Apóstol: Tampoco los detractores entrarán en el reino de los cielos. Oye también al mismo Dios amenazándote en el salmo: Te acusaré, te lo echaré en cara. Por el contexto anterior está muy claro que aquí se dirige contra el detractor. Al que apartando la vista de sus faltas se pone a escudriñar con toda curiosidad los vicios ajenos y no los propios, hay que hacerle volver su cabeza y obligarle a que se mire a sí mismo.
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