Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

viernes, 26 de octubre de 2012

APOLOGÍA AL ABAD GUILLERMO: CAPÍTULO XVI


Capítulo 16
CONTRA, TANTA SUPERFLUIDAD      
      Se asegura, y así lo creemos, que fueron santos los Padres que instituyeron vuestro género de vida. Con el fin de que en ella fueran muchos los que se salvaran, mitigaron, mirando a los más débiles, el rigor de la Regla, pero sin destruirla. A mí no me entra en la cabeza, por otra parte, que  llegaran a legislar o condescender con tanta cosa inútil o superflua como veo en muchos monasterios. No me explico cómo pudo arraigar semejante inmoderación entre los monjes a la hora de comer y de beber, en su modo de vestirse y en el aderezo de sus lechos, en sus cabalgaduras y en la construcción de los edificios. Se ha llegado al extremo de pensar que  allí donde se busca todo esto con mayor afán, complacencia y profusión, allí se vive mejor el espíritu de la Orden y es mayor a entrega a Dios.   
     Y así, a la moderación la tienen por avaricia, la sobriedad pasa por rigidez, al silencio lo consideran melancolía. Y al revés, a la relajación la llaman discreción, al despilfarro generosidad, alegría al bullicio, decoro al lujo en el vestir y  la fastuosidad en las monturas; llaman aseo al innecesario desvelo por la comodidad de los lechos. Y facilitar todo esto a los demás es caridad. Una caridad que mata a la caridad. Una discreción que  desfigura a la discreción. Misericordias semejantes rebosan crueldad. Desde luego que halagan el cuerpo, pero estrangulan el alma. ¿Qué clase de caridad es esa que ama la carne y desprecia el espíritu? ¿Puede llamarse discreción el dárselo todo al cuerpo para negárselo al alma? ¿Será misericordia recrear a la esclava y matar a la señora? Que nadie espere alcanzar misericordia por semejante misericordia, al menos aquella misericordia prometida en el Evangelio por boca de la Verdad: "Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia".
   Más bien pueden estar ciertos del castigo que les espera, como aquel impío misericordioso -por así llamarlo- a quien el santo Job interpela más por espíritu de profecía que por dureza imprecatoria: "No quedará ni recuerdo de él y será cortado como árbol inútil". E inmediatamente daba la razón convincente a tan merecido castigo: "Porque maltrató a la estéril sin hijos y no socorrió a la viuda".

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