Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

miércoles, 3 de octubre de 2012

LIBRO DE GRACIA Y DEL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO LI (ÚLTIMO CAPÍTULO DE LA OBRA)


Capítulo 51


    Mas si ni siquiera, la misma voluntad, de la que depende todo el mérito, es de Pablo, ¿Como afirma él que le aguarda una corona merecida en justicia? ¿Se puede elegir en justicia y con derecho lo que ha sido prometido gratuitamente? 
   LA CORONA QUE ESPERA PABLO SE DEBE A LA JUSTICIA DE DIOS Y NO A LA SUYA -El mismo nos dice: sé de quién me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar el encargo que me dio. Su encargo es la promesa de Dios. Y como se fió del que le hizo la promesa, reclama con confianza lo prometido. Una promesa que procede de la misericordia y se cumple con un acto de justicia. La corona, pues, que Pablo es era es una corona de justicia; pero de la justicia de Dios, no de la suya. Es justo que Dios pague lo que debe, y como lo ha prometido, por eso lo debe. La justicia en que se apoya el Apóstol es la promesa de Dios. Si quisiera valorar la suya propia despreciando la de Dios, no se sometería a ésta, de la cual fue hecho partícipe por gracia, a fin de merecer el premio. Dios le hizo partícipe de su justicia y merecedor de la corona al dignarse contar con él como colaborador en las obras a las cuales había prometido la corona. Y le hizo su colaborador al darle la facultad de querer y de consentir a su voluntad. 
     La voluntad divina se convierte así en ayuda, y esta ayuda hace merecer el premio. Por lo tanto, si el querer viene de Dios, también el premio. No hay duda que es Dios quien actúa en el querer y en el obrar de la buena voluntad. Dios es, pues el autor del mérito. El hace que la voluntad se entregue a a obra y descubre la obra buena a la misma voluntad. Y si queremos dar nombres más exactos a lo que llamamos méritos nuestros, podemos llamarlos también semillas de esperanza, incentivos de la caridad, signos de una misteriosa predestinación, presagios de la futuro felicidad y caminos del reino. Pero nunca definirlos como derechos a poseer el reino. En una palabra: no glorificó a los que encontró justos, sino a los que justificó.

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